La tormenta de la noche, sus fuertes relámpagos y centelleos puso de los nervios a Gloria que estaba embarazada, adelantándose el parto dos meses. Al llegar el alba reventó, teniendo Plutarco que ir por la partera para que recibiera al bebé. El parto fue rápido sin ninguna complicación, el nacimiento se dio en un pueblo de los montes de María. Plutarco eufórico estaba festejando el nacimiento de su hijo, cuando paso un anciano y le dijo: “guarda está aseguranza y dásela al niño cuando cumpla la edad de diez años”.
—Su vida será afortunada y será el pilar de la familia en su vida. —repitió.
El tiempo no se detiene, y atreves de los años aquel niño se hizo hombre al que llamaban la sombra cariñosamente sus hermanos.
Melquiades Pedrosa, es un hombre de baja estatura, y un poco gordo, su piel iba perdiendo su pigmentación por la enfermedad del lupo, cabellos crespos, negros con mechones blancos, ojos claros, grandes, manos gruesas llenas de callos por el trabajo que realizaba desde niño al lado de su padre.
Plutarco Pedrosa había heredado la finca los aguacates, precisamente cuando Melquiades había cumplido sus diez años a tres meses de haberle puesto la seguranza como pulsera.
Padre e hijo disfrutaban marcando sus reses, recogiendo sus cosechas de maíz, yuca, ñame, millo, frutas, lo más productivo de la finca los aguacates, actividades que realizaban en familia. Muchas veces, vivían felices, reinaba la armonía, y la tranquilidad en la región de los montes de María.
Cada día de los meses del año iban y venían, hasta que llegado ese viernes de marzo decidieron quedarse para cuidar de unas reses que estaban pariendo.
La finca los aguacates estaba bañada por la luna llena esa noche, el silbido del viento irrumpía el silencio, para iluminar la vivienda habían colocado unos mechones en los horcón de la vivienda, tenían una radio de batería con la que escuchaban música de la emisora del pueblo, sacaron una botella de aguardiente para calmar los nervios y relajarse del temor que producía la noche.
El cansancio los venció, cada uno se acostó en su hamaca, eso de las dos de la madrugada escucharon un estruendo que les puso de los nervios, bramidos, cacareos, ladridos, ráfagas de disparos.
Asustados esperaron que llegará el silencio, machete en mano la sombra y Plutarco abrieron la puerta, al salir quedaron paralizados, impactados e impotentes ante la presencia al ver los cobertizos ardiendo, las vacas muertas en los corrales, cerdos, gallinas, caballos y los perros.
Desconsolados padres e hijos ante aquella infamia, crueldad, maldad, sevicia ejecutada por el comandante Kiko, paramilitar que venía imponiendo la ley en la región, para su grupo no había justicia, ni leyes que no quebrantara.
Tal era su poder que el ejército, la policía no hacían presencia en esa zona por el miedo y falta de huevos.
Después de esta masacre en la finca los aguacates, hallaron en un horcón en la entrada un panfleto que decía:
Desde este instante la finca los aguacates pasa a (a)crecentar las tierras del comandante Kiki. Desocupen a la brevedad, o serán asesinados.
Enojados, tristes en sentaron en el único burro que le habían dejado vivo. Para regresar
a San Onofre, pueblo donde tenían su residencia.
Pasaba el tiempo, el alma de la familia Pedrosa llevaba un hierro caliente, su situación es de necesidades, penurias, enfermedades y muchas angustias.
El más afectado fue Plutarco que una mañana del mes de junio, (lo) Lo hallaron muerto en su hamaca. El dolor y la pena moral por la pérdida de la finca lo llevo a la muerte.
La sombra se tocaba su amuleto, entre lágrimas juro en la tumba de su padre asumir la carga de la familia para poderla mantener.
Su hermano Rigoberto dos años menor que él, se fue a la finca los aguacates en horas de la noche para hacer justicia, desconocía hasta qué punto estos hombres de muerte eran crueles, lo asesinaron y lo enterraron en una fosa que excavaron bajo un árbol de roble.
Al no llegar a rigo, esa noche a su casa, y al estar inocente de lo ocurrido lo hacían donde una moza que tenía en San Jacinto, pasaban los días y la madre y sus nueve hermanos comenzaron a preocuparse y más que la habladurías de la gente del pueblo comentaban de que algo malo le había ocurrido.
La sombra se presentó en casa de Rosa Montes, y averiguar por su hermano.
Sin saber nada Rosa le dice:
—Tengo más de cuatro meses que terminamos y que no le interesaba nada sobre rigo.
La sombra regresa al San Onofre y se dirige a la inspección de policía a denunciar la desaparición de su hermano. El agente Rodríguez le dice esta bitácora tiene cien páginas, con cuarenta renglones y está llena de desaparecidos y muertos sin encontrar. Contigo termina la última página de la bitácora.
La sombra se dirige a su casa, pensativo, de cómo dar la noticia que su hermano lo habían asesinado, ya que se había enterado en un bar que su hermano fue a los aguacates. Él después de pasar por todos estos meses trágicos busca en su amuleto tomar el rumbo de su vida con la constancia de ser el sostenimiento de su familia.
Se ganaba la vida jornaleando en fincas de conocidos, el dinero ganado con el sudor de su frente lo daba a su madre y las pocas hermanas solteras, las demás habían tomado maridos.
Cada mañana este campesino ensillaba su burro, cogía hacia la finca de Jacinto Mates donde ejercía su trabajo de jornalero, llego con los primeros rayos de luz del día, desensillaba su burro.
Cuando escucho una voz de mujer que le ofrecía un tutumaso de café con leche, yuca cocida con suero criollo.
Es Érica la hija del capataz, una mujer delgada de contextura, desdeñada en su vestir, de facciones encantadoras, de unos treinta y seis años. La sombra le contesto con: “¡Mucho gustó!” —Acariciando su amuleto. Y dijo:
—Esto lleva incluido el almuerzo, para regresar a verte.
—Si tú quieres, Te espero —respondió ella.
Paso la mañana trabajando, limpiaba con su machete de bajo de un matorral, cuando salto un conejo, el cuál cogió, llevándolo a Erica en horas de almuerzo.
Transcurrían los días y la comprensión, y el amor florecía, no hubo palabras hasta aquella tarde que le pidió que se fuera con él a vivir. Su amor fue fructífero en cuatro años de convivencia habían tenido cuatro hijos y el la suerte le había cambiado como pronóstico el campesino el día de su nacimiento.
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