…buscarla como a una llave perdida
Por el patio -un aroma caricia de abuelos y meriendas- llegan ecos de canciones infantiles que te explicaban dónde y preguntando quién habría de ir a buscarlas … una vez fui, ya siendo grande… pero era un mar de lágrimas… me encontré con Alfonsina. Y tuve frío.
La que no pudo más e imploró lágrimas y ardimos
No era tiempo de llorar. Era la hora de la fiesta. Del exceso -tal vez- de bailar ebrios de vida sobre las brasas. Y cantar y beber y dejar la puerta abierta para el amigo y no desatender al vagabundo que pide un cobijo para el frío de esa noche… hasta que quiso buscar tiempo para la nostalgia (como si no hubiera de venir la muy hijaputa tarde o temprano sin ser invitada) y ahí la hoguera toma cuerpo: Disfrútame o arde pero no me hables de una conciencia que no tengo.
La sangre de tus venas en mi boca ya sin luz para mi muerte
No era la lírica metáfora de pensar tuyo el aire que preciso… sino la navaja cortando la piel… ¿querías que yo leyese el dolor en tus pupilas? ¿culparme por la felicidad que te negabas y que vinieras a contarme que en realidad dejar tu cuerpo bajo aquel que ya no amabas era un modo de esperar que algo ocurriera?... Y si: al final he muerto. Como el niño que ya no quiere más juguetes y entierra su infancia en un salar. Alguien lo puso en versos y músicas: «Me quité la vida para no matarla…»
La soledad, la lluvia, los caminos…
La creación acaso sea un acto onanista de dioses que nunca sabrán si por generosidad o presunción la comparten o simplemente la exhiben y se jactan abriendo el álbum… pero sé que quien comparte, quien sinceramente se ofrece está ganando puntos para otro parto y es semilla que germina dentro de sí y florece y bendice la lluvia que lava la cara a las flores, que les canta nanas subterráneas antes de la primavera … los caminos no son sin ti o sin mí recorriéndolos… yendo a otra parte. Siempre a otra esperanza.