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Lunas de Lantano —35: Me llevas la ventaja de tu muerte by Felix Molina

  1. 35. Me llevas la ventaja de tu muerte

No sé cómo ocurre, pero es rápido. Yo que esperaba hacer mutis por el foro, dejar de ser uno de los actantes de Tesnière y envolverme en la pelusilla cómoda y anónima de la omnisciencia, lejos de solapas galdosianas y otras prendas de auxilio espiritual, de repente me veo cercado por Néstor Juárez y Eliseo Litti. Llevan unos andrajos de guardarropía que les desfiguran las caras, haciéndolas, por unos minutos espantosos (solo comparables en mi vida terrena a las lecturas de tesis), las de unos demiurgos con pistola, especie de seres semidivinos y semiapaleadores. Se hacen guiños cómplices y comparten indicaciones con el coro paisano que, igual de andrajoso, susurra en torno.

Completamente desmaterializado, intento moverme por una suerte de pabellón al que no sé cómo he llegado, pero que debía de estar allí, en ese paraje de La Morada. Luego, lo creo una ilusión, otro fantasma. Luego, me hallo ahí, dentro, siendo esa sensación de dentro todo lo que contiene mi ser. Estoy dentro.

La cosa, si no fuera por el estrago, me recuerda al episodio que sufriera don Quijote al dar con sus huesos en una jaula. Los enjauladores son allí estos inesperados y grotescos Juárez y Litti, un novelista melodramático y un poeta audiovisual. La jaula es una especie de ampolla o ánfora que lleno como si fuera un genio milyunanochesco, imagino que casi rebosándola. Fuera se oye al coro de la turba cerril, no se sabe si con imprecaciones o con invocaciones, y a los dos amigos calentando el cotarro. La escena es breve pero acongojadoramente (cállese, por favor, don Camilo) intensa. Después se hace un silencio, y se escucha, clara como una catarata, la voz de Néstor el folletinero:

–Ya essstá.

Envueltos en un humo azulino, que luego descubro que es pura emanación del lago próximo, los capturadores y su captura (que debo de ser yo) recorren el espacio necesario para abandonar la perilla arbórea del bosque e ingresar en una como capilla rústica, que está ahí plantada en medio de todo el paraje. Esta vez no es un edificio ilusorio, sino un intento de granero abovedado que les funciona a esta gente como santuario, o yo qué sé. Hago nuevos esfuerzos por no materializarme (y más en ese reducido espacio en el que me hallo) en Cela.

De repente, a medias entre trascendental y espontáneo, uno de los del coro asume la voz de todos, y discursea:

–Nosotros, los moradores del Cerro, damos esta noche mágica, como otras tantas, las gracias por el auxilio de los becados, personificados aquí en el señor Juárez y el señor Litti, en este Apresamiento de los Idos. El corazón de todos los que vivimos en el lago, nuestro padre, está con los dos Apresadores, y agradece a los benefactores de Lunas de Lantano que no se aparten nunca de estas tierras, y que las quieran como suyas.

El novelista estúpido y el poeta cómplice se miran satisfechos, y yo me empiezo a defecar en la puñetera estampa de los moradores del Cerro, porque la urna esta donde me han puesto me achicharra el alma como nunca me habían quemado las espaldas los treinta y muchos grados del desierto de los Monegros.

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