martes, mayo 14 2024

QUIEREME UN POCO MENOS Y… by Raquel Villanueva

Relato incluido en Relatos de una Adoratriz

Frotaba con fruición la loza blanca del baño. Chorro de crema limpiadora y pase de bayeta. Movimientos mecánicos, repetidos a lo largo de los años. LOVG desgranaba «Epifanía» a través del hilo musical, y la letra de la canción inundaba toda la casa. También colmaba todos y cada uno de los rincones de ella. Se estremeció enredada en aquella canción y las lágrimas afloraron en sus ojos para humedecerlos. ¿Por qué tenía que estar allí limpiando? Él se encontraba en el ordenador, como siempre a aquella hora. «Quiéreme un poco menos y fóllame un poco más», pensó con todas sus fuerzas, gritándolo internamente tal alto como pudo, esperando, deseando que el sordo pensamiento llegara hasta él.

Contempló su reflejo en el espejo que estaba limpiando. Más allá de su triste mirada, su boca dibujó una lasciva sonrisa.

Ya habían pasado algunos años de todo aquello. Lo había conocido en una cena de empresa por Navidad. Bailando en un local de moda, fueron presentados por el jefe de recursos humanos. La conexión fue instantánea, fue suficiente una mirada para saber que le gustaba, que la atraía, y que no le importaría para nada acostarse con él aquella misma noche. Siempre era igual, no sabía si en las demás personas funcionaba de igual manera, pero a ella le bastaba una mirada sobre la otra persona para sentir si el resorte del deseo saltaba impulsado hacia ella. Era un clic, un destello de luz cegadora que terminaba por instalarse en los bajos de su vientre, emitiendo señales incesantes. Nunca se equivocaba, y la respuesta de la otra persona también resultaba inconfundible. Cuando Status Quo sonaba y sintió que la mano de él buscaba la de ella, no hizo falta más que asentir sonriente ante la invitación de salir juntos del local. «¿A tu casa o a la mía?» Qué fácil todo, qué sencillo cuando las palabras apenas son necesarias, cuando sobran las miradas y los gestos para decirlo todo, para no dejar ningún resquicio a los equívocos o a las malas interpretaciones. «A mi casa, dijo ella», y el coche se deslizó a través de las calles de la ciudad en aquella noche de invierno cercana a las navidades. Pensamientos gemelos en dos personas hasta hace unas horas desconocidas. La llave ya en la puerta, y el deseo inminente cercándolos, rodeándolos como una niebla espesa e invisible en la que uno quiere adentrarse hasta llegar a perderse. En la primera estancia, en el salón, ropa tirada por el suelo, y alguna otra aún colocada sobre los cuerpos, prisas, risas, y un sofá conteniendo todas las ganas. «Ven a la cama», le dice ella mientras se yergue y comienza a caminar desprendiéndose de las bragas que aún conserva puestas. Más risas mezcladas con besos, y saliva recorriendo ambos cuerpos, y las copas de más que no perdonan a pesar de las ganas. Y la mirada de él que le hace arder la piel a ella, y las ganas de más, de muchos más. Pero el alcohol es mal compañero de las noches de pasión, y al final un intercambio de teléfonos, un «quédate a dormir» pero «lo siento», porque «no puedo, pero me gustaría ¡eh!, que conste». Un «llámame otro día, por favor». Un «seguro que te llamo, porque me gustas, y me gusta tu risa». «Tú a mí también me gustas, no te olvides de llamarme, te doy mis dos teléfonos, el fijo y el móvil». «Hasta luego y descansa». «Hasta luego y llámame…»

Historias que se quedan colgadas en el tiempo, que suceden y no tienen continuación, que parecen el principio de algo, pero los días pasan y ningún teléfono suena, y las ganas se van disolviendo como un azucarillo en el café. Y cuando ya  no esperamos, cuando hemos dado todo por perdido, cuando hasta pensamos que nos equivocamos, que las miradas nos fallaron, que no existió correspondencia, que el deseo era un mero reflejo del nuestro. Entonces llega un día, más de un año después, y recibimos un mensaje.

Cuando el teléfono móvil sonó anunciado aquel mensaje, llevaba ella ya varios meses con él. Entonces él la quería mucho menos, pero la follaba mucho más. Estaba a gusto, aunque aún le faltaba quererle, quererlo de verdad, sin fisuras, ni dudas. El verdadero amor llega cuando la pasión pasa. Cuando el destello no es continuo, cuando el ansia y la necesidad desmedida del otro cuerpo se ven apaciguadas. Por eso, el mensaje enviado a destiempo, volvió a tiempo de producir un nuevo clic. El deseo, no consumado, volvió a instalarse en los bajos de su vientre.

Ganas de verlo, aunque está con él y se siente a gusto, pero no puede evitar las ganas de quedar, de tratar nuevamente de perderse. No quiere engañarlo y no puede dejar de hacerlo. Noches de zozobra enredada en encontrados pensamientos. Le falta amor y le sobra deseo. La balanza siempre inclinada hacia uno u otro lado. Una semana de mensajes cruzados, una llamada de  noche, y en estómago un millón de mariposas que no descansan en ningún momento, que no le dejan olvidarse de ese destello, de ese clic, de esa tirantez en el bajo de su vientre. Queda con él, desea tanto volver a estar con él. Tantos nervios, y la conciencia que le he llevado a llorar más de una noche, porque tal vez, quizás, seguramente comienza a querer a ese otro él que comparte sus días desde hace algunos meses. Pero va al cine, y apenas ve la película, ven la película,  una chaqueta colocada estratégicamente, y «toca, porque esto va a ser todo para ti, esto es todo por ti, porque llevo toda la semana sin apartarte de mi pensamiento», porque «yo tampoco  hago otra cosa que pensar», y sigue tocando porque «no sé si aguantaré toda la película», pero sí que la aguanta, la aguantan, aunque apenas se entera, se enteran de nada. Y salen, y esta noche no van a pasarla en casa de ella, se van directamente a casa de él, y las mariposas aletean sin cesar provocando un incontrolable e incontenible nerviosismo en todo su cuerpo. El coche cruza la ciudad, aparca en el garaje y suben directamente en  ascensor. Y le mira, y la mira, y no hacen falta palabras, otra nueva noche sin palabras, como la de hace ya más de un año, porque este lenguaje es universal, y se compone de gestos donde sobran las palabras. Entran en una casa pequeña, donde hay algo de polvo y él pone música que ella ya no recuerda. Caminan enredados hacia el fondo. Un dormitorio, ropa precipitándose al suelo, besos, saliva, deseos… Hoy no hay copas que dificulten nada. Ella piensa que es muy grande, pero su cuerpo se amolda a él como guante a la mano. Lo alberga dentro y se siente llena, y cuando todo pasa más besos, más saliva, más posturas, más deseos. Él se levanta y le tiende la mano. Desnudos la conduce hacia el baño. La pone delante del espejo y él se coloca detrás. Es alto, mucho más alto que ella. Puede mirarle a los ojos a través del espejo. Dobla el torso y se impulsa hacia atrás, ofreciéndose. Él la toma, y no apartan sus ojos del espejo, mirándose, viéndose, contemplándose. Precisamente esa escena es la que ahora ella está evocando mientras contempla esta triste mirada de hoy frente al espejo. Era aquella otra vida que un día tuvo, aquella otra noche que un día vivió, aquel otro hombre al que deseó, con el que un día compartió reflejo sobre un espejo del baño. Y terminan, y vuelven a la cama para dormirse, para despertarse al poco, para volver a empezar, para repetir una vez, y otra vez y otra más aquella noche. Pero entonces ella pensó que le gustaría que la quisiera más y la follara un poco menos, y cuando se levanta en un nuevo día en aquella nueva cama y él le dice que esa noche no va a quedar con ella, se convence de esa frase. Se marcha a casa de mañana, porque «aunque esta noche no pueda quedar, podemos comer juntos si quieres, te invito en un sitio bonito», «no sé si me apetece», aunque «anda, ¿por qué no?», «pues porque no sé, no sé ni lo que quiero», y las mariposas ya no están, porque a lo largo de la noche han volado todas en estampida hacia otro cuerpo, hacia el otro él. Porque quiere que pase el día, porque no quiere volver a quedar, porque eso ha sido algo que pudo haber sido y ahora ve con claridad que no será. Porque si en ese intervalo de tiempo ella no hubiera conocido a alguien, seguramente todo sería estupendo, pero el recuerdo de otro cuerpo, el amor de otro cuerpo eclipsa toda esa noche. Aun así va a comer, y ciertamente el sitio es bonito, muy bonito. «Me ha encantado lo de esta noche, ha sido estupendo», «no, no ha estado mal, yo por mí repetiría», «no sé, creo que tendría que ser sincera», «¿hay otro?», «sí hay otro, estuve esperando durante tanto tiempo tu llamada, y…» «Lo entiendo, debería haberte llamado, pero para mí había otra entonces». La acompaña a casa, «pero porque tú quieres, a mí me encantaría llevarte de nuevo a la cama», «eres incansable, pero lo siento, no quiero». Y pasa lo que queda de tarde deseando que llegue la noche, que llame a la puerta, y verlo de nuevo. Y ahí está, delante su puerta otra vez, y siente que las mariposas regresan todas de nuevo, que su estómago vuelve a estar repleto, y que desea esta noche, pero de verdad, porque puede que él ya esté dejando de follarla tanto, pero sabe que cada día la quiere más.

No dejó de llamarla durante varias semanas, a veces descolgaba el teléfono, otras veces ya ni eso. Quería dejar aquello atrás, en el pasado, en otra vida. Los años fueron pasando, a veces, cuando se sentía decepcionada, recurría a aquel recuerdo. A veces, cuando sentía que su deseo no era correspondido, usaba aquellos momentos como un ala de ave bajo la que poder guarecerse y saber que aunque el deseo es placentero, tampoco llega para serlo todo. Porque no había dejado de desearlo, pero tampoco dejaba de desear lo que tenía, y aparte de eso, lo quería de una manera rotunda y sin fisuras.

La canción termina de sonar, ella termina de limpiar.  Y vuelve a contemplarse, ahora sobre un espejo reluciente, y vuelve a sonreír, pero ya sin nostalgia, y sin más lascivia que la de pensar que esa noche volverá a alcanzar el sueño abrazada a aquel cuerpo que sabe la quiere y es correspondido, aunque muchas veces piensa que podría quererla un poco menos y…

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