Entró y a los pocos metros, descubrió su mirada rodeándole el escote, subiendo por su cuello hacia sus labios. La electrizó. De forma automática, elevó los hombros y los movió hacia atrás, irguiéndose. Siguió hacia el interior del pub, pero con pasos mucho más largos y acompasados.
Sabía que él continuaría observándola. Una media sonrisa de satisfacción le brotó sin que lo notara. Se sentía estupenda, la más sexy y atrevida del lugar. Esa certeza la impulsó a realizar lo que denominaba caminata modo felino: mirada a un punto fijo inescrutable, brazos relajadísimos, contoneo de caderas, piernas en sinuosa cadencia.
En ese trámite estaba cuando una de la tira de piedritas plateadas de sus sandalias se soltó; su delgado pie cedió y, siguiendo el movimiento de todo su cuerpo, avanzó solo, descalzándola. Notó la inestabilidad pero eso no arruinaría su resplandeciente ingreso, ni perdería la atención de ese hombre que prometía una noche irrepetible.
Dejó que la sandalia quedara a medio camino, simulando que nada había ocurrido. Mantuvo el paso y se ubicó en el más cercano de los taburetes junto a la barra. Movió la cabeza, para que el cabello le ondeara, exhibiendo sus hombros. Segura de que nadie lo había advertido vino un refreshing de confianza. Además, pensó, al haber quedado de espaldas, ¿quién le miraría el pie, con su trasero enfundado en esa falda de piel corta y colorada hasta el infierno?
Se sentó de lado, escondiendo el pie desnudo. Se ubicó justo para poder ver el sector del piso en donde había quedado su sandalia pero también, para tener en cuadro a ese hombre, despertador de deseos inconfesos. Pidió una ginebra de fresa, y siguió tratando de parecer felinamente despreocupada mientras, con un ojo puesto en cada lado, cavilaba cómo haría para recuperar su calzado sin perder su presa.
Ya estaba por el tercer sorbo a la bebida rosada, cuando notó que sus deseos se encaminaban: él mirándola seductoramente, se abría paso entre la gente, acercándose. Tomó la copa y al levantar la vista vio que él trastabillaba y se agachaba para reaparecer con una sonrisa socarrona. Con el brazo bien alto, y su sandalia en la mano, gritó con voz de tenor:
─ ¿Quién es la borracha que ya perdió el zapato?
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