miércoles, mayo 1 2024

A la mesa del castillo

by Alejandro Rabelo García

«Británica puntualidad. Nunca desperdicio la oportunidad de presumirla como una de mis escasas virtudes. Mis amigos me critican por llegar puntual incluso a las fiestas. No les falta razón si me mantengo consecuente con mi buen hábito: Tras sentarme a la mesa antes que nadie, observo el arribo de los contertulios y me sitúo al alcance del paté de hígado de ganso, las galletas circulares de trigo y el untador limpio. El mesero, gentil y útil, rellena de sidra mi flauta de champán y me abandona a la escucha exquisita de Club verde, cuyas notas se pierden en el firmamento del Anáhuac».

La gélida brisa alborota mi cabellera. Suspirando placidez, me desabotono la gabardina. Reviso mi reloj escondido en el chaleco exactamente a las 9:16 de la noche. La terraza luce espléndida de ornatos florales y gonfalones relucientes mientras el valle duerme a la luz de la luna. Anolo en mi boca otro poco de sidra. Casi escupo el siguiente sorbo al sentir en el hombro una palmada y las palabras Guten nacht: Fernando Maximiliano vestido de civil, negros el calzado, el pantalón y el saco largo, inverosímiles el pequeño sombrero de charro y el pañuelo blanco, ocupa su asiento contemplando los monogramas en la vajilla. El mozo despacha la sidra pero un desganado Danke lo despide.

A punto de responderle, resuena el “buenas noches” de Agustín, desprovisto de botas de charol, florete, bandolera trigarante, casaca de dragón y bicornio. Más desenvuelto aunque ataviado nada más que en camisa y pantalón de manta blanca y rudas alpargatas, ordena con ademanes protocolarios su bebida y más viandas.

“¿Espera a alguien, caballero?”.

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