
Recuerdo aquel viaje de Atlanta a Madrid, siete mil kilómetros sobre el Atlántico, noche arrebatada y profunda, nueve horas y once minutos con el alma sin ganas de dormir y menos de morirse ¡Fue un vuelo de esos! Las turbulencias, el pasajero del miedo y todos los tópicos amarrados al cinturón de seguridad: beodos, monjas, madres, niños hiperquinéticos, recién casados y aquellas respiraciones… Temblar es inevitable cuando el laboratorio del cuerpo comienza a sudar pero, ¿hay escapatoria si todo sale mal? En manos del piloto la naturaleza y en mis dedos: “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”
Ya me lo había leído pero el afán de llevarme un libro para el camino, lo hizo resaltar en la biblioteca en señal de invitación ¡Lo tomé! y nos fuimos. La gigantesca terminal de Atlanta me intimidó con sus infinitos pasadizos, lo primero que hice fue ubicar la puerta correspondiente a pesar de que tenía tiempo suficiente pero la magnitud del espacio repleto de recovecos unido a la multitud, despertó en mi intuición la necesidad de ubicarme rápidamente. Una vez conseguido el objetivo, divagué un rato observando el ir y venir de los transeúntes, sus bolsas cargadas de souvenirs, el inconfundible olor a comida chatarra…. Muchos solitarios leían, la mayoría, con el móvil en la mano tecleando a la velocidad de la luz.
Me tocó la ventanilla ¡Parecía la pantalla de un cine! Desde allí, apreciaba el descomunal ajetreo que implica organizar tantos procesos en pro de la perfección. Recordé cuanto me asustaba volar de adolescente, mi primer viaje a Nueva York, lo hice con mi hermano quien era un temeroso empedernido por ese entonces, él estudiaba en Búfalo, partimos los dos aquel inolvidable verano ¡Fue un vuelo atroz! En cada sacudida, mi hermano me empujaba a tomarme de un solo tirón las clásicas botellitas de licor, fueron tantas que se negaron a seguir proporcionándonos bebida, aterrizamos tan borrachos que prácticamente ni recuerdo cómo nos las ingeniamos para salir erguidos y alcanzar ilesos el taxi pero luego, la magia del tiempo convirtió al susto en recuerdo fascinante.
El despegue comenzó desafiando a la gravedad. Las luces se fueron dispersando dejando una alfombra resplandeciente en la lejanía. Pronto una aeromoza comenzó a detallar las medidas de seguridad gesticulando a medida que una voz señalaba los procedimientos. Es tan mecánico y repetitivo que nadie presta mucha atención. Los eventos posteriores corroboraron que hemos debido mostrar más interés.
No sé exactamente cuándo comenzó la pesadilla, la oscuridad reinaba afuera transmutando la grata sensación del vuelo en una agria agitación. El avión comenzó a vibrar como si estuviese enfurecido, adentro, las miradas giraban anhelado tropezarse con una pócima que resolviera instantáneamente la angustiosa escena. ¡Qué tarde para retomar la fe! —pensé ¿Justo cuándo podría morir? En mi memoria emergió el dialogo de una olvidada película: “¡Nadie finge unas manos frías!” Observando el descalabro circundante, preferí escabullirme con las manos bien frías hacia la densa niebla de Londres.
“Ha sido por el lado moral, y sobre mi propia persona, donde he aprendido a reconocer la fundamental y originaria dualidad del hombre. Considerando las dos naturalezas que se disputaban el campo de mi conciencia, entendí que se podía decir, con igual verdad, ser una como ser otra, era porque se trataba de dos naturalezas distintas”. (Página 53, Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde).
—¿Tenemos esos extremos? ¿Mitades compartiendo el bien y mal tal demente afligido por desdoblamiento de personalidad? La dualidad, la fachada y en la espalda, otra verdad aguardando revelarse ¿Dónde está nuestro Jekyll? ¿Qué tanto aceptamos de nuestro Hyde? Estar en una posición límite saca a flote lo peor sin necesidad de ningún brebaje ¡Somos el veneno mismo! Lleno de adrenalina, el cuerpo reacciona con tanto cortisol, que los músculos responden dispuesto a correr tal gacelas en la mira de leonas, el punto es que huir no siempre es posible, opción negada al estar atrapados navegando por la atmósfera.
La tensión fue desplegando sus abismos, algunos comenzaron a protestar gritando a medida que enseñaban los dientes indignados, presionaban a las aeromozas, suponiendo que ellas poseían la Piedra Filosofal de las explicaciones. Sus inexpresivos rostros mostraban una prefabricada y permanente sonrisa tatuada a fuerza de experiencia.
—.Es normal que se presenten turbulencias, es algo natural, no pasa nada… —decían. ¿Natural? ¿No pasa nada? Es imposible convencer al miedo cuando ya se ha desatado el incendio, la angustia se fue propagando como la peste, enfermando a cada quién según sus pronósticos biológicos convirtiendo al baño en centro de operaciones de estómagos revueltos. Nadie sabe si en esos instantes tan extremos veremos culminar nuestro último día y ante la intensa duda, el instinto lucha con las armas que tiene, abre el laboratorio de las hormonas, genera tantos químicos que la lengua comienza a destilar gotas de sangre muy caliente, burbujas atiborradas de hierro y fuego. A mi lado, el borracho pelirrojo se tomaba su poción número mil como si se tratase de un brebaje salvador. Decidí deslizarme nuevamente a otras tinieblas…
“Mi preparado no se había demostrado siempre con la misma eficacia. Una vez, todavía al principio, no había tenido casi efecto; otras veces había sido obligado a doblar la dosis, y hasta en un caso a triplicarla, con un riesgo muy grave de la vida”. (Página 59, Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde).
Me encantan esas historias donde aún corroborando que se trata del magno anti plan ¡Insistimos! Adictos al opio de la prohibición, la imperiosa necesidad de ir más allá al margen del raciocinio, impulsa la metamorfosis del oscuro poderío, la cuestión es que nada es gratis. Una vez pasado el portal, sea cual fuese la tentación primaria, es cuando se visualiza lo lejos hemos llegado impactados al detectar que algunos puentes no tienen retorno
—¿Qué se le pasó la mano? Bueno, Jekyll no era tan ingenuo como para suponer que no habría consecuencias. La auténtica Caja de Pandora suele liberar todo menos esperanza. La forma como se estaba desarrollando el experimento dentro del avión, daba la impresión de que nos encontrábamos en algún laboratorio del siglo XIX, indagando con bebidas, vulcanismo, reconstruyendo cadáveres que todavía no lo eran… ¡Solo genes olfateando el peligro!
El tema de la dualidad es fascinante, tan sórdidamente atractivo como los asesinos en serie. Ha inspirado novelas, películas, investigaciones. Posee intriga volcánica porque emana del lado tenebroso, nos identificamos así sea inconscientemente porque sabemos que también nos habita un Hyde, puede que no tan espeluznante… El desafuero reinante en aquellos atosigados espasmos demostraba que no somos tan corteses ni condescendientes como para permanecer amarraditos educadamente mientras el avión se despedaza expulsando mecánicamente las mascarillas de oxígeno. Si hubiese sido posible abrir la compuerta y lanzarse de una buena vez, quizás algún pasajero hubiese sucumbido a la seducción, buscando sobrevivir así fuese saltando al vacío.
El núcleo del asunto radica en que necesitamos controlar y cuesta mucho aceptar que estamos en manos del piloto, un absoluto desconocido y eso de cederle nuestras vidas, no sabe nada bien. ¿Estará en sus cabales? ¿Experto en catástrofes? En el claustro del manicomio, la parte humana había quedado arrodillada sometida al animal elevando a Hyde sobre la cordura. En una esquina tres monjas rezaban, suplicando que en vez de esas mascarillas hubiesen dispensado escapularios, las bellas aeromozas con los labios opacos detrás del espeso maquillaje y Hyde gobernando, lobo alfa en la manada de los incautos, atizando el desequilibrio tras sus negruzcos y puntiagudos colmillos cuya mandíbula enterraba sin piedad en el túnel de las cuencas desorbitadas —¿Cuántas pócimas nos hemos tomado y tan solo hemos visto la punta del iceberg? ¿Qué decir de los simbólicos hallazgos que supuran los sueños?
“Es una maldición para la humanidad, pensaba, que estas dos incongruentes mitades se encuentren ligadas así” (Página 53,, Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde).
En determinados momentos no hay vendas, aflora el ser debatiéndose frente a su mitad, liberando su espantosa Sombra. La no aceptación simboliza la demencia del sí mismo una vez abierto el cerrojo de la abyecta celda. ¿Qué hacer? El asunto es definitivo, hay un gemelo en el sótano.
¡El aterrizaje puso el punto final! El recinto se llenó de agradecidos suspiros, manos tomadas y sonrisas de alivio. El doctor Jekyll retornaba elegante y distinguido, Hyde yacía encarcelado nuevamente… Las ruedas del avión deslizándose sobre la pista nos dieron de beber la pócima de la seguridad pausando la pulsación en las inflamadas muñecas. Los corazones latían en reverso, tranquilizándose mientras las pupilas reían tocando tierra firme. El sol resplandecía con su toga amarilla, recordando que la vida amanece con la muerte cuidándole la espalda.
“Esta es la hora de mi verdadera muerte. Lo que venga después pertenece a otro.” (Página 66, Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde).
…Y yo, dejé olvidado el libro.
Scarlet C
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