Hay veces en que quieres escaparte de la realidad.
No siempre, pero en todo ser humano ocurre eso alguna vez.
Cualquier pérdida de alguien que amabas, una derrota u otros motivos.
Eso es inevitable.
Muchos lo logran escudándose en su trabajo o entreteniéndose con un hobby.
Pero otras personas escapan a su manera, aunque no la elijan.
Este es el caso del siguiente personaje:
LEJOS DE TODO…
Levitaba. Es decir, flotaba.
Ella era etérea, vaporosa. Así se sentía.
Había traspasado todos los límites.
Existía en un plano superior, muy por encima de aquellos insignificantes mortales.
Con el poder de su mente dotada de infinito, podía ir de aquí para allá, estar en un lugar y en un segundo en otro.
A veces, incluso, en dos o tres lugares al mismo tiempo.
Pasado…presente…futuro; simples conceptos sin verdadera esencia.
Tal vez antes…
Pobres mortales —pensó.
Recordaba vagamente cuando estaba atada a la Tierra, cuando las cosas tenían sentido y las personas eran sentimientos.
En su interior anidaba una fuerte impresión; ¿hacia miles de años?, cuando su cuerpo se había transformado en tierra fértil para que creciera la semilla. Esa semilla que luego se alejó para siempre.
Dolor…eso fue lo que vino a su mente. No podía discernir si era físico o psíquico. Sólo dolor.
Se alejó de allí muy rápido.
Esta vez se encontró volando sobre un prado tan verde como el color de su vana esperanza.
¡Pobres mortales! —repitió en su mente—. Pasan la vida tratando de alcanzar la felicidad…y ésta es una sombra que nunca se llega a tocar.
Se puede palpar el suelo, donde ella se acuesta, pero la felicidad es una ilusión.
Se unió a una bandada de pájaros que jugaban en el cielo. Planeaba de a ratos, lejos de todo.
Los acompañaba en sus arriesgadas picadas en la que casi tocaban tierra.
Luego emprendió feroz vuelo, perdiéndose en el inmenso azul.
Ya no sintió nada.
En ese momento ella era todos los hombres, toda la Tierra, era todo…y era nada.
Se abrió chirriando una pesada puerta y dos hombres entraron.
—Doctor —dijo uno—. Creo que el calmante hizo efecto.
—Mejor —contestó el otro—. Ya puede quitarle el chaleco.
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