
“La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de Internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad” (Umberto Eco)
En su última novela “Número cero” (Numero zero, 2015), la historia de un editor que logra manipular a los poderosos por medio de un periódico que nunca sale a la luz, el director del diario confiesa ante la redacción que los periódicos nos cuentan lo que ya sabemos, por eso venden cada vez menos (lo que, desde la llegada de la TV y la consiguiente transformación del homo sapiens en homo videns, ya sabíamos) y un aguerrido reportero va proclamando que los periódicos no están hechos para difundir sino para encubrir noticias mediante el disolutivo método de ahogarlas por inundación (algo que posteriormente Internet se ha encargado de multiplicar hasta el paroxismo). En ese tono sarcástico tan característico el propio Eco ya anteriormente había sentenciado que “Las redes sociales han generado una invasión de imbéciles que le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios”. Un diagnóstico radical pero útil que nos debe servir como aviso a navegantes (nunca mejor traído) en nuestras singladuras por la red de redes. Opinión expresada por voz muy autorizada contra la que no dispongo de la fuerza moral suficiente como para rebatirla, pero sí del ánimo necesario para esforzarme por evitar quedar afiliado en alguno de sus disfemismos (tonto, imbécil, idiota o necio).
Años antes (finales del pasado siglo) Jean Baudrillard publicaba el ensayo El éxtasis de la comunicación (incluido en un tratado sobre La Postmodernidad, escrita por varios autores) donde ya nos apuntaba las claves (no sólo sociológicas) de esta nueva era de las comunicaciones en el ciberespacio (órbita que él denomina mediosfera) donde lo real, en constante simulación, se disuelve en lo virtual: la copia sustituye al original. Este mundo de la inmediatez informativa global en el que se explicitan todo tipo de datos de una forma aparentemente caótica (sólo aparentemente, pues sabemos que toda interface es un recorte de acceso que ha sido previamente diseñado por una compañía o diseñador y en el cual los grados de libertad que creemos tener han sido decididos con anterioridad). Mundo que él ya entonces calificaba de obsceno “La obscenidad comienza cuando ya no hay espectáculo ni escena, ni teatro, ni ilusión, cuando todo se hace inmediatamente transparente y visible, cuando todo queda sometido a la cruda e inexorable luz de la información y la comunicación” en definitiva, cuando se pierde la perspectiva o la necesaria distancia respecto de los acontecimientos. De esa forma la magia del mundo se desvanece ante el exceso laberíntico de información sistemática produciendo una hipertrofia de la comunicación que acaba con toda mirada, con toda comunicación y reconocimiento (por decirlo con palabras del propio Baudrillard). Vista la lúbrica profusión que ha experimentado su desarrollo exponencial, para mí que se quedó corto en el calificativo, ahora más que obsceno pediría ser elevado a la categoría de pornográfico (más allá de su asociación a la simple, y comparativamente ingenua, representación explícita de la sexualidad).
A este respecto, hace relativamente poco tiempo, llamó mi atención un chascarrillo oído en un medio radiofónico (a nuestros efectos no importa si falso o verdadero) que nos puede servir como ejemplo de esa, llamémosle, dislexia historicista (ese patológico trastorno del aprendizaje por híper-expresividad) a la que nos aboca esta forma de cultura a la carta: un profesor de historia pregunta a sus alumnos ¿Sabéis quién era Franco? y éstos le contestan “Sí, el abuelo de Pocholo1” (una respuesta inopinadamente vacua, aunque verdadera). No nos debería extrañar entonces que hay quien llege a reconocer a Hitler como el dueño de una perra pastor alemán de nombre Blondi, a Stalin porque se casó en segundas nupcias con una tal Nadia que sufría de migrañas, quien rememore a Napoleón por su miedo a los gatos, el que caracterice a George Washington por su cara picada de viruela o, por poner un ejemplo tonto, confunda al coreano Kim Jong-un con nuestro inefable coplista Falete.
Parecida situación, expresada con más elegancia, es la que presentaba el poeta y ensayista alemán Enzensberger en un artículo titulado “Erasmo y la peluquera berlinesa”, en el que describe los comparativamente escasos conocimientos (eso sí, muy ordenados) de los que disponía en su tiempo un sabio como Erasmo de Rotterdam (Platón, Aristóteles… y por ahí) que le permitían ser uno de los humanistas de referencia del Renacimiento, frente a la desmesurada información (la alineación de los jugadores del Bayern y sus respectivas novias, las actrices que se habían divorciado ese año, las vicisitudes sentimentales subidas al facebook por sus amigas íntimas…) que manejaba a comienzos de este siglo una peluquera de Berlín (conseguida a través de Internet o de la TV) y que le facilitaba el poder relacionarse, aunque fuera de una forma primaria, con sus amigos y conocidos. La moraleja deviene obvia: uno tenía formación y la otra no pasaba de la información, de una ingente cantidad de datos banales.
Las espectaculares transformaciones de los últimos años permiten predecir que este milenio cambiará las reglas del juego, las están cambiando ya. pero no podemos aventurar en qué dirección. Asistimos así atónitos a este nuevo Big Bang en los modos de comunicación de una novedosa trama social, enredados en esa colosal tela de araña en la que seguiremos hurgando sin desmayo en un desesperado intento por rescatar entre tanta basura los valores de universalidad (las libertades, los derechos del hombre, la cultura, la democracia) enmarañados, si no excluidos, del curso de la globalización propiamente dicha (la de las técnicas, el mercado, el turismo o la des-información), donde los social media siguen dedicándose casi en exclusividad al marketing en Internet usando las redes sociales para ofrecer productos y servicios, creando algoritmos matemáticos con ese mismo fin o induciendo el interés de los usuarios para que ellos mismos, a través de sus opiniones o discusiones divulguen y estimulen (de una forma, como decíamos antes, sólo aparentemente libre) el producto o servicio en cuestión.
Pertenezco a una de las últimas generaciones (la Baby boomer, después vendría la Generación X) que aprobaron sus estudios sin Google ni Wikipedia, nada más que por eso ya mereceríamos la consideración y el respeto de todos nuestros digitalizados hijos, los nuevos Millennials o, en su caso, la Generación Z. Baste recordarles que en los aspectos esenciales de la vida no hay simulacro virtual ni híper-realidad artificial que valga, todavía hoy todos nacemos, nos enamoramos y morimos analógicamente o, al menos, eso quiero seguir pensando.
Blog: https://elmonocalvo.wordpress.com
- José María Martínez-Bordiú y Bassó, más conocido como Pocholo, sobrino-nieto de Franco. Popular por sus excéntricas e histriónicas apariciones en la prensa rosa y programas de televisión, así como por su trabajo de disc-jockey y animador de la discoteca Pachá en Ibiza (Wikipedia).
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