La próxima semana editaremos Diario de una chica irreverente, primera novela de Marisa Doménech. Compartimos un fragmento en MasticadoresdeLetrasEspaña
Fleming Editorial
Apreciado diario:
Hace una semana que mi madre está al corriente de mi adicción a la heroína. Era inevitable que se enterara, una cuestión de tiempo. No sabes el lío que monté. No acudí a mi cita médica en el hospital, y anduve la noche anterior desaparecida, hasta que por fin, volví a casa a la una del mediodía. Por lo que sé, a mi madre le entró pánico y no se le ocurrió otra cosa que llamar a todo quisqui: al instituto, a mis abuelos y tíos de Requena, a mis excompañeros y amigos de toda la vida, con quienes ya no me relaciono, también a sus padres, incluso a antiguas amistades con las que no se habla, y a mi propio padre. Si, se atrevió a ponerse en contacto con él a través de su abogado, no tenía otro modo de hacerlo. Pensó en su desesperación, que quizá podría haberme ido a su apartamento. Sabe que mi padre me ha estado llamando desde su nuevo teléfono porque yo misma se lo he contado, aunque también le dejé claro que no quería saber nada de él. No nos podemos permitir comprarnos un móvil, están muy caros, practicamente son un artículo de lujo, así que, ha llamado al fijo en varias ocasiones. ¡Qué cabrón!, ¿cómo se habrá enterado de los horarios laborales de mamá?. ¿Y que no llega del trabajo hasta las nueve o las diez de la noche?
Me recibió muy disgustada, pero después del guantazo que me propinó, comenzó a darme besos y a abrazarme llorando como una magdalena. Tuve que aguantar el tirón unos minutos, hasta que se calmó ligeramente. Menos mal, que no se le ocurrió llamar a la policía enseguida, prefirió aguardar prudentemente a que volviese por mi propio pié, o a que algún conocido le dijese que me había recogido. Me confesó que estaba convencida de que aparecería pronto. Además, algunos ex-amigos y ex-compañeros del instituto que se atrevieron a hablar, le habían informado de rumores que se escuchaban acerca de mis incursiones en la droga y el camelleo. También ciertas personas referían haber visto con sus propios ojos, cómo pasaba la mercancía por los alrededores de la zona y a la entrada del insti. El jefe de estudios no pudo desmentir esa información.
Lo peor no fue que se hubiese presentado de repente toda esa movida, sino la conversación que mantuvimos cerca de una hora y pico -de mujer a mujer, ni tan siquiera de madre a hija -me insistió-.
¡Vaya marrón! No sabía cómo salir de una situación tan comprometida. ¿Qué le podía decir? -Mine, con toda franqueza, no soy quién para inmiscuirme en tus asuntos, sé de sobra que no puedo hacer nada, ni tengo la capacidad de controlarte, ni tiempo, ni siquiera sé si podré mantenerte económicamente y como dios manda, el tiempo necesario. Nos encontramos en una situación muy precaria-. Me contó en un alarde de sinceridad que, a decir verdad, me confundió de una manera muy intensa y, por primera vez en mucho tiempo, hizo que me sintiese responsable de los problemas que se nos iban echando encima. Dijo sentirse desbordada completamente. Me lo dijo con una cara de agotamiento y un tono tan compungido que daba profuda lástima, mientras las lágrimas no paraban de resbalarle por las mejillas. Sé que estaba terriblemente abatida, al tiempo que resignada. Terminó de hablar, y todavía me costó separarla de mí un buen rato. No quería despegarse, me pedía perdón constantemente, de su boca salía una retahíla de sílabas acompasadas, que eran emitidas con un hilillo de voz nasal apenas pronunciable, provocado por los mocos y las babas. -Perdóname, niña; perdóname, mi cielo; lo siento mucho, mi amor-. Contemplar a mi madre en ese estado, el tener que reconocer ante sí misma el desagradable hecho de comprobar cómo ha tenido que tirar la toalla con respecto a mí, ha sido una terrible experiencia que ahora apenas me permite conciliar el sueño, por muchos valiums
que me coma.
Por supuesto, lo primero que hice cuando me escapé fue ir a buscar a la Grochen. Cuando me dió todo el material que necesitaba, me fuí al extrarradio de Nazaret, no sin antes, amenazarme por haber descuidado el negocio. Ya sabes qué tipo de cosas escupió su lengua viperina, te lo podrás imaginar: La próxima vez, mis primos
te rajarán la cara de pija puerca que tienes. No quiero ver cómo te
pringas, tú verás,
caracandao, que yo no me entere.
En cuanto pude, me dí un chute detrás de una tapia, junto a un
colgaete que la estaba
flipando en colores. Luego,
trapicheé lo que pude, para salir del paso ese día. Parte de los beneficios iban destinados a devolverle a mi madre la mitad de la paga, que era justamente lo que le había
birlao. Y eso es lo que hice. Con el dinero robado le había adquirido el mercadeo a la gitana
camella que tenía de jefecilla, pues la semana anterior no había obtenido nada, me lo había gastado todo en consumir para mí. Supe, a partir de entonces, que las iba a pasar
putas. Y también, que necesitaba otros modos de financiarme.