
Llegué de trabajar a las 2:30. Él estaba sentado en el sillón con un vaso de agua y hielo, más hielo que agua.
Dijo que no hacía mucho había terminado de arreglar la puerta de la barda en la parte de atrás de la casa, por donde estaba el pasadizo. Recién terminaba, dijo.
Asumí que no era tan recién pues estaba vestido con ropa normal, no de trabajo, lo que indica que ya se había bañado, y por el olor en la cocina, había comido. Dos rosquillas con queso... dijo.
Luego saltó al tema de las botas… mis botas cafés. Cuando entró de arreglar la puerta, se topó con unas botas que parecían listas para tirarse a la basura, para llorar. Entonces ví las botas relucientes.
-No soporto ver una persona con los zapatos sucios, dijo- Eso lo sabemos los dos. Yo lo sé y sentí un poco de pena ante el nuevo lustre de las botas.
Le agradecí que las haya limpiado, al tiempo que sonreí divertida por su intolerancia, ¿o es amor?
Más tarde me sentí eufórica no sé porque, fue como pasar de una realidad a otra más emocionante. Analicé un poco y una parte mía insinuaba que era buen augurio, intuición de que algo bonito iba a ocurrir nuevamente. Otra parte de mi, me previno de confiar en esos arranques que a esta edad podrían ser trampas hormonales. La vida nunca es lo mismo después de Wonderland.
Beatriz Osornio Morales
1 Comments
Reblogueó esto en UNA LUZ MÁSy comentado:
Años después del País de las maravillas está ahora en Masticadores de Letras, Barcelona. Si quieren saber en qué acaban los cuentos de hadas, éste es un vivo ejemplo. Gracias al editor Juan R. Crivello.