Si te entrenan para resolver las repeticiones y establecer un algoritmo, tus resultados pueden ser esplendidos o crueles. Pero por ahora, la I. Artificial es una arquitectura construida en observar y manipular las relaciones, a partir del poder y rapidez de su mente o capacidad analítica.
“Para crear Inteligencia Artificial hay dos fundamentos básicos de los que se valen: los algoritmos y los datos para configurarlos. El algoritmo proporciona las instrucciones para la máquina y los datos permiten a la máquina aprender a emplear esas instrucciones y perfeccionar su uso”. (Fuente link)
Ahora vivimos el flujo de datos que se recopilan por cientos de millones y ello está dando resultado complejos, nuevos o azarosos. Este salto descomunal del conocimiento aún necesita ser interpretado y también corroborado. La ciencia comienza a aplicar estos resultados en experimentos. Donde más rápido aparecen los resultados es en las aplicaciones tecnológicas. Pero surgió: “En el año 1956, los informáticos Newell y Herbert Simon fueron los primeros en procesar la información de manera lógica y denominar a este proceso como Inteligencia Artificial. Rechazaron imitar el funcionamiento del cerebro como base del conocimiento, tratando de resolver problemas desde lo particular a lo general” (Fuente Link)
En nuestros días, algunos Sapiens han aumentado sus relaciones con los perros. Detrás hay como un regreso instintivo a una comunicación animal, donde lo que establece los nexos son estrictamente órdenes y compensaciones. Y limpieza de las defecaciones del animal por parte de los Sapiens. Observamos una cierta resistencia a dejarse avasallar por el mundo tecnológico que continuamente rastrea nuestros hábitos y conocimientos y los coloca en grandes máquinas que procesan sin parar estableciendo algoritmos de respuesta.
Hace unos día en una comida familiar el Sr. J. C. me dijo y repitió varias veces: “Detrás de la I. A. siempre la última palabra debe tenerla un humano” Como siempre hago, recibo inputs y guardo en mi cerebro, y no siempre respondo directamente.
Pero si el último fuera un humano, ya estaríamos en manos de este gigantesco cerebro que solo nos daría un golpecito en la espalda diciendo: ¡Pues ala, empieza!… o ¡Te toca aplicar esto!
En esta encrucijada de la civilización, ¿es esto lo que queremos los humanos? Esta respuesta no es posible darla en términos de sociedad, pero algunos humanos ya están planteándoselas. Dice al respecto Michael Foucault (pág. 349, Las palabras y las cosas) que la teoría de la representación surgida en el siglo XIX nos planteaba “como era posible mostrar las cosas en general, en qué condiciones, sobre cuál suelo, dentro de qué límites”
Y tal vez estamos ahora aquí, con la I. Artificial que altera estas condiciones de representación y nos genera zozobra. Mucha zozobra.
¿Dónde estaremos dentro de unos años? —es la pregunta.
“Para crear Inteligencia Artificial hay dos fundamentos básicos de los que se valen: los algoritmos y los datos para configurarlos. El algoritmo proporciona las instrucciones para la máquina y los datos permiten a la máquina aprender a emplear esas instrucciones y perfeccionar su uso”. (Fuente link)
Ahora vivimos el flujo de datos que se recopilan por cientos de millones y ello está dando resultado complejos, nuevos o azarosos. Este salto descomunal del conocimiento aún necesita ser interpretado y también corroborado. La ciencia comienza a aplicar estos resultados en experimentos. Donde más rápido aparecen los resultados es en las aplicaciones tecnológicas. Pero surgió: “En el año 1956, los informáticos Newell y Herbert Simon fueron los primeros en procesar la información de manera lógica y denominar a este proceso como Inteligencia Artificial. Rechazaron imitar el funcionamiento del cerebro como base del conocimiento, tratando de resolver problemas desde lo particular a lo general” (Fuente Link)
En nuestros días, algunos Sapiens han aumentado sus relaciones con los perros. Detrás hay como un regreso instintivo a una comunicación animal, donde lo que establece los nexos son estrictamente órdenes y compensaciones. Y limpieza de las defecaciones del animal por parte de los Sapiens. Observamos una cierta resistencia a dejarse avasallar por el mundo tecnológico que continuamente rastrea nuestros hábitos y conocimientos y los coloca en grandes máquinas que procesan sin parar estableciendo algoritmos de respuesta.
Hace unos día en una comida familiar el Sr. J. C. me dijo y repitió varias veces: “Detrás de la I. A. siempre la última palabra debe tenerla un humano” Como siempre hago, recibo inputs y guardo en mi cerebro, y no siempre respondo directamente.
Pero si el último fuera un humano, ya estaríamos en manos de este gigantesco cerebro que solo nos daría un golpecito en la espalda diciendo: ¡Pues ala, empieza!… o ¡Te toca aplicar esto!
En esta encrucijada de la civilización, ¿es esto lo que queremos los humanos? Esta respuesta no es posible darla en términos de sociedad, pero algunos humanos ya están planteándoselas. Dice al respecto Michael Foucault (pág. 349, Las palabras y las cosas) que la teoría de la representación surgida en el siglo XIX nos planteaba “como era posible mostrar las cosas en general, en qué condiciones, sobre cuál suelo, dentro de qué límites”
Y tal vez estamos ahora aquí, con la I. Artificial que altera estas condiciones de representación y nos genera zozobra. Mucha zozobra.
¿Dónde estaremos dentro de unos años? —es la pregunta.