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SOBRE PÁJAROS by Luís Darío Rodriguez

Ay, ven a mí, niño mío.

Duérmete a mi vera,

que en mi pecho hay abrigo,

abriguito para tus penas.

-¡Están allí arriba!

-¡Vamos todos y expulsamos a esos entrometidos de nuestro territorio!

-¡Para que no se les ocurra volver!

Rápidamente los seis individuos se acercaron al abedul. La gran algarabía compuesta a base de graznidos y bruscos aleteos sonaba muy agresiva y no presagiaba nada bueno.

-¡Tchak! ¡tchak! ¡tchak! ¡tchak! - el mismo sonido repetido rápidamente por todos los individuos amedrentó a los mirlos.

No resultaban bienvenidos, eran conscientes de ello. Comenzaron una retirada apresurada sorteando las ramas colgantes para dificultar el acceso de la furibunda horda. A pesar de todo algunos atacantes les alcanzaron y los desequilibraron con sus repetidos empellones. En su huida rodearon un guindo cercano, donde habían consumido furtivamente sus pequeños frutos al comienzo del último verano, en un descuido del grupo de urracas que ahora les perseguía.

Recorrieron zigzagueando el prado hasta llegar a los fresnos que bordeaban un riachuelo. En sus ramas, a media altura, se detuvieron para valorar la situación. Habían tenido suerte, de nuevo estaban solos gracias a su mayor velocidad de vuelo.

-Es un gran riesgo venir por aquí - dijo uno de ellos -. Esos salvajes son capaces de acabar con nosotros en pocos minutos a base de golpes y picotazos.

-Ni siquiera las tórtolas ni las palomas torcaces se atreven. Hasta las gaviotas se alejan cuando están comiendo y se enfrentan a ellas – contestó el otro, aún jadeante después del esfuerzo y el susto.

Una vez conseguido su objetivo de ahuyentar a los mirlos, el grupo de urracas frenó su persecución. Calmándose, volvieron a la tarea de buscar alimento por el suelo de las cercanías. A veces moviéndose a pequeños saltos y otras caminando, cogían con el pico algunos insectos y orugas.

Ya, ea, ea, ya, ea, ea.

lagrimitas del Nilo,

noches en vela.

Había alguna diferencia entre los cuatro polluelos. Nacidos uno tras otro con un intervalo de veinticuatro horas, tal y como se realizó la puesta de los huevos, el mayor era capaz de sostener la cabeza en alto y la boca abierta para recibir la comida mientras los demás todavía no. Ninguno tenía abiertos los ojos ni les habían crecido las pequeñas plumas iniciales, de momento eran todo piel amarronada.

La madre había soportado con gran paciencia toda la incubación, proporcionando calor a los huevos con su cuerpo mientras el padre vigilaba a poca distancia que nadie la molestase. Tras la apertura de los huevos, retiraron las cáscaras. También tendrán que retirar los excrementos durante los próximos días. Ahora los dos se afanaban en la búsqueda de comida para alimentar a sus pequeños. Una vez de regreso regurgitaban el alimento conseguido directamente a la boca del polluelo.

-Sus hermanos deberían empezar a pedir también, si no este tragón crecerá tanto que les impedirá comer a los demás y morirán.

-Tranquila, ya tuvimos este miedo las otras dos nidadas los años anteriores y con el paso de los días las crías no tuvieron ningún problema. Los pequeños se espabilan y consiguen codearse con el mayor. Debemos tener cuidado de que la comida les llegue también a las bocas que quedan más abajo, ese es el secreto. Siempre se notará que uno es un poco mayor y está más adelantado, pero con un poco de suerte todos sobrevivirán.

Mi niño, cuando me muera

que me entierren en la Luna

y todas las noches te vea,

todas las noches menos una.

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