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Políticamente NO correcta: Influencers versus beatniks by Úna Fingal

Influencers versus beatniks by Una Fingal
Suelo asomarme a la hechizada ventana de las redes sociales cada día. Y cada día crece mi asombro ante una realidad impuesta a golpe de ingeniosas fotografías que describen libros y cualquier otro objeto causante de placer y felicidad. Ya los vaticinios del viejo refrán se han cumplido sin remedio, por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, cierto es que hoy en día, según las redes sociales, la palabra escrita, herramienta del pasado de moda intelecto, aunque sea trasnochado, poco vale, o nada.
Así pues, la imagen gana y si la imagen no se hace pública el acontecimiento, cualquiera que sea, no ha sucedido. Cada día mi asombro crece ante el imperio de lo vacuo, vacío y carente de sentido. Y cuando me conecto, me parece escuchar los lamentos de la vieja reina destronada, señora televisión todopoderosa antaño, porque hoy, el ocio se lo han llevado las aplicaciones para el Smartphone. Y el aumento exagerado de la contractura cervical desborda a los traumatólogos de todo el mundo. Amén de los psiquiatras que no saben cómo contener la avalancha de depresiones, porque no es fácil levantar la cabeza y contemplar el triste e irreal mundo que nos rodea fuera de la dichosa ventanita, un mundo donde nada es tan bonito, ni tiene filtros, ni el arcoíris domina más allá de la mirada, ni todo sale bien, ni todo es un triunfo constante, ni la sonrisa es permanente, ni los platos de comida los tienes delante de la nariz, ni los gatos se ponen gafas, ni los perros caminan a dos patas, ni los libros son los más reseñados, ni los vestidos quedan perfectos, ni los juegos ocurren de verdad. No. Cuando se levanta la cabeza, el mundo que se ve es el de la lucha constante por sobrevivir a los avatares de lo cotidiano, por salir corriendo y no perder el autobús del trabajo, es el mundo de tu gato arañándote las piernas al pedir su comida, el del libro abandonado sobre la mesita de noche y que no has abierto hace días, el del olor a quemando del guiso si te distrajiste atendiendo los lloros del bebé, ese es el golpe de realidad que no admiten las redes sociales, y mucho menos las influencers cuya perfección prefabricada a golpe de obsceno talonario y cuestionable bisturí evita cualquier reflexión e introspección hacia la propia esencia. Tal vez el fenómeno arrancara allá por los 80 con el Body cult , desarrollado desde los gimnasios. Sin embargo, hoy, la criatura de la perfección imposible se ha convertido en un monstruo devorador de cuerpos y mentes, en su persecución de la juventud eterna, solo falta un pequeño detalle, la operación rejuvenecedora de neuronas… ¿Qué danza podrán ejecutar las neuronas flácidas dentro de un cuerpo planchado? Asistimos al mito del autoengaño o el nuevo traje del emperador, o el nuevo burlador de Sevilla, y el mundo va cayendo en estas redes enredadas y enredadoras, y parece que de muy buen grado.
Atrás quedaron aquellas musas de los viejos años 50, olvidadas en sus fotografías en blanco y negro. Inspiradoras de sueños de pensadores, dramaturgos, poetas, pintores y cineastas que las acariciaban a través del humo de sus pipas, y que repartían lánguidas posturas de celuloide al mundo al mundo fascinado. Mujeres cuya rebelión ante el gris y deprimido mundo de postguerra establecido lo despertó. Su ideario las convirtió también a ellas en pensadoras, dramaturgas, poetas, pintoras y cineastas. Ese intelecto se expandía a través del brillo de sus miradas, aunque no dijesen una sola palabra, ya llenaban las salas de palabras cuando tocaba hablar.
Hablar… Oh ese arte también perdido, porque ahora solo se grita…

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