Clara alumbraba con una linterna el camino improvisado por los hombres, necesitaba encontrar a su hija. Haciendo caso omiso a los comentarios de los pueblerinos, se centraba en buscar alguna pista, un pequeño detalle que la llevara hasta la pequeña Amelia.
—¿Esas luces capitán? ¾dijo uno de los policías con el rostro lleno de miedo.
—Son el reflejo de la luna con las nubes, no hay nada de qué preocuparse. ¾El hombre regordete caminó con la respiración agitada¾. Sigamos buscando.
—Este es el territorio de los muertos… Aquí no hay salvación.
—Los mortales que pisan su morada son llevados al otro mundo. —El joven sargento siguió la conversación de su compañero¾. Donde no pueden salir jamás.
El terreno fue cambiando y los zapatos de Clara se fueron hundiendo en el lodo, impidiéndole dar un paso más.
—¡No me dejes mamá! —El rostro se le llenó de lágrimas.
Clara al ver a su hija comenzó a gritar su nombre con locura, abrió sus brazos y se arrodilló en el fango.
—Ven cariño, ven con mamá.
—¡No me dejes! —La pequeña abrazó a su madre con fuerza¾. No te alejes de mí.
—No me voy a ningún lado mi vida. —Acarició la espalda de su hija con ternura—. Vámonos para casa.
—No podemos mamá, ya no se nos permite salir del territorio de los muertos.
Clara, miró a su hija con el rostro lleno de sorpresa. Perpleja intentó sostenerla de su brazo, pero este se transformó en una estela de humo denso. Confundida, bajó la mirada hacia sus manos manchadas de sangre, sus ropas harapientas y una profunda herida en el estómago, que ya no sangraba.
—Hemos terminado por hoy capitán, no hay rastro de la niña ni de la madre. —El policía dio la orden de regresar—. La última vez que fueron vistas, llevaba una linterna para alumbrarse el camino.
—¿Esas luces capitán? ¾dijo uno de los policías con el rostro lleno de miedo.
—Son el reflejo de la luna con las nubes, no hay nada de qué preocuparse. ¾El hombre regordete caminó con la respiración agitada¾. Sigamos buscando.
—Este es el territorio de los muertos… Aquí no hay salvación.
—Los mortales que pisan su morada son llevados al otro mundo. —El joven sargento siguió la conversación de su compañero¾. Donde no pueden salir jamás.
El terreno fue cambiando y los zapatos de Clara se fueron hundiendo en el lodo, impidiéndole dar un paso más.
—¡No me dejes mamá! —El rostro se le llenó de lágrimas.
Clara al ver a su hija comenzó a gritar su nombre con locura, abrió sus brazos y se arrodilló en el fango.
—Ven cariño, ven con mamá.
—¡No me dejes! —La pequeña abrazó a su madre con fuerza¾. No te alejes de mí.
—No me voy a ningún lado mi vida. —Acarició la espalda de su hija con ternura—. Vámonos para casa.
—No podemos mamá, ya no se nos permite salir del territorio de los muertos.
Clara, miró a su hija con el rostro lleno de sorpresa. Perpleja intentó sostenerla de su brazo, pero este se transformó en una estela de humo denso. Confundida, bajó la mirada hacia sus manos manchadas de sangre, sus ropas harapientas y una profunda herida en el estómago, que ya no sangraba.
—Hemos terminado por hoy capitán, no hay rastro de la niña ni de la madre. —El policía dio la orden de regresar—. La última vez que fueron vistas, llevaba una linterna para alumbrarse el camino.