martes, mayo 14 2024

Florencia Luce: «Yo nunca creí en la confesión, aún estando en el monasterio nunca creí en el poder del cura de perdonarme»

Publicado en Jot Down

Florencia Luce (Buenos Aires, 1961) fue monja contemplativa, vivió en un monasterio durante doce años y quizás este dato biográfico anteceda cada presentación suya. Hace tiempo que vive con su esposo y su hija en Estados Unidos y aprovechamos unos de sus habituales viajes a su país natal para charlar sobre su libro El canto de las horas, editado por Libros del Zorzal en Argentina y ahora también en España. Es imposible hablar de su novela sin hablar de su experiencia, porque las horas a las que alude el título son las más de cien mil que Florencia pasó en el monasterio. Excepto por un viaje a Francia para encerrarse entre otras paredes, entre sus veinte y treinta y dos años, su vida transcurrió entre rezos, trabajos y ceremonias. Compartimos charla y café en un bar de la tranquila, verde y señorial localidad de Olivos, muy cerca de la capital argentina, para hablar de una experiencia vital y el largo proceso de convertirla en literatura. 

Vivís en Estados Unidos, ¿en qué lugar?

En Morristown, New Jersey.

¿Desde cuándo?

En Estados Unidos, desde 1998. Viví en distintos lugares, me casé con un norteamericano acá en Argentina y al año nos fuimos porque él sacó la licencia de piloto comercial, fuimos a Atlanta, el primer trabajo fue en Saint Louis, Missouri y ahí nació mi hija.

¿Viajás con regularidad a Argentina?

Vengo mucho, sobre todo en estos últimos tiempos porque mi madre está grande y quiero verla más seguido.

Escribiste El canto de las horas, un libro bisagra en tu vida del cual vamos a hablar, pero, hasta entonces, ¿cuál era tu profesión? 

Ahora no trabajo más, aparte de tratar de escribir y leer pero, laboralmente, siempre di clases de español en Estados Unidos. Yo salí tarde del convento, casi a los treinta y tres años y ahí me puse a laburar enseguida; trabajé en una inmobiliaria, en una empresa de asistencia al viajero y después me fui a Estados Unidos, me puse a estudiar inglés porque mi meta era estudiar Literaturas comparadas. Empecé a anotarme en cursos, de esos que tenés que hacer sí o sí cuando sos extranjero, hasta que finalmente, cuando nos mudamos a New Jersey, entro a la universidad. Y bueno, termino eso y siempre en mi cabeza estaba poder escribir esta historia.

¿La idea no apareció cuando saliste del convento, inmediatamente? ¿Fue madurando? 

Sí, fue madurando. Realmente no quería escribir un libro, hacerlo público, no era algo que estaba dentro de mis intenciones. Cuando salí del monasterio, lo primero fue sobrevivir, tratar de recuperar algo, a ver en qué mundo quedé parada, ¿no? Y cuando me casé, vivimos seis años en Miami y ahí empecé terapia, y con esa terapia es que empiezo a sentir la necesidad de escribir: unas notas, papeles sueltos.

¿Y cómo surgió después el libro? Aunque es una novela, parece inevitable hablar de tu experiencia real y la vida en un convento genera fascinación.

Hay una curiosidad tremenda por un mundo desconocido como es el de las monjas contemplativas. Nunca nadie escribió una historia así habiéndolo vivido. Por lo menos que yo sepa. Hay escritos viejos pero nada equivalente a esto, actual, de alguien que vivió tanto tiempo y después salió y lo contó. Yo trato de ser muy respetuosa, no me meto en cosas demasiado… Mi intención es mostrar cómo se vive y esto es como lo viví yo.

Igualmente elegiste hacerlo a través de una novela. 

Lo elegí como ficción porque, desde el momento en que uno escribe, ficcionaliza. Ficcionalizo porque lo paso por el tamiz de mi memoria, pensada y repensada de acuerdo a lo que vivo hoy pero, de todos modos, también hay una intención de ficcionalizar. Hay escenas que no me pasaron a mí, pero, lo que siempre digo, es que no hay mentira.

Claro, licencias narrativas.

Si no sería un opio (risas). Y algunos me dicen «¡no, no es ficción!». Hay una persona que me escribió, que conoce a las personas del monasterio y me dijo «ya sé que Fulana es Fulana, Mengana es Mengana» y yo le contesté «Qué suerte que tenés, porque yo no lo vi así».

Florencia Luce para Jot Down

¿Cómo fue el proceso de construcción de los personajes? Cuando resolviste escribir una novela y no sólo contar tu experiencia, cuando pensaste en que debía ser entretenida, manejar cierto suspenso, hacer narrativa. Porque, por ejemplo, el personaje de la abadesa es muy complejo.

Tal cual, todo eso me lo planteé. Primero empecé a escribir todo en primera persona; era mi problema, eran mis preguntas. Después empecé a escribir como escenas y ahí la abadesa siempre fue central. Los monasterios —la Iglesia toda—, pero los monasterios son extremadamente verticales, entonces yo tenía que mostrar eso. Esa es la realidad, es vertical, vertical. Ahí el voto de la obediencia es el más importante de todos y la obediencia es hacia la superiora; si tenés problemas tenés que hablarlo con ella, si te dice «tirate bajo el puente» te tenés que tirar abajo del puente (risas). El confesor, la figura del sacerdote, está muy desdibujada y yo quería mostrar porque yo hago un poco de denuncia. O sea, qué tema este del poder ¿no? Que alguien tenga de por vida ese poder. Porque si vos tenés un problema lo tenés que hablar con ella pero, ¿qué pasa si tu problema es con ella? Y ella además genera fascinación porque es tu guía espiritual, tu madre, es todo.

Es envolvente el personaje.

Sí, sí. Eso quería transmitir. No me importaba tanto mostrar a la abadesa que yo tuve sino a la figura de una abadesa casi prototípica. Y no digo que todas sean así, para nada, pero el poder puede traer ese tema, ese problema, esa fascinación y es muy típico que pase. Y los otros personajes me tenían que servir a la historia. Sí tomé, por supuesto, cosas de las personas con las que yo viví pero también hay partes del personaje principal, de Marie, que por supuesto son, en gran parte, cosas que me pasaron a mí. Lo que sí se podría decir que es tal cual es la parte lineal de la historia: la entrada, el noviciado, los votos, la ida a Francia y la salida.

Hay algo notable en la escritura, al modo norteamericano de show, no tell, una vocación por mostrar antes que decir. Hablás de denuncia pero nada de tus opiniones está subrayado, el libro está lleno de imágenes muy fuertes que, sin embargo, no pretenden direccionar al lector, indicarle cómo pensar. 

Bueno, tardé muchos años en escribir esta novela y fui aprendiendo. Tuve un gran maestro que, tristemente, murió y no pudo ver la novela terminada: Hugo Correa Luna. Empecé con él durante un tiempo en que vivimos en Argentina y después lo seguíamos por Skype. Y eso fue gracias a él. Yo primero hacía un taller con él en que escribía cuentos pero siempre con eso en mente, y él fue el que me decía show, no tell. Por supuesto que yo podría haber elegido también contarlo de otra manera, involucrar al lector para que se enoje —igual se debe enojar en muchos momentos— pero siempre fue mi intención retirar la opinión y por eso creo que también hay mucha gente que no pudo pasar de cierta cantidad de páginas con este libro.

¿Por qué? 

Porque se aburren (risas). ¡Amigas mías que conocen mi vida no lo pudieron terminar! Me dicen «me perdiste en tal parte» y siempre es en la misma parte, cuando empiezo con las descripciones. Quieren que el narrador explique. Viste que hay gente que cuando no es muy lectora, no le gusta que se insinúe.

Prefieren que los lleven más de la mano.

Y a mí no me importa, yo quería otra cosa. Así que eso fue un gran aprendizaje y fue muy trabajado. En las primeras notas había más descarga emocional y cuando llegué a la decisión de que fuera una novela —que fue años después— lo empecé en primera persona, empecé a ver qué hago con estas escenas, las fui cambiando de lugar, insertando, cambiando de personajes y ahí pronto dije «no, la primera persona me mete demasiado a mí, quiero que sea más objetivo, no me gusta este estilo» y ahí lo pasé a tercera y ya fluía mucho más en esa cosa de no emitir juicios, dejar que el lector piense qué es lo que quiere pensar y que se enoje con quien le parece que se quiere enojar. Y entonces dije «si esto va a salir a la luz, yo quiero que esté bien escrito» y ahí es cuando decido ponerme a estudiar. Más o menos así fueron los tiempos o quizás te estoy diciendo mal los tiempos, quizás yo ya había estudiado.

Sentías que estaba la historia que querías contar, tu experiencia como monja de contemplación y tu salida del monasterio después de doce años, pero faltaba algo en la escritura.

Sí. En realidad ahí es donde me meto en los talleres, la carrera ya la había hecho. Ahí es donde empiezo con Hugo Correa Luna, mi gran maestro, y es donde el libro empieza a tomar forma. Me acuerdo que yo le daba para leer y me decía «esta escena la quiero ver, mostrámela más, ¿qué está pasando acá?».

Continuar leyendo en aquí

+ There are no comments

Add yours

Deja un comentario

Facebook
Twitter
LinkedIn

Descubre más desde Masticadores

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo