El gran masturbador, 1929 Óleo / tela, 110 x 150,5 cm <br>
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo: «<Salvador Dali 1929» Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid. Legado Dali Obra emblemática de Salvador Dali y una de las primeras pinturas que se pueden adscribir propiamente a la época surrealista del artista.
El surrealismo, movimiento aparecido en Francia en 1924, influyó tanto en la literatura como en las artes plásticas, con una incidencia particularmente importante en la poesía y en la pintura. Heredero del dadaísmo, del que conserva el gusto por la provocación, el surrealismo también se puede considerar hijo espiritual del Romanticismo y el simbolismo, con los que comparte los valores, el lirismo, la nostalgia melancólica y la fe en la capacidad del arte para transformar el mundo. André Breton, padre de este movimiento y redactor del primer manifiesto surrealista (1924), propone el automatismo psíquico, mediante el cual se pretende expresar de palabra, por escrito o de cualquier otra forma, el funcionamiento real del pensamiento. El surrealismo se fundamenta en el mundo de los sueños y en el subconsciente, lo que lo vincula con el psicoanálisis de Sigmund Freud.
Los surrealistas no sólo invierten las tradiciones: invierten también los valores que las sustentan, constituyendo su propia galería de antepasados y rehabilitando o exaltando a poetas y artistas que habían sido menospreciados o proscritos en nombre del buen gusto. Desestiman todo lo que es claro, armonioso, equilibrado y depurado, y glorifican, por tanto, lo hermético, maravilloso, hibrido y compuesto. Así, como podemos leer en el primer manifiesto, elaboran su propio árbol genealógico imaginario de la historia del arte, un árbol que tiene como ramas principales a Hieronymus Bosch, Brueghel el Viejo, Arcimboldo y Francisco de Goya. Del Romanticismo o, mejor dicho, del simbolismo, hacen renacer a poetas marginados u olvidados, como Arthur Rimbaud y el conde de Lautréamont, que se convierten en figuras tutelares del movimiento, pero también a otros como Gérard de Nerval, Jules Laforgue o Tristan Corbière. Divulgan en Francia la obra de los románticos alemanes e ingleses, sin olvidar tampoco a otros pintores como Arnold Böcklin -sobre todo su obra La isla de los muertos-, James Ensor u Odilon Redon. El museo Gustave Moreau se convierte en lugar de encuentro habitual para los surrealistas, como también lo son las calles en las que las tiendas de estampas
Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo: «<Salvador Dali 1929» Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid. Legado Dali Obra emblemática de Salvador Dali y una de las primeras pinturas que se pueden adscribir propiamente a la época surrealista del artista.
El surrealismo, movimiento aparecido en Francia en 1924, influyó tanto en la literatura como en las artes plásticas, con una incidencia particularmente importante en la poesía y en la pintura. Heredero del dadaísmo, del que conserva el gusto por la provocación, el surrealismo también se puede considerar hijo espiritual del Romanticismo y el simbolismo, con los que comparte los valores, el lirismo, la nostalgia melancólica y la fe en la capacidad del arte para transformar el mundo. André Breton, padre de este movimiento y redactor del primer manifiesto surrealista (1924), propone el automatismo psíquico, mediante el cual se pretende expresar de palabra, por escrito o de cualquier otra forma, el funcionamiento real del pensamiento. El surrealismo se fundamenta en el mundo de los sueños y en el subconsciente, lo que lo vincula con el psicoanálisis de Sigmund Freud.
Los surrealistas no sólo invierten las tradiciones: invierten también los valores que las sustentan, constituyendo su propia galería de antepasados y rehabilitando o exaltando a poetas y artistas que habían sido menospreciados o proscritos en nombre del buen gusto. Desestiman todo lo que es claro, armonioso, equilibrado y depurado, y glorifican, por tanto, lo hermético, maravilloso, hibrido y compuesto. Así, como podemos leer en el primer manifiesto, elaboran su propio árbol genealógico imaginario de la historia del arte, un árbol que tiene como ramas principales a Hieronymus Bosch, Brueghel el Viejo, Arcimboldo y Francisco de Goya. Del Romanticismo o, mejor dicho, del simbolismo, hacen renacer a poetas marginados u olvidados, como Arthur Rimbaud y el conde de Lautréamont, que se convierten en figuras tutelares del movimiento, pero también a otros como Gérard de Nerval, Jules Laforgue o Tristan Corbière. Divulgan en Francia la obra de los románticos alemanes e ingleses, sin olvidar tampoco a otros pintores como Arnold Böcklin -sobre todo su obra La isla de los muertos-, James Ensor u Odilon Redon. El museo Gustave Moreau se convierte en lugar de encuentro habitual para los surrealistas, como también lo son las calles en las que las tiendas de estampas