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Lunas de Lantano —04 by Félix Molina

4. El sol nace en mi ojo derecho y se pone en mi ojo izquierdo

–Esta claro que Eliseo es el poeta del momento…

Erik Dukas, germano-francés, ensayista reputadísimo, siempre duda de si lo que dice lo habla o lo escribe. A cada momento debe conectarse a alguna red social para opinar, sin desconectarse de la lacerante realidad de su interlocutora. Es él y su pantalla, abajo, como en una sima donde sus dedos espeleólogos no dejan de activarse. Está aquí, pero no quiere estar.

 –Con eso del momento te referirás al instante, ¿no? Al ahora mismo. Al ya.

Ifigenia Asdrúbal, venezolana, poeta social, ríe desaforadamente. No le basta con la poesía, quiere transformar la sociedad. Lo malo es que a veces fuerza los acontecimientos para escribir sus versos y eso le granjea sospechas. Pero de granja con mulas y todo.

–Qué maldad la tuya, Ifi. En el fondo te da rabia de que el hombre esté llegando precisamente al fondo de la poesía. Die Essenz. Die Wesenheit… Los alemanes no usamos menos de dos palabras para definir un único concepto abstracto.

Dukas (que siempre acostumbraba a ver su nombre escrito entre paréntesis, acompañado de un año y un número de página) estuvo a punto de untar mantequilla a su móvil, en el afán por no dejar una sola pregunta de su blog Das Unbekannte / L’inconnu sin respuesta. Levantó solo un instante la cabeza, para reparar en el desfiladero de los ojos de Ifigenia, que procuraba evitar el enésimo resbalón de un aguacate, la masa verdosa deslizándose por la gaviota de sus manos.

–Oh, el fondo, el fondo. Y a la forma, con sus paisanitos muertos de asco, que le den cartucho. Siempre hundidos en vuestras razones y vuestros motivos. Y a las tristes consecuencias de tanto raciocinio solo les toca amordazarlas y enchironarlas.

Dukas (2016: 22) volvió a levantar la cabeza, estimulado por el aparente enfado de Ifigenia. En realidad, la poeta alternaba su irritación transcendente con el descenso a un zumo de tomate que se hacía cúpula dantesca cuando alcanzaba su boca.

–Míralo, ahí viene, enganchado a su camarita. Esa es otra: dice que la imagen es la sucesora natural de la poesía y por ahí que va grabándolo todo, para cuando deje de decir con palabras, me soltó la otra noche.

Eliseo Litti, envuelto en su propia nube, deambulaba antes de desayunar por la zona más alejada de los merenderos, persiguiendo imágenes con su móvil de avanzada óptica incrustado en un monópode, como quien se quiere hacer con una familia entera de mariposas. Desatendido, su desayuno era pasto de los chotacabras más acomodados, indiferentes a la verdadera caza de la mariposa. Las aves, discretas pero insistentes en su presencia, parecían también becadas por Lunas de lantano. Por un momento, el sigilo de Eliseo en su captación fue tal que parecía, entrelazado con la arboleda que lo recortaba, el propio logo de la fundación.

Qué hay de lo suyo con Rosita. La menuda pinchó Erik, abandonando su tono más ensayístico–.

–Bah, pura mugre. La otra no le echa ni cuenta. Y encima hace como que tiene celos gordos de mí, porque Eliseo quiere sacarme barata la traducción de uno de sus cataloguitos de galerías y no hace más que frecuentarme. ¡No llega a un cuarto de dólar la palabra!

Dukas, más contrariado que un artículo de los suyos en una revista científico-literaria, la miró de arriba abajo, como si fuera un ente de nueva creación, tan ensimismado estaba en lo que iba desfilando por su móvil.

–Primera noticia que sea un poeta precisamente quien no valore la palabra.

La sorna se le escapaba de los labios, como los trozos de migas tostadas y enmantequilladas.

–No será ese –apuntó desdeñosa Ifigenia, mientras señalaba a Eliseo, en un gesto con el índice que era pura (o impura) burla del Tadzio de Visconti.

Y Eliseo, que ahora acababa de tropezar con el monópode, se quedó como un chotacabras, a ras del suelo, cruzando sus ojos con los de una mariposa real.

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