Ayer, en el control del equipaje de mano del aeropuerto de Bilbao, me ocurrió algo que me dejó pensando. Puse en la bandeja con el ordenador y la mochila el botellín de naranjada que me había sobrado del desayuno. Al pasar el escáner tuve este diálogo con el agente de la empresa privada que se encarga de la seguridad:
— No puede llevar este botellín!
— Pues me lo bebo.
— No puede bebérselo aquí.
— Pues le hago una foto con el botellín.
— No pueden hacerse fotos aquí.
— Pues escribiré un artículo sobre esto.
Y aquí estoy escribiéndolo. Me parece que la prohibición de llevar líquidos, aprobada en Europa en 2006 en la «lucha contra el terrorismo», se lleva a veces a extremos absurdos. Recuerdo ahora cómo hace varios años me retiraron en Berlín un tubo de pasta de dientes porque excedía del tamaño establecido: lo atribuí entonces al rigor germánico. Pero desde entonces he visto muchas veces retirar botellines de agua a ancianitas del todo incapaces de ninguna actividad terrorista.
Me viene a la cabeza que hoy en día que está ya disponible hasta el reconocimiento facial de los pasajeros, no tienen sentido esas normas sobre el transporte de líquidos. De hecho leo en la prensa que AENA permitirá llevar líquidos con el equipaje de mano en este año 2024 por la disponibilidad de nuevos escáneres 3D.
Debemos trabajar para que nuestra organización social sea razonable. Entre muchos otros aspectos, conviene repensar el sistema de control en los aeropuertos para que no sean odiosos, sino que resulten razonables y amables para todos.
En todo caso el agente de seguridad que me retiró la naranjada ya mediada, me hizo pensar y me regaló este post.
Barcelona, 5 de mayo 2024
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* Jaime Nubiola es profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Navarra, España (jnubiola@unav.es).
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