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La exhibición de lo íntimo by Paula Castillo Monreal

La ciudad temblaba a la vez que las mujeres de Zeus parían.  Hera, diosa del Olimpo, y Almudena, mujer mortal de Tebas, gritaban al unísono los dolores del parto. Con el crepúsculo se produjo el silencio, y la ciudad quedó iluminada.

De la diosa nació Hevelina, hija de dioses y ungida de juventud eterna.  De la mujer nació Alexis, mitad dios, mitad mortal. Héroe vencedor de los tebanos. Un gigante con músculos de acero, el mismísimo hijo de Zeus que miraba al monte con el anhelo de convertirse en dios.

Hera, desde el Olimpo, contemplaba el mundo. Afligida, imaginaba a Zeus, siempre ausente, atareado en su empeño de poblar el mundo. Sumida en la vergüenza de las continuas infelicidades, prohibía las fiestas en honor al bastardo, que con su pavoneo por las batallas vencidas no hacía otra cosa que aumentar su rencor. Dotada de una poderosa imaginación, ideó algo con lo que calmar su sed de venganza, y sentó a su hija en el trono de Zeus para que se empapase de vida.

Hevelina, pasaba los días contemplando a los mortales moviéndose como hormigas ajetreadas en su intento por sobrevivir. Le aburría la precariedad de esos seres amarrados a sus días y a la oscuridad de sus noches.  En medio de un bostezo, lo vio entre la multitud adorado como a un dios. Vio sus músculos apretados, su gesto salvaje, la coraza de oro, brillante. El pelo ondulado, puro reflejo del sol, y la dentadura de nácar. Lo deseó sin saber que caía rendida ante el propio hijo de Zeus, Alexis, su hermano fraterno. Así se lo hizo saber a su madre que, en su regocijo, inmediatamente lo mandó llamar. El semi dios, ataviado con sus mejores galas, no hizo esperar la llamada del Olimpo.  

Los hermanos, que se reconocieron como hijos del mismo padre, cayeron rendidos el uno junto al otro. Bajo la mirada de Hera, convertida en pájaro negro, se desnudaron, yacieron sin reprimir el deseo y la pasión heredada de los grandes dioses. Tanto se amaron, tal fue la penetración y el éxtasis, que se bebieron ambos hasta quedarse secos. El graznido del cuervo les despertó del éxtasis y, al mirarse, fueron incapaz de distinguirse. Los senos de Hevelina pertenecían ahora al cuerpo curvo de Alexis. Y de la entrepierna musculosa de la mujer, colgaba el pene del hombre, que exhibía como un verdadero dios del Olimpo. Desnudos, ataviados de sus adornos accidentales, se exhibieron ante los tebanos.

En la ciudad había comenzado el desfile.

Una historia de celos, de promiscuidad y venganza. La madre que juega con el destino de los hijos para cobrar su venganza.  El hijo que se sabe de una clase inferior y aspira al poder y a la clase alta del padre. La hija, menospreciada y abandonada al servicio de los dioses por ser mujer, recluida. La venganza se convertirá en oportunidad, quien sabe si para los dos. En la desnudez, la necesidad de hacer lo íntimo público para ser reconocido.

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