miércoles, diciembre 6 2023

“Pedido 592” By Francisco J. Martín

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I-

— ¡Taxi! —gritó John, señalando con la mano al primero que había en la puerta del Hotel. Mientras que se dirigía al centro, John R. iba inmerso en sus pensamientos sobre el negocio que se traía entre manos. Esta vez tenía delante un asunto que le iba a reportar un buen pellizco.

John vestía habitualmente traje sin corbata, solía llevar un bastón y un pequeño maletín. No debía pasar de los 40 y, como antiguo capitán del cuerpo de Marines, tenía gran experiencia y conocimiento sobre armamento y combate. Como él decía, era intermediario, negociante, trataba con todo aquello de lo que pudiera sacar un buen bocado.

Hacía tres semanas que había llegado a la ciudad, esperaba una nota en la que le dijeran la cuenta y el banco al que debía transferir el segundo pago, y a la vez, la dirección donde debía encontrar una furgoneta que contendría una primera muestra del arma solicitada. Debería probarla, se trataba de una modificación tecnológica y mecánica sobre una ametralladora estándar de gran calibre que, si todo salía bien, podría ser producida de forma industrial y vendida a varios países. El negocio potencial era muy grande y por ello la prueba era muy importante. Una vez establecido el lugar de recogida, y verificado que el arma realmente estaba allí, John contactaría con su equipo de expertos que someterían al arma a todo tipo de situaciones y tipos de prueba.

Los mensajes con el fabricante del arma se realizaban a través de cartas en sobres depositados en un apartado de correos que John había tenido que abrir en la Oficina Postal de la ciudad a la que se acababa de trasladar. No debía verse con él bajo ningún concepto, de hecho no sabía quién era, así como tampoco conocía exactamente quién le había pasado la información para realizar este negocio, sólo conocía que el dinero y la oferta venían de un grupo de exmilitares de alto nivel, llamado Grupo Alfa5, con los que ya había hecho varios trabajos. Sabía que si trabajaba bien cobraría mucho dinero y sin problemas.

— ¡Será…! —Gritó el taxista, dando un frenazo.

Una mujer mayor había surgido de entre dos coches y casi se la lleva por delante. Eso hizo que John, que golpeó con su cabeza el asiento delantero, volviera a la realidad y le indicó al taxista que lo dejara en el siguiente semáforo. Era martes, y desde que llegó a la ciudad tenía que ir todos los martes entre las 10 y 10:30 de la mañana a la Oficina Postal para revisar su buzón a la espera de recibir el mensaje. Aunque siempre había ido en taxi, hacía que lo dejaran en sitios diferentes, desde donde iba andando.

Por costumbre, solía llegar antes de las 10 y echaba un vistazo a la entrada de la Oficina mientras tomaba un café en la cafetería de enfrente, por si veía algo extraño o sospechoso, no quería dejar nada al azar. Ese día, mientras esperaba la hora, recordó el incidente con el taxi y le vino a la cabeza un flash de la imagen de la mujer, parecía un poco mayor, quizás estuviera cerca de los 70, y por un momento le resultó familiar pero pasado un segundo pensó que era imposible ya que no conocía a nadie en la ciudad. Llegada la hora entró y se sentó, a la espera de que los oficiales de correos distribuyeran la correspondencia en los distintos buzones.

 

II-

Carla vivía con su nieto en las afueras de la ciudad, donde éste regentaba un taller de coches que tenía mucha fama dado que era capaz de hacer casi cualquier cosa en los vehículos: tunning exterior, motorización especial, equipo extra deportivo, y otra serie de modificaciones, a veces invisibles desde fuera, que hacía que tuviese clientes de buen nivel con vehículos de todo tipo, desde pudientes propietarios de grandes y lujosos sedanes, hasta conductores de vehículos deportivos muy exclusivos.

El taller estaba justo al lado de su casa y tuvo que continuar con él cuando sus padres fallecieron en un accidente de tráfico hacía unos años. Al principio fue muy duro tener que trabajar tantas horas al día en el mismo lugar que antes lo hacía con su padre, del que aprendió todo lo que sabía, pero poco a poco fue ampliando el círculo de clientes y cambiando el tipo de servicios que les ofrecía. De esta forma llegó un momento en que entre una y otra cosa llegó a conocer a un grupo de clientes que, además de llevarle sus coches, le pedían ajustes y pequeñas modificaciones en algunas de sus armas para que les fueran más cómodas, rápidas y seguras. Eran pedidos esporádicos, pero muy bien pagados, por lo que era difícil rechazarlos. A Jack el negocio le iba muy bien, en casa entraba dinero a raudales.

Desde hacía años, cada martes iba al otro lado de la ciudad a por repuestos para sus reparaciones y de paso dejaba a su abuela en el centro para que recogiera la correspondencia de su buzón en la Oficina de correos, a través de la cual se comunicaba con algunos clientes. Quedaba con ella a media mañana en un café cercano, donde pasaba a buscarla para volver a casa.

 

III-

Sólo se oía el murmullo de gente haciendo cola y esperando su turno, roto por alguna carcajada o algún estornudo,

— ¡El siguiente, por favor! —Llamó Mason.

Acababa de finalizar con el cliente anterior y sin esperar un segundo llamó al siguiente. El trabajo era cansado, uno y otro y otro cliente sin parar ni un momento, aunque realmente lo que le importaba era ver la sala de espera y las personas que esperaban sentadas, en concreto dos de ellas. De hecho, mientras atendía las gestiones que le solicitaban sus clientes no perdía detalle de las caras, los gestos, las miradas, y los movimientos que ambas realizaban.

Mason los venía observando desde hacía casi un mes. La mujer iba habitualmente todos los martes, pero desde hacía unas semanas también aparecía un hombre un poco antes de las 10 de la mañana, casi simultáneamente, y ambos se sentaban en la misma zona de sillas, incluso en las mismas que la vez anterior si era posible. Desde esa zona se veía con claridad el espacio dedicado a los buzones de los apartados de correos. Esperaban hasta que se repartía la correspondencia, como máximo hasta las 10 y media, y después se levantaban e iba cada uno a su respectivo buzón, lo abrían, recogían la correspondencia y salían de la Oficina. Así cada martes.

Aunque aparentemente no tenía por qué ser un proceder anormal, a Mason le parecía que ahí había algo extraño. Siempre iban sólo los martes y llegaban a la misma hora, antes del reparto, sabiendo que tendrían que esperar. Ninguno de los días que estuvieron allí sentados se habían saludado entre sí, aunque no paraban de cruzarse miradas, ni tampoco saludaron a ninguna de las personas que entraban en la Oficina, dando la sensación de que ninguno era de aquella zona. Por otro lado, la mujer llevaba siempre un carrito de compra, que parecía vacío, cuando en las cercanías de la Oficina no había tiendas ni mucho menos supermercados.

Mason no sabía bien que pasaba, pero había sido instruido muy bien por el FBI, tenía experiencia en misiones similares, y se olía que algo importante se estaba cociendo. Seguiría informando a su grupo de detectives, ya habían solicitado comenzar a seguir a ambos sospechosos y seguro que muy pronto obtendrían más información relevante.

— Algún negocio sucio se esconde detrás —Se convenció Mason, mientras continuaba rellenando el impreso de giro postal que su cliente le estaba pidiendo.

 

IV-

Ese día el reparto finalizó a las 10:17 horas e inmediatamente tanto Carla como John fueron a sus respectivos buzones.

Carla retiró toda la correspondencia, 6 sobres, y a primera vista se dio cuenta de que había un sobre que además de los datos del apartado de correos tenía escrito el nombre de su nieto, Jack, en color rojo. Debía ser algún mensaje especial, había observado que de vez en cuando ocurría eso, algún sobre con JACK en rojo.

John lo tuvo más fácil, sólo había un sobre, el tan esperado sobre, donde figuraba JOHN en rojo. Con él en las manos volvió a su silla y allí mismo lo abrió, había una cuartilla impresa con los datos de una cuenta bancaria, el importe de 100.000 dólares y la fecha en que debía hacer el pago (el 15 de Mayo, en 3 días), así como la dirección donde estaría la furgoneta y la fecha en que debía ir a recogerla (el día 28 a las 13 horas), si el pago se recibía correctamente, cosa que hasta el momento siempre había ocurrido.

Carla por su parte, guardó sus sobres en el bolso, cogió su carrito y salió de la Oficina en dirección a un parque cercano. Una vez allí se dirigió hacia su banco de costumbre, estaba vacío, se sentó y comenzó a abrir los sobres, viendo que se trataba de facturas, recibos, y algún cheque relacionados con el taller mecánico, dejó para el final el que llevaba el nombre de su nieto y, como hacía siempre, no lo abrió. Guardó todo de nuevo en su bolso se levantó y comenzó a pasear por el bonito parque como hacía habitualmente los martes, el día era soleado y le apetecía.

Jack había cargado su furgoneta con los repuestos necesarios y volvía a recoger a su abuela, se preguntaba si habría llegado algún sobre con su nombre, esperaba nuevos pedidos especiales y quizás el que le confirmara la entrega que debía realizar, aunque no había recibido ningún ingreso en su cuenta. Normalmente cobraba antes de la entrega, la garantía de la misma estaba en su propia vida así que no jugaba con eso. Casi sin darse cuenta llegó al frente de la cafetería en la que lo esperaba Carla, aparcó en la puerta y entró para compartir un café con su abuela, que ya había ocupado una mesita. La saludó, se sentó y pidió un café con leche, tras lo que Carla le mostró el sobre, Jack lo abrió y como siempre, en una cuartilla impresa se le indicaba: “PEDIDO 592: ENTREGA LA FURGONETA EL DÍA 28 DE MAYO EN EL PARKING DE LA ESTACIÓN DE FERROCARRIL, EN LA PLAZA 178 O LA MAS CERCANA A ELLA QUE ESTÉ LIBRE (LE PASAREMOS LA MATRICULA Y EL MODELO AL CLIENTE PARA QUE LA IDENTIFIQUE CLARAMENTE). DEJALA A LAS 11 HORAS Y VETE. EN CUANTO A LA CARGA QUE DEBE LLEVAR, TE AVISAREMOS MAS ADELANTE.”

Jack no entendía la última frase, hasta ahora nunca se hablaba de la carga, ya se sabía lo que debía ir dentro: el pedido que le habían hecho.

— Algo extraño ocurre —pensó Jack, se quedó algo pensativo pero enseguida, para no alertar a Carla, cambió de tema sin darle importancia a lo que acababa de leer y le preguntó por su paseo en el parque, y una vez tomado el café volvieron a casa.

 

 

Taller de Escritura FlemingLAB –   Actividad – Unir tres historias

 

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