
Era un día lluvioso en la autopista entre Zaragoza y Logroño. Ella disfrutaba de cada curva y no dejaba de jugar con la palanca de cambios. El cinturón de seguridad le molestaba, pero no quería correr riesgos. La carretera estaba cada vez más húmeda, y la goma resbalaba a ratos con el piso produciendo en ella una vertiginosa sensación de pérdida del control.
Después de un tramo sinuoso y lleno de cambios de rasante, ascendió una gran pendiente cuyo final parecía no llegar. Hacía fuerza con brazos y piernas, como si quisiera acelerar la llegada. Poco a poco alcanzaba la cima al límite de sus revoluciones. Cuando coronó las alturas, su cuerpo se relajó y disfrutó de una suave y recta cuesta abajo.
En aquella área de descanso, ella y su acompañante, un autoestopista irlandés, se dieron cuenta entre jadeos de que se les había roto el preservativo.
Treinta años después, Álex, del equipo de mantenimiento de carreteras, detiene la mirada por unos instantes en cada área de descanso y maldice su pelo rojo. Lo hace cada día, desde que su madre le contara la verdad.
Andoni Abenójar
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