
Jorge miró con cariño a sus hijos, cinco en total, los más pequeños, pues faltaban los tres más mayores, ya que tenía cinco féminas y tres varones, que iban desde los veinticinco años (la mayor) a los tres años de la más pequeña. Por supuesto ese día, un sábado cualquiera, los tres mayores (la mayor, el varón que la seguía y la hermana mediana) estaban fuera, disfrutando de la fiesta. Ese día, como otros muchos sábados, tocaba que el papá contara sus aventuras o leyendas que se remontaban a muchos años atrás, cuando él también era un crío y era su padre el que se las explicaba a él y sus hermanos, (que también en su día fueron ocho vástagos). Los cinco hermanos estaban muy atentos a las palabras de su padre, aunque era normal, siempre los sorprendía gratamente con sus historias. Esta vez no esperaban menos de él y aguantaron estoicamente esos segundos que les parecieron eternos antes que comenzara con: “Tarasco, la leyenda del río Rivillas”. La mamá, Angelita, estaba como siempre en la cocina haciéndoles a todos la cena.
«Corría por aquel año de 1922 una terrible y horripilante leyenda de un monstruo que pululaba libremente sobre las orillas del río Rivillas (Badajoz).
Éste horripilante ser se movía silencioso por la ladera del río Rivillas. La oscuridad como único cómplice, ocultaba su verdadero rostro (si es que se le podía llamar así). Muchos fueron los que la vieron alguna vez, pero jamás pudieron contarlo. Esa horrible criatura parecía haber sido sacada de algunos siglos atrás, cuando aún habitaban nuestra tierra esas enormes y monstruosas criaturas. De hecho, nadie daba crédito a quien de forma consciente, aunque borracho y aterrorizado, decía haberse cruzado. Nadie lo creía. Y el que lo creyó, estaba muerto por curioso.
La extraña y terrorífica criatura habitaba en el interior del río Rivillas, aunque nadie logró verla jamás, salvo, claro está, el borracho y aquellos que murieron a sus manos, patas, garras ¿o a saber qué tipo de apéndices usaba?
Alguien hizo una vez un burdo dibujo, aunque yo creo que estaba soñando con las “Islas Galápagos” cuando lo hizo, pues su dibujo representaba a algo parecido a una enorme tortuga marina. Si así hubiera sido ¿dónde se podría esconder un ser tan enorme y feo?
Durante años fueron apareciendo decenas de restos de cadáveres totalmente cercenados. Nunca lograron saber quién o quiénes fueron los culpables de sus muertes ni por qué después devoraban sus cuerpos.
Solo un borracho (y algún –no muerto- fueron testigos) aunque ni uno ni los otros fueron jamás creídos… cuando volvieron del más allá a contarlo».
Tras un exasperante silencio uno de los niños exclamó:
―¡Jo, papá, qué miedo! ¿Ese monstruo ya no existirá, verdad que no? Yo no vuelvo a ir al colegio, pues hay que cruzar ese río para llegar a él. ―Saltó asustado Pedrito, el hijo quinto de la abultada prole de Jorge Cáceres y Angelita Gaitán.
Jorge miró a su hijo con cariño, aunque también divertido mientras le decía con una amplia sonrisa.
―No, Pedrito hijo, ese monstruo ya no existe, aunque si te digo la verdad, nunca se supo si realmente existió. ―Dijo echando una mirada al resto de sus hijos, un varón más y tres chicas, apenas unas niñas. Continuó ―Como os dije, solo fue una leyenda que nunca se confirmó, como tantas y tantas otras que leeréis seguramente en vuestros libros de texto.
― Por cierto ¿a que no sabéis que mi abuelo, vuestro bisabuelo, tenía una tía bruja? Viendo los asustados ojos de sus hijos prosiguió divertido.
― Pues sí, él contaba que siendo niño, tenía tu edad Pedrito, once años. Miró fijamente al pequeño. Éste lo observaba con los ojos muy abiertos y una cara de susto que tiraba de espaldas. Contaba que su madre, vuestra tatarabuela, lo mandó un día a por leche porque quería hacer arroz con leche y se le había acabado y cómo vivían muy lejos del pueblo, en una casita cercana al bosque, no tuvo más opción que coger a la burrita Dorotea y salir al trote. Eran las cinco y media de la tarde, invierno, y se le hizo muy pronto de noche. Nada más oscurecer, contaba mi abuelo, que empezó a escuchar el llanto de un niño, cosa que le sorprendió mucho, ellos vivían alejados del pueblo y no conocía a nadie más que viviera por allí. No obstante abrió mucho los ojos intentando ver algo en aquella oscuridad pues, no había luna y, por no llevar no llevaba ni un mísero candil, se fiaba de la burrita, ella sabía muy bien el camino y jamás tropezaba. Por fin, siguiendo el llanto, se encontró con el niño, aparentaba tener unos cinco años y estaba sentado a un lado del camino. Lloraba desconsolado tapándose la cara con las dos manos.
― ¿Qué te pasa pequeño? preguntó mi abuelo ―¿Te has perdido? ¿Dónde vives que te llevo en mi burrita?
El pequeño sin levantar la cabeza aceptó la mano de mi abuelo que lo ayudó a subir a la burrita Dorotea poniéndolo detrás de él. No habrían dado ni diez pasos cuando el llanto del pequeño cambió y en su lugar comenzó a escuchar el chirrido del arrastrar de unas gruesas cadenas… y una voz muy ronca que decía: «
Ramoncito, mira que dientes más largos tengo…». Mi abuelo se volvió asustado y lo que vio lo dejó helado de pavor, el niño se había convertido en un horripilante enano y éste se reía y le enseñaba unos sucios y afilados dientes en una sonrisa que le hizo hacerse pis encima, no sin antes darle un empujón al enano y lanzándolo al polvo seco del camino. Luego hizo correr como nunca a Dorotea ―¿Y dónde creéis que fue? ¿A su casa a buscar el refugio de los brazos de sus padres? Viendo Jorge que los niños no se atrevían a responder continuó: ― Pues no, ¡al pueblo! allí vivía su tía, la bruja. Y efectivamente, al llegar a su casa se la encontró bailando con su escoba, las dos se movían al mismo compás, aunque solo una de ellas reía y reía… extrañamente con la misma risa del enano. Mi abuelo no se lo pensó dos veces, cogió la escoba y corrió de allí a escobazos a su malvada tía, la bruja. Desde entonces a ésta jamás se le ocurrió volverle a gastar a nadie (y menos a mi abuelo) broma tan macabra. Y colorín colorado esta historia se ha acabado.
Oh, os diré que mi abuelo estaba medio loco, que al hacerse mayor y casarse, era un borracho que guardaba todas las noches un afilado cuchillo bajo la almohada y amenazaba a mi abuela que la iba a degollar en cuanto se quedara dormida. Pero, tranquilos, nunca ocurrió, mi abuela en cuanto el abuelo se quedaba dormido quitaba el cuchillo y lo devolvía a su lugar en la cocina. Fin.