“No creo en mí todavía.
No creo en el azar.”
Shakira
─ Llámame, por favor, llámame. Necesito verte. Necesito contarte todo esto. Solo vos me comprenderás. No puedo hablarlo con nadie más que contigo. Van a pensar que estoy loca si lo cuento. Y si no lo hago, creo que realmente enloqueceré.
─ Consuelo, ven. Te necesito, por favor.
─ Sí, sí, lo sé, lo sé. Estás trabajando ahora. Ok. No te vuelvo a llamar. Comprendido. Solo mensajes, pero acordemos para encontrarnos, por favor. Necesito contarte lo que ha sucedido. Por favor, ¡hablemos!
─ Es que no puedo, no puedo, no sé por dónde empezar. Todo esto es una locura. ¡Una locura! Tengo la cabeza que es un hervidero.
─ Sí, es verdad. Me lo dijiste. No debía enrollarme con un hombre tan joven, pero no tiene que ver con la diferencia de edad. Lo que ha sucedido es otra cosa, es terrible. Estoy horrorizada.
─ No, no me ha hecho nada. ¡Si es un sol! Te he contado que, desde que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, él hace girar el mundo. Desde ese día perdí interés en mi propia vida, solo importa él. Mi único deseo es verlo feliz, verlo sonreír.
─ Él tuerce mi voluntad y no hago el menor esfuerzo por cambiar esa situación. Vivo para cumplir cada uno de sus caprichos. Siento que ése es ahora el único sentido de mi existencia.
─ No, no, perdona. Ya sé que esto te lo he contado cientos de veces. No, no, no es enamoramiento. Sabes que no soy de enamorarme. Tampoco, obsesión. Es Amor, es todo el Amor que pueda caber en mí, en todas sus formas. Él lo abarca todo.
─ El primer día que estuvimos juntos sentí que podía morirme ahí mismo. Sus manos contorneando mi cuerpo, su voz. Le bastaron dos palabras, que susurró en mi oído, para desarticularme. Me volví un río perdido en la llanura más amplia del planeta, sin fuerza para decidir un curso, aquí o allá da todo igual. Y tú sabes bien que tengo la voluntad de un cruzado. Pero es que por esto necesito hablarte de lo que ocurrió. No sé qué hacer. No puedo ni respirar luego de lo que sucedió hoy.
─ ¡Por Dios, Consuelo! Claro que sé de tus hijos pequeños y tu exmarido. ¿Cómo piensas que lo olvidaría? Perdona mi insistencia, pero no aguanto hasta el fin de semana. No puedo esperar Trataré de ordenarme así me entiendes.
─ Está bien, me concentraré en lo de hoy. De acuerdo. Tienes razón. Perdona. Pero mantente en línea, por favor, aunque sea así, escúchame. Por favor. No desconectes el celular.
─ La semana pasada seguí tu consejo, fui a la tarotista que me referiste. Me recibió muy bien pero cuando desplegó ese mazo de cartas raras que usa, miró fijo e hizo un gesto extraño con la boca y pareció turbada. Te juro que me estremeció la cara con la que miró, se puso seria y me dijo que lo sentía, que ella no podía ayudarme. Me dio el número de teléfono de una psicóloga y me dijo que le pida una sesión.
Dudé. No la mandé al diablo porque es conocida tuya, pero me cayó horrible; me sentí desconcertada, tratada de loca. No obstante, le hice caso. Llamé a ese número, agendé la entrevista y fui.
Vengo de allí. Por eso estoy como estoy ahora. Por eso necesito contártelo. Solo tú podrás comprender y evitar que haga una locura. Estoy viviendo una tragedia griega.
Esta mujer habló de un médico psiquiatra de nombre Weiss o algo así y que hizo investigaciones científicas y que tenemos muchas vidas y qué sé yo cuanto más me explicó. Yo asentía todo y de pronto estaba acostada en el diván de su consultorio, con los ojos cerrados, y una música y ella que me decía que baje por una escalera como que iba a un sótano y yo seguí su voz y… Y así me condujo a esta catástrofe.
Comenzaron a brotar imágenes en mi cabeza que no sé de dónde surgieron. Fue como si mi mente tuviera un sistema paralelo con un montón de información sin lógica, sin un orden entendible. No conseguía apagarlas, ni asir una imagen u otra, o detenerme en algo. No funcionaba mi voluntad. Solo podía observar las imágenes circulando frente a mí sin controles ni censura.
Una tras otra veía las situaciones pasar como tráileres de películas diferentes. Y yo estaba en ellas siendo personas distintas, pero sabiendo que era yo. Todo muy vívido, muy impresionante. Fragmentos y fragmentos intensos, la gente que conozco surgía en escenarios impensados, cada vez más claro todo.
Me vi obedeciendo a mi jefe, él era un obispo y yo un simple sacerdote pueblerino; me vi corriendo aterrorizada en un bosque, mientras intentaba huir de una turba que me insultaba y apedreaba…
Todas esas imágenes iban invadiéndome a la vez que un sentimiento de angustia comenzaba a dominarme. Comencé a llorar, las imágenes avanzaban y avanzaban y un vértigo revolvió mi estómago y lo vi. Amiga, lo vi.
Ahí estaba él, hermoso, más joven aún, casi niño. Los mismos ojos. Me miraba desconsolado, rogándome que no lo abandone. Pero yo lo ignoraba y me iba igual. Y ahí entendí. Y me sentí morir. Él era mi hijo.
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