
Hay edades en que las situaciones pasadas se quedan sólo en los recuerdos aunque, a veces, vuelven y toman vida ya sea en sueños o circunstancias que florecen en la memoria como esas plantas mortecinas a punto de extinguirse, pero una lluvia inesperada y con cadencia agradable, las hace revivir. Los recuerdos que creemos ya olvidados siempre dejan una semilla oculta en el cerebro, vivimos ignorándola, pero algo o alguien, esa circunstancia jamás pensada, hace florecer esa semilla que siempre sin saberlo, aparece y busca la luz de esos rincones del cerebro y vuelve, toma fuerza y vida, abre una ventana cerrada desde tiempo atrás y nos asoma a la realidad de un exterior que fue difícil olvidar, pero al igual que nosotros envejecemos ellos rejuvenecen, acuden con fuerza y tesón. Cuando son recuerdos agradables y felices intentamos conservarlos en ese lugar especial y cálido de nuestro interior, los otros, los que nos hicieron desgraciados, intentamos que estén ahí ocultos para siempre y podamos vivir en paz y si fueron por nuestros propios errores tratar de corregirlos para que no se vuelvan a repetir, algo bastante difícil pero no imposible.
Aylin había tomado hace algún tiempo la decisión de viajar a su tierra natal, Alemania, pero por esas circunstancias de la vida que nos hacer cambiar constantemente de planes, no había cumplido su deseo. Nació en los inicios de la Segunda Guerra Mundial de una familia de buena posición tanto económica como social, gozaban de gran prestigio entre la comunidad judía alemana y sus amistades que sin ser judíos, no hacían distinciones de la procedencia de sus habitantes. Friburgo era una ciudad verde, con bosques espléndidos y altas montañas. La Selva Negra, ni era selva ni negra, era un magnífico bosque que evocaba misterio, un oscuro lugar salvaje, evocador de leyendas. Kevin y Denise, sus padres, supieron desde el primer momento que dada su popularidad, serían los primeros en ser señalados. España quedaba fuera de esa guerra que involucraba a casi el mundo entero y que duraría seis largos años desde 1939 a 1945. Cruzaron los Pirineos y se instalaron en Barcelona. Todo quedó atrás, pero un comercio de telas bordadas y cortinas fue bien acogido y prosperó rápidamente.
Las noticias estremecían sus corazones porque habían dejado atrás a grandes amigos y algunos familiares lejanos. Aylin crecía como el significado de su nombre, Luz de Luna, con su carácter dulce y su belleza personal sin grandes estridencias. Alemania perdió la guerra pero ellos jamás regresaron, dejaron de tener noticias de amigos y familiares y no sabían de su terrible final. Tampoco del socio de su padre Dennis, un alemán que viajaba constantemente y que se unió a la Alemania Nazi más radical. Aylin tenía 17 años cuando un día en que se encontraba en el Instituto Jacinto Verdaguer donde cursabas sus estudios, la directora la hizo salir de clase unos momentos. Su cara pálida denotaba preocupación. Llegaron a su despacho donde dos hombres aguardaban en pie. Se miraron entre sí. Blanca, la directora, la tenía cogida por los hombros apoyada en su cuerpo.
̶ Aylin, estos señores son policías y tienen que decirte algo importante, creo que si nos sentamos todos, sea más fácil.
Aceptaron sin hablar, Aylin empezó a temblar en los brazos de la directora, que habló.
̶ Señores, si me lo permiten seré yo la que comunique a mi alumna la noticia, después digan todo lo que debe saber, aunque les ruego la mayor delicadeza para hacerlo, es demasiado joven ¿no creen?
̶ Sí, de acuerdo ̶ Fue la contestación.
Blanca cogió las manos de Aylin entre las suyas apretándolas con dulzura pero con firmeza y la miró a los ojos fijamente unos segundos.
̶ Aylin, sé qué esperas una mala noticia, pero has de ser fuerte, muy fuerte en todo momento.
Los ojos de Aylin miraban los labios de Blanca y el terror que sentía al ver algo en ellos que aún desconocía, dilataban sus pupilas, su cuerpo tenso, las manos heladas.
̶ Tus padres mi querida niña, han sido asesinados.
No se movió un solo músculo de su cara, rígida, los labios se tornaron casi de color algo azulado y secos. Temblaba sin que los brazos de la directora lograran contener ese temblor. El espirito del horror revoloteaba en el despacho.
Al comienzo del nazismo entre 1939 y hasta 1945, Alemania se convirtió en un infierno para los judíos que siendo trabajadores, amantes de la cultura y la investigación, así como de la música, personas honradas que gozaban del prestigio de todos los que les conocían y que incluso por sus dotes para el comercio y las grandes empresas, respetados y admirados. El señor Kevin era una persona afable capaz de ayudar no sólo a los judíos, también a los alemanes que acudían en busca de trabajo y siempre encontraba un hueco para todos. Entre esas personas se encontraba Dennis un alemán interesado en la ingeniería y que cursaba su último año de carrera. Las cosas no le iban bien y encontró un buen lugar en los negocios de Kevin. Fue acogido por la familia y asistió a la fiesta del nacimiento de su hija Aylin. La locura de Hitler le caló hasta lo más profundo y empezó a odiar a los judíos y calladamente participaba en reuniones y contactos asesinos para el exterminio. Mark, un alemán trabajador igualmente en la empresa, exponiéndose a ser descubierto, lo que ocasionaría el final de su vida, alertó a Kevin y lo ayudó en todo momento a huir de ese infierno ya declarado que era Alemania y la decisión de Hitler y países unidos a su idea, no sólo de expulsar a los judíos sino también de su exterminio, el nacimiento del holocausto, posiblemente el hecho más terrible conocido por la Historia. Al estar España fuera de la guerra, Mark les ayudó a cruzar los Pirineos con la ayuda de una familia francesa. El horror no había hecho más que empezar. Atrás quedaba Denise jurando que los encontraría. Acabó la guerra y pasaron los años, pero hay mentes enfermas y almas podridas por el odio que jamás se curan.
Una mañana de Septiembre y como cada día, Kevin aparcó su coche en el garaje del gran edificio donde La Ciencia y Tecnología eran los protagonistas, en él se trabajaba intensamente la investigación. Ayudó a bajar a Denise del coche y caminaron hacia las puertas de los ascensores. No llegarían muy lejos. Un hombre embutido en una gabardina negra hizo dos certeros disparos. Junto a los cuerpos dejó una gran estrella amarilla y corrió hacia el exterior. Tampoco llegó muy lejos, fue abatido por los disparos de dos vigilantes que habían sido testigos de la fatal escena.
Pasaron años hasta que Aylin volviera a Friburgo. Se adentraría en la Selva Negra, la que no era ni selva ni negra, recorrería los bosques y lanzaría al rio Rin la estrella amarilla con manchas oscuras que enrojeció en los cuerpos de sus padres.