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¡A VOLAR! by Estrella Rodriguez

2d383a4c91040e3230b4dd84b4294c4b Desperté envuelta en una nube densa que me hizo toser. Pensé, ya me dejé el fuego puesto, algo habitual en los últimos tiempos en los que parecía estar como ausente. Abrí la puerta y la escalera estaba clara. Además no olía a humo, no, no era humo, parecía polvo. -Sara… -¿Otra vez tú? ¿No me vas a dejar dormir tranquila? Llevas unos días muy pesado. -Tienes que liberarme, ya llevo un año encerrado en el armario. No es justo lo que estás haciendo conmigo. -Está bien, recógete y hablamos. Inmediatamente la nube desapareció en el armario y la habitación volvió a su estado normal. Me senté en la cama dispuesta a acabar con la situación de una vez por todas y empecé a hablar. -Cuando ibas al casino con los amigos y no te acordabas de volver a casa, ¿dónde estaba yo? encerrada en casa. -Éramos todos hombres, no ibas a estar cómoda. -Ya y aquellas tardes y noches que te pasabas de chiquiteo con los colegas, ¿dónde estaba yo? seguía en casa —dije. -Te ibas a aburrir, hablábamos solo de trabajo, entiéndelo. -¿Sigo? Cuando decías que tenías un viaje de trabajo,  ¡sí, de trabajo! Pero si eras el último mono de la empresa…  Desaparecías durante dos o tres días quien sabe con quién ¿Me llevabas? no, tenía que cuidar a los niños. -¿Y es mentira? Alguien tenía que quedarse con ellos. -Sí, sobre todo porque los tríos nunca me han gustado. -Ahora te estás vengando teniéndome encerrado aquí. -¿Qué me dices de las tardes de fútbol? Si ganaba tu equipo había que celebrarlo y si perdía… tenías  que ahogar las penas y mientras tanto ¿qué hacía yo?, esperar como una idiota. -Pero Sara, aunque tengas razón ya no podemos volver atrás. Si pudiera, lo haría. Sé que no me porté muy bien contigo. -Las salidas con la bici, las concentraciones de motos, las cenas con los amigos, las partidas de mus… ¿Quieres que siga? Si hasta el día del bautizo de tu hijo habías quedado a cenar con la pandilla. ¡Por favor!  Y… ahora quieres que te libere. -Tú verás, como no me saques de este armario no vas a poder dormir tranquila ni una sola noche de tu vida, elige —me dijo con desparpajo. Preferí callar, una conversación con unas cenizas no son el mejor remedio para el insomnio. Quizá después de unas horas de sueño pudiera pensar con más claridad y tomar una decisión. Cuando Jesús se mató en un accidente de coche el año anterior, en uno de sus “viajes de negocios”,  me dije -ahora vas a estar en casa todo el tiempo que no estuviste  antes. Una vez incinerado su cuerpo, las cenizas fueron a parar a la urna más barata que había, aunque se merecía que las hubiera metido en una bolsa de basura y tirarla al camión, a mezclarse con todos los desperdicios. Esa sí que hubiera sido una buena jugada  con lo escrupuloso que era. Pero no, me le traje a casa y le subí a la parte más alta del armario de mi habitación. Ya pensaría lo que hacía con él. Había pasado unos meses muy tranquila aunque, he de reconocer, le echaba de menos. En el fondo le quería, si no fuera así no hubiera aguantado tanto. Cuando iba a salir, mientras sacaba la ropa del armario, le miraba y decía, ahora me toca a mí y tú: ¡ahí te quedas! Reconozco que era una venganza muy infantil, pero me reconfortaba hacerlo, era como si eso me resarciera de todas sus humillaciones. Pero las cosas habían cambiado; hacía días que Jesús había empezado a manifestarse por las noches, me despertaba a cualquier hora, susurraba mi nombre, unas veces se reía, otras lloraba. Me negaba a aceptar que fuera real, nunca creí en fantasmas pero ante mí estaba la evidencia, Jesús me hablaba desde su encierro. Incluso había aprendido a abrir la urna invadiendo la habitación como esta noche. No tenía miedo pero empezaba a estar harta. Era el momento de hacer algo. Desperté temprano, hacía un día primaveral precioso, cielo azul salpicado de nubes blancas. Había un sitio que le gustaba especialmente, así que cogí la urna, la metí en el coche y me encaminé hacia ese lugar, en lo alto de una montaña. El camino estaba bastante intransitable después de un crudo invierno, avancé despacio mientras recordaba aquellos primeros tiempos en que subíamos hasta aquí. Paré al lado del pequeño refugio de montaña, que hacía años no se usaba. Me senté en una gran piedra y contemplé el valle. La vista era espectacular, bosques de encinas, robles y pinos, un pueblecito al fondo con una pequeña iglesia románica de piedra rosada. Pineda de la Sierra, era la cola de un gran pantano y un sinuoso río con agua helada y cristalina. No había nadie, se respiraba una paz infinita solo rota por el canto de los pájaros que volaban de árbol en árbol y el rumor de una pequeña fuente que había al lado. Sabía que le gustaría el lugar. Se levantó un ligero viento. Mejor, así las cenizas volarían más alto… -Jesús, llegó el momento. No quiero volver a saber de ti y si tienes la ocurrencia de encarnarte en algo o alguien, por favor, hazlo a miles de kilómetros de mí. -¿Te acuerdas? Veníamos aquí con la tortilla, nos tumbábamos en la hierba y nos besábamos. Hubo un día que los besos nos fueron incendiando por dentro, hasta que terminamos haciendo el amor, casi nos descubre el pastor… las ovejas se adelantaron y nos avisaron. Fueron buenos tiempos aquéllos. -Lo estropeaste todo. Me relegaste al último puesto de tu vida, mataste mi amor lentamente y ahora, ni siquiera de muerto, me dejas en paz. -Estás siendo muy dura conmigo, Sara. -No creo, al contrario, creo que siempre fui muy blanda contigo, de otro modo, las cosas quizá hubieran sido diferentes. Ahora ya no hay vuelta atrás, cuando nos casamos, nos dijeron “hasta que la muerte os separe”, así que deja de darme la lata y… ¡A VOLAR! Abrí la urna y aprovechándome del oportuno viento, giré para coger impulso y lancé las cenizas lo más alto que pude, con la intención de que se esparcieran por el valle y no pudieran volver a reunirse, conociendo a Jesús, no la tenía todas conmigo. Me monté en el coche, puse la radio a todo volumen y canté a voz en grito, me sentí liberada. Jesús estaría feliz volando entre las nubes, era su estado natural, libre, sin ataduras. Yo también me sentí así, borrón y cuenta nueva, a vivir de nuevo. Cuando volví a mi calle paré delante del contenedor amarillo, saqué la urna y la tiré. No creo que  quedasen restos de ceniza, a Jesús no le gustaría acabar en una trituradora de metal. Me sentí contenta, me había liberado del rencor e hice lo que pensé que le hubiera gustado, volar libre en la montaña.     .      

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