No tuvo suerte el hombrín. Al menos en aquel trance. Si el tiro lo hubiera dejado seco en la cuneta o despatarrado en medio de la calle…pero no, la bala se le encajó en donde le dejó sin modo de ponerse en pie y manando lo suficientemente despacio para que notase cómo la vida se le iba… De su mal fario sacaría fuerzas para arrastrarse. Dejando un rastro de sangre cruzó el puente hasta las primeras casas del pueblo donde quizá esperaba que alguien tuviera con él la piedad que jamás anidó en su corazón.
—Un buen disparo entonces.
—Un excelente disparo, sí; pero nadie había con semejante puntería ni conocimientos anatómicos así que lo dejamos en justicia poética de última hora.
Tuvo que ver cómo la primera ventana se cerraba y supo que no casualmente sino con la decidida voluntad de ignorar el sufrimiento, ahora suyo, que él no quiso ver en los demás ni cuando pudo aliviarlo y aún menos cuando fue por causa suya. Nunca quiso ni impidió que sus labios perdieran el rictus habitual para dejar entrever una mueca de regodeo ante una lágrima ajena pero no pudo evitar un brillo de lujurioso goce en sus pupilas.
¿Qué pudo pensar ante cada ventana, cada puerta que se iba cerrando no a su paso sino a su arrastrarse sangrando? ¿Nadie iba a socorrerle? Alcanzó a decir “¡favor, favor, vecinos…!” Si no necesitaba más que una puñetera venda, un trapo con que tapar la herida y que alguien llamase al médico… Este sí que vendría, este tenía un juramento que no podría traicionar… pero más que la herida acaso le quemase saber que tras los visillos, tras las rendijas de las puertas algunos miraban esperando que llegase la muerte… sin prisas, lo mismo que tanto tiempo sus ojos de delator habían estado espiando a todos, aguardando el momento oportuno para decir qué y quién ante quien pudiera beneficiarle en algo; las pocas luces que tenía le servían para entender que saber cosas de los demás le era útil. Cosas como una mirada a hurtadillas durante una misa con la demasiado joven hija de alguien, una simpatía política, la visita a horas poco convencionales a la viuda y por la puerta de atrás le permitían mover los mojones de las fincas para agrandar las suyas y su parte era callar haciendo saber que callaba.
Puso precio a su silencio de alcoba trasladada a pajar o cualquier otro remedo de lecho clandestino y a ambos pasó la factura de su boca cerrada cobrando a cada quien lo que pudiera convenirle o codiciar sin que un pago saldase una deuda nunca contraída sino un plazo más, hasta su siguiente apetencia.
Y esto era lo menor. Chivato es palabra grave en asuntos de pupitre y patio de colegio que te puede dejar sin amigos hasta que una penitencia de soledad te redima, pero “delator” tiene hasta tipificación penal y algunas pronunciadas, ante quien creía los suyos, acabaron con fuego en el paredón cuando convenía aparentar legalidad, otras, las más, un paseado en la cuneta y más huérfanos a trasmano en el pueblo.
No se supo cuánto tardó en morir pero nadie le desea –ni hoy, cien años después- brevedad en el trámite ni ausencia de dolor; tanto dolor como un cuerpo humano pueda soportar sin desmayarse, sin perder la conciencia… tan malo era. Tanto daño hizo… Y mucha literatura le estamos dedicando a semejante miserable que vivía de joder a los demás para medrar. O sólo por hacer saber de su fuerza.
—Un pobre enfermo entonces…
—No. Un cabronazo que era mala persona a sabiendas y se regodeaba en ello.
—¿Y no habría sido más bonito socorrerle y que hubiera tenido que vivir muchos años agradeciendo una ayuda que él nunca prestó? Como venganza habría sido superior. ¿Quién le disparó?
—Cualquiera. Todos. Yo mismo. No importa. La idea de matarlo estaba en todos. Algunos pensaron abrirlo en canal, sajarle el cuello de un guadañazo, tirarlo a un pozo…cada cual tuvo su idea para matar la alimaña. Al hijoputa porque, al fin, la bestia sólo mata cuando tiene hambre o para alimentar a su camada. El hijoputa te revienta cada día tanto como puede.
Se había comprado una sepultura para cuando le llegase la hora y dejó encargadas misas que sí que tuvo. Sólo el cura, sin monaguillo, la iglesia desierta. “No va a haber misas bastantes, padre” dijeron algunos y el cura cabeceaba quizás asintiendo, tal vez cautivo de su obligación.
Hubo que reunir el concejo para decidir qué hacer porque el enterrador dijo “no”. El alcalde se creyó obligado a insistir en virtud de su cargo pero en enterrador escupió en el suelo y arrastró con el pie el salivazo: No.
Se decidió que el médico gestionase la entrega del cuerpo a la ciencia y así se hizo.
Hace años ya que hubo de derruirse la sepultura porque el tiempo y la falta de cuidados la estragaron. El terreno ha revertido a propiedad municipal y sigue a la venta. Nadie va a comprar lo que un día fue del hombrín.
Ni las campanas pudieron ser lúgubres cuando tocaron a muerto aquel día.
+ There are no comments
Add yours