La habitación estaba limpia y acogedora. Las cortinas a medio correr dejaban pasar las primeras luces de un largo mes de febrero. La mujer calva se había despertado. Siempre lo hacía antes de que la alarma sonara. Se incorporó en la cama hasta quedar sentada con los pies apoyados en el frio suelo enmoquetado. Dejo la vista anclada en un punto indefinido del suelo mientras en su mente repasaba todo lo que tenía que hacer en ese día. Hacía diez, no, diez no, más. Por lo menos hacia veinte años que no visitaba el pueblo. Nada había cambiado sustancialmente, pero esta vez sería diferente. Esta vez serian tres los elegidos.
Se puso de pie de un salto y se fue directa a la ducha. En menos de diez minutos estaba, el ser calva tiene sus ventajas. Se vistió con un pantalón vaquero con las rodillas algo gastadas, una camisa blanca con botones de nácar y unas zapatillas de deporte -Son fundamentales por si hay que salir corriendo – Echó un vistazo al sobretodo que colgaba de la percha tras la puerta y asintió con la cabeza.
Ahora llegaba la parte fundamental de su cometido. Sacó de debajo de la cama un maletín de cuero deslucido, mucho más largo que ancho, con unos cierres que luchaban por llevar con dignidad su herrumbre. Lo colocó encima de la mesa. Se hizo crujir los dedos y abrió el maletín con el cuidado de un médico ante la cirugía más importante de su vida. En el margen izquierdo había un pañuelo de lino blanco. El resto del maletín lo ocupaban tres bates de béisbol colocados en horizontal. Cada uno diferente a los demás. El primero y tercero eran de madera, el segundo de aluminio. El primero era de una madera clara, casi amarilla y llevaba labrado símbolos alargados que se fundían con figuras de animales que corrían en espiral a lo largo de bate. Los otros dos eran lisos. El de metal brillaba con la poca luz que se llegaba del exterior, mientras que el de madera era oscuro, austero.
La mujer calva se llevó la mano a la barbilla mientras sopesaba cuál de ellos iba a usar para su encomienda.- Decididamente el labrado no. Lo he usado las dos últimas veces. Además, no resulta fácil limpiar los recovecos de la talla – Tomó el metálico y lo balanceó a su lado, con ambas manos y lo colocó por encima de su hombro derecho. Tomo aire con fuerzas y lo expulso poco a poco. Cuando sus pulmones se quedaban sin aire -Zas- trazo el golpe por el aire haciendo que sonara un silbido en la habitación. -Rápido, si. Pero demasiado ligero para mi cometido – Acomodó el bate en su ubicación y blandió el ultimo sopesando su peso entre las manos. Lo balanceo a un costado. Lo subió por encima de su hombro. Tomó aire y lo expulso muy despacio- Zas – la fuerza del imaginario impacto la hizo dar un paso en esa dirección – Perfecto, este es perfecto – Cerró el maletín. dejó el bate elegido sobre la cama mientras se ponía el sobretodo. Se tiró de las solapas ciñéndose la prenda en los hombros. Tomó el bate y lo dejó apoyado sobre su hombro derecho. Se fue de la habitación con una sonrisa dibujada en la cara.
Era uno de esos días indecisos de inviernos en los que ni llueve ni deja de llover. El frio aprovechaba la humedad para atraparte los huesos y no dejarte libre en todo el día. La mujer calva con un bate de béisbol comenzó a subir por la calle sorteando a los transeúntes como un salmón rio arriba. Tenía tiempo sobrado. Antes del encargo principal podría hacer algún extra.- Tan solo tengo que fijarme quien pue…- Lo vio. Tendría veintipocos, flacucho, con un gorro de lana negro y con un abrigo dos tallas más grandes de lo necesario, parado frente a un buzón de correos. Corrió para cruzar la acera y colocarse al lado del joven que sostenía entre sus manos un sobre al que mecía por la indecisión. Sus labios apretados se movían como si repitieran calladamente una conversación mientras su cabeza daba pequeños tic de un lado hacia el otro. Casi se ponía oír sus pensamientos.
-Paco, niño. Tú, échalo. ¿Qué tienes que perder?
-El tiempo, Mamá. Estoy cansado de mandar mi curriculum y pasarme los días y los días buscando en el buzón una contestación que nunca llega.
-Pero, niño, esta beca es muy buena.
-Buena, no, es la mejor.
-¡Pues eso!
-Pues eso, Mamá. ¿Por qué me la iban a dar a mí?
-Mira, Paco. Cómo no te la van a dar es no mandándoles el «curriculin»
-¡El currículum, Mamá!
-¡Cómo se llame!
El joven dejó de balancear el sobre. La mujer calva levantó el bate por encima de su hombro. El joven levantó la puertezuela del buzón, y la vivió a bajar. La subió y la vivió a bajar. La mujer calva realizo el movimiento de golpeo muy despacio hasta dejar el bate a escasos centímetros de la cabeza del joven. Deshizo el movimiento hasta dejarlo de nuevo sobre su hombro. El joven tomó aire y lo expulso ruidosamente por la nariz – Si, por qué no. Tal vez esa hoy mi día – Abrió de nuevo la portezuela del buzón. La mujer calva abrió y cerró las manos en torno a la base del bate. El joven colocó el sobre en la boca del buzón. La mujer calva separó un poco más las piernas y flexionó las rodillas. Antes de que el sobre hubiese llegado al fondo de la saca… ¡Zas!
La mujer calva andaba ahora calle abajo, hacia esa calle que habían convertido en peatonal pocos meses atrás. Al principio de la calle unos niños intentaban jugar al futbol con un balón demasiado grande para sus cortas piernas. Cada vez que lograban darle al balón, este salía disparado contra la pared, contra las patas de los bancos, contra la papelera, mientras los pequeños lo seguían como cachorros de podenco tras una liebre resabida. La mujer calva se sentó en una banco de hierro forjado repletos de gotas de lluvias que brillaban a la luz del sol -Parecen estrellas en un cielo nocturno. Tiene su gracia – De un golpe seco con el bate liberó al banco del agua. Se sentó. Apoyó el bate contra el suelo mientras colocaba las manos al otro extremo como lo haría cualquier abuelo sobre su bastón mientras ve las evoluciones del nieto jugando al futbol con los ojos llenos de ayer. El sonido de un claxon la sacó de sus pensamientos. Mientras unos niños con los brazos levantados gritaban «gol, gol» un padre sacaba a tirones de mitad de la carretera a un pequeño que tenía el balón entre sus brazos. El tipo de vehículo no cesaba de lanzar improperios a los que el adulto asentía con la cabeza. Una vez llegaron a la acera, el padre le dijo algo que se adivinaba severo con el dedo muy cerca de la carita del niño, que no paraba de asentir. Cuando hubo terminado con la regañina. El niño lanzó la pelota hacia sus amigos y el padre volvió a sentarse en un banco a sumergirse en la pantalla del móvil.
La mujer giró la cabeza hacia la administración de lotería, y entonces la vio. Lola. Lola con sus mejores prendas, las mejores remendadas. Ese jueves, para ella, era como un festivo. Trabajaba los fines de semana en la cafetería central, de ocho de la mañana a diez de la noche, y los días restantes limpiando escaleras. Bueno, el jueves ya no porque los de la Calle Ancha han encontrado a otra que lo hace por dos euros la hora. Así que este jueves Lola a decidido que en vez de tomarse un café en el bar de siempre, va a usar esos dos euros para jugar en algún sorteo, da igual el que sea. La mujer calva ve como Lola se pone a la cola, como saluda y da los buenos días a unos y a otros. Se levanta y se dirige hacia la administración cuando un estrepitoso claxon vuelve a sonar. Esta vez el balón a dado en el lateral de un vehículo mientras circulaba. El conductor se ha asustado y ha frenado de golpe. El que circulaba detrás a punto ha estado de colisionar contra el primero. Más frenazos, más insultos, más gritos. La mujer calva mira hacia Lola y después hacia el niño de la pelota. Hacia Lola, hacia el niño. Hacia Lola , hacia el niño. Asiente con la cabeza y se dirige al improvisado terreno de juego balanceado el bate de béisbol. Cuando se coloca al lado del pequeño, levanta el bate de béisbol sobre su hombro derecho. Flexiona las piernas y justo cuando va a golpear, el pequeño descubre que tiene los cordones desbrochados. Coloca rodilla en tierra y comienza a atárselos. La mujer calva cambia su posición, levanta el bate con ambas por encima de su cabeza y lo hace bajar con todas sus fuerzas.
Cuándo vuelve a la administración, Lola no está. Es más, ninguno de los que están formando cola le resulta conocido. Sale corriendo hacia el otro lado de la calle. Llega a final y mira a derecha
e izquierda. -¿Por dónde se habrá ido esta mujer – De un portal a pocos metros se escucha «Lola , hoy estas de lo más elegante. ¿A dónde vas hija?» Problema solucionado. Espera a que salga la curiosa de turno. Sujeta con fuerzas el bate de béisbol, y corre hacia Lola. El último golpe es el más importante. Tiene que ser el más contundente.
La mujer calva destapa la cama con gestos cansados. Se ha alegrado de no usar el bate con el labrado, hubiese tardado mucho más en limpiarlo. Aun así, se siente agotada. A colocado el maletín a buen recaudo bajo la cama y a su agotado cuerpo bajo las sabanas. Debe descansar, mañana tiene que amanecer en Lisboa.
El bar es puro estruendo. La reportera intenta comunicarse con su compañero del plató, pero apenas se escucha a sí misma. Todos están de celebración. Lola ha ganado el gran premio , el grandísimo premio. Ha llegado al bar de siempre a dicho en voz alta «madre del amor hermoso, pero si yo creía que tanto dinero no existía. Invito a todos a desayunar, y el alboroto se escucha desde la calle. Casi todos son risas. Casi.
En la calle peatonal hay un hombre abrazando a su hijo llorando con un puño apretándole el corazón.. El pequeño había salido tras el balón sin ver al tráiler que se le echaba encima. El conductor ha clavado el pie en el freno, pero el vehículo pesa demasiado para quedarse clavado . El pequeño asustado había tratado de huir pero sus pies han resbalado en el asfalto mojado cayendo frente al tráiler. Si hubiera corrido se habría colocado bajo las ruedas, al caerse el pequeño ha quedado bajo la alta panza del vehículo.
En casa de Paco, su madre llora de felicidad
– Te lo dije, nene. Tenías que echarlo.
-Llevas razón, Mamá. La llevas. ¡Por Dios, tengo la beca! No me lo puedo creer. ¡Tengo la beca, Mamá! Esto sí que ha sido un golpe de suerte…
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