Doña Amparo López Núñez se dirige a su habitación rezongando. Está agotada, molesta. Las vísperas de Halloween la sacan de quicio. No hay paz en el vecindario con tanto chiquillo disfrazado llamando a la puerta. ¡Basta! No quiere oírlos. Por eso, precavida, ha pasado buena parte de la velada con sus amigas. A las 17, con puntualidad británica, han disfrutado del té mientras chismorreaban acerca de las últimas novedades sociales, especialmente de aquellas que las familias más reconocidas intentaban ocultar: embarazos inesperados, infidelidades impiadosas, malos negocios, quiebras y otras semejantes. Las lenguas de las señoras se ejercitaron entretenidas. Retirado el servicio, la mesa despejada ha dado paso a las barajas y sus juegos, canasta o bridge. Han alternado entre ambos acompañando el paso de las jugadas y las horas con licores y cocktails. Se sienten niñas por un rato, distraídas. Sin embargo, cada una a su turno, consulta el reloj para beber su medicina. Amparo no ha sido la excepción. Tiene la hipertensión controlada a fuerza de pastillas y disciplina.
No le ha costado conciliar el sueño. Sin embargo, no descansa. Siente el peligro en el aire. El primer alarido la despierta. El segundo, fuerte y cercano, la lleva a ocultarse en el vestidor. Entre el sopor de la vigilia y el sobresalto recuerda nítidamente su oposición a consultar la ouija y molestar a los espíritus en esa fecha. Poco caso le han hecho sus amigas, divertidas con su pánico. Mientras mira por la cerradura recuerda eso y más, toda su vida danza frente a sus ojos. El corazón late desbocado. Un tercer alarido se abre paso en su garganta. Suena, aterrado y demencial, cuando el corazón se detiene, paralizado.
+ There are no comments
Add yours