Una anécdota nos une tanto como el apellido. Es una pizca de ADN transmitiéndose de forma oral. Hay un relato, repetido generación tras generación que nos recorre como fábula. Dudo. Tal vez sea una fabulación, una exageración con aires de moraleja.
El episodio me llegó a través de mi padre quien, a su vez, lo escuchó de mi abuela. El recuerdo aparecía en las sobremesas familiares y, cierto o no, lo aplicamos como receta.
Ocurrió antes que naciera papá, en un momento en que sus hermanos mayores, tal vez muy pequeños por entonces, no lograban recordar. Hacia 1930 la familia vivía en el campo. Los vecinos más próximos se encontraban a unos kilómetros de distancia. Fieles al mandato divino descansaban en el séptimo día; para ellos, el domingo. Rompían la rutina de los quehaceres. Se visitaban unos a otros. Precisamente, un domingo de aquéllos, mis abuelos resultaron anfitriones de un matrimonio español, futuros padrinos de papá. Los visitantes tenían un curioso modo de manifestar su cariño. No se dedicaban halagos ni se prodigaban cumplidos; más bien continuaban con sus rencillas aún delante de extraños. Los terceros, testigos involuntarios, oficiaban de jueces. Una vez sentada sus posiciones, uno y otro se afianzaban en defensas encarnizadas. Cualquier motivo, hasta el más trivial, encendía la mecha. La hoguera ardía.
—¿Has traído el queso que preparamos para ellos, Carmela? —preguntaba Pepe a poco de llegar a casa de mis abuelos.
—Hombre, te he dicho que no era queso sino jabón, joder.
—Ya mujer. Has cogido queso de nuestra despensa y no quieres admitirlo.
—Que es jabón. ¿Cuántas veces debo decírtelo? Jabón.
—Es queso, Carmela. No me contradigas. No voy a saber reconocer el queso que hacemos con la leche de nuestras vacas. Un queso casero que es una maravilla, amigos. ¡Ya lo probaréis!
—¡Qué ganas de llevarme la contra, José! —el tono de Carmela era indignado y su marido dejaba de llamarse por su apodo. —¡No sabré reconocer el jabón que preparo con la grasa!
—¡Es queso!
—¡Es jabón!
—¡Queso!
Ni lerda ni perezosa Carmela, para zanjar la discusión, toma una tajada del bloque informe, amarillento. Coge un trapo de la cocina. Deja correr el agua en el fregadero. Humedece trapo y sustancia. Frota el lienzo. Obtiene abundante espuma. Desafiante, mira a su marido.
—¿Ves? ¡Hace espuma! —grita triunfal.
Sin parpadear, inconmovible en su actitud, Pepe profirió la frase que repetimos hasta el día de hoy, recordándonos unos a otros no insistir en la tozudez.
—¡Hace espuma pero es queso!
2Comments
Add yoursReblogueó esto en FRANKYSPOILER´SCRT.
Jajaja… Muy bueno, Verónica.