
RELATO GANADOR DEL VI RELATOS BREVES DE MUJER DEL AYUNTAMIENTO DE VALLADOLID EN 2004
Me resulta muy difícil hablar de mí, pero voy a hacer un esfuerzo para contaros cómo es la vida cuando calzas un 40 y vistes una XXL y, para colmo de males, te crees aún joven.
Para empezar, os diré que soy una persona alegre y optimista -menos mal-, que cada día empieza dando gracias por ver de nuevo el sol y estar cerca de casi todos los seres queridos.
Mi vida discurre entre la familia y el trabajo, y en ambos entornos me siento bien e intento hacerlo lo mejor posible.
Mis mejores intenciones se vienen abajo el día que tengo que comprarme ropa. Ese día comienzo con resignado optimismo mi circuito por las tiendas y suelo terminar pensando que las gordas no teníamos que existir, que no podemos ser buenas madres con algo de sobrepeso y, por supuesto, que nuestra eficiencia laboral no es tanta cuando tienes papada.
Pensarán que exagero, que soy una tremendista, que no puede ser para tanto, pero seguro que, al final de mi relato, estarán bastante de acuerdo conmigo.
Claro, que si ustedes son de los que han escuchado por televisión que los diseñadores de moda se comprometieron a hacer la ropa para sus desfiles en una talla 38 como mínimo, para evitar la terrible plaga que azota a nuestras adolescentes, la anorexia, pero la hacen en una talla 36 y hasta 34, podrán entender un poco mejor el reto que supone que encuentres algo mono en la XXL.
Bueno, que me pongo a criticar y no les cuento mi vida. Yo de pequeña era pequeña, pero antes de llegar a ser menos pequeña, me pasó como al ratón del chiste del elefante, que estuve muy malita, y el tratamiento de cortisona, unido a la tendencia familiar al engorde, hicieron que creciera más bien a lo ancho. Pero cuando hay bastantes posibilidades de irte al otro barrio, y al final te quedas en éste, la verdad es que a tus padres lo que menos les preocupa es sí estás rellenita o no: estás aquí, y eso es lo que importa.
Como ya sabréis, no todo el mundo es como los padres de una, que siempre te ven preciosa y por ello, en el colegio, más de una niña (porque entonces el colegio era femenino) se permite llamarte gorda, y una que siempre ha sido muy sensible, se ve en la necesidad de liarse a patadas con semejante personal, que, para más inri, suele ser delgado.
Con los chicos de barrio también pasan cosas. Como no eres como las demás, ellos creen que es más fácil verte las bragas, y no te queda más remedio que liarte a patadas. Aunque ahora me viene a la memoria un triste suceso en el que mi hermana y yo limpiábamos el portal, cuando Pedrito y Jesús vinieron a tocar las ... narices y me llamaron torresno; torresno, sí, lo que han oído; torresno: ese trocito de carne grasienta de cerdo que daban en los bares como tapa; torresno, que en verdad se debe escribir torrezno, pero que ellos vocalizaron torresno.. Esa vez tuve que correr mucho para alcanzar a Pedrito y pedirle que lo retirara, pero lo de Jesús fue peor: no me quedó más remedio que ir a su casa y decirle a La Milagros, su madre, que saliera y, acto seguido, tirarle por las escaleras. Le rompí los brazos, y supongo que retiraría su insulto, porque con la bronca que tuve, ya ni lo recuerdo.
Se queda atrás el barrio, y tú intentas vivir la adolescencia con alegría y energías renovadas, pero la mayoría de la ropa que encuentras de tu talla es similar a la que cuelga en las perchas del armario de tu madre, y esa ropa no te gusta nada, pero nada, y te vistes de negro para disimular, y eso en mi época no estaba de moda a no ser que se te hubiera muerto un familiar, pero tú, que además de gordita eres rebelde, haces de ese color tu bandera, entre otras cosas porque siempre has oído que estiliza mucho.
Vas bandeando la juventud como puedes y sustituyes tus débiles carnes con alegría, humor, cariño, y gracias al mundo y a Dios, logras hasta casarte con un buen tipo y ser feliz a pesar de la moda, las tendencias y las dependientas groseras, especie que abunda en los grandes centros comerciales.
La dependienta grosera es una chica mucho más joven que tú, que usa una 38 y que cuando te ve mirar la ropa que de verdad te gusta, sin que tú le preguntes nada, se acerca, te mira con prepotencia, y te suelta: no hay su talla. Tú, que hasta ese momento fantaseabas con meterte en ese pantalón o con enseñar el canalillo a través de esa camisa, te vuelves y con mirada asesina, si tienes un buen día, le espetas: no es para mí mona, y sigues a lo tuyo: mirar, esta vez consciente ya de que no puedes seguir fantaseando, porque esa cretina ha roto tu sueño. Lo malo, es si la dependienta grosera te pilla en uno de esos días que te sientes hinchada y la retención de líquidos hace que te molesten los anillos, porque si es uno de esos días, te quieres morir. La miras con intención de pedirle que te perdone la vida, que nunca has querido hacer daño a nadie, que tú también lo sientes, que has hecho todos los regímenes imaginables y hasta los inimaginables, y que no has podido solucionarlo, y te vas con la cabeza gacha, como avergonzada por haber osado mirar en esa sección, a la sección Tallas Grandes.
Claro, que las dependientas lastimeras, esas que sienten lastima de tí en cuanto te ven entrar, aunque se las ve mejores personas, no por de ello, dejan de jo....jorobarte el día. Ésas tienen otra historia. Las das pena, eso se ve en cuanto te miran y se sienten en la necesidad de hacer en tus carnes su gran obra del día, y por ello te mienten, sí, te mienten con buena intención, pero te mienten. Junto a frases de manual de ONG tales como: notepreocupesbonitaya encontraremosalgo, tranquilapreciosaquetengounconjuntoquetevaaencantar, o pues no pareces tan fuerte, (fuerte, sí, porque para ellas la palabra gorda no está en el manualONG), te sacan una ropa que en la mayoría de los casos o no te gusta o acaba siendo un pantalón en vez de una falda, o un suéter en vez de una blusa, y pasas del color rojo en liso al estampado en verde. Pero aquí estás pillada: te ha sacado catorce trajes, siete pantalones, doce blusas... y eso sin perder la sonrisa y las palabras amables, y a ver ahora quién es la chula que después de conseguir entrar en una prenda de hace sólo dos o tres temporadas, y tras hora y media de intimidades con la susodicha, no se compra algo. En muchas ocasiones, antes de llegar a casa ya te arrepientes de haber sido tan fácil de convencer, y no encuentras explicación que darle a tu churri de por qué el traje pantalón de color rojo que saliste a comprar a las cuatro de la tarde, a las nueve se ha convertido en un conjunto de falda y blasier azul con blusa estampada que ha duplicado tu presupuesto inicial porque lo has comprado en el centro en una de esas tiendas de trato personalizado en las que la dependienta que te tenía lastima acaba besándote a la salida.
A mí, la que de verdad me gusta es la dependienta de ropa interior. Ahí si que me comen el tarro. Tú, que sales de casa picarona en busca de algo tentador para una noche loca, llegas a tu tienda de ropa interior, que en mi caso suele ser la misma, y le relatas tus deseos a la señorita del mostrador como si fuera la carta de los reyes magos: Mira, quiero algo especial para una noche especial, insinuante, delicado, negro o rojo, sensual..., bueno tú ya me entiendes, un conjuntito para hacer arder Troya.
Ahora, para venderte un sujetador hay que estudiar. Reductor o no, con aro o sin él, copa A, B o C, contorno X,Z,Y... Bueno, pues cuando logras entenderte con la niña y, al 14 que te has pobrado, logras que tu pecho entre en una copa, (copa CC lo menos, o XXL para entendernos) y que además cierre en la espalda, (contorno no menos que XXL), te pones a elegir color. Hay blanco, visón, o carne, sin encajes ni bordados, ni sensual, ni insinuante, ni nada; por no tener no tiene ni braga a juego, así que te vas con tus dos cajas de ropa interior sabiendo que si Troya tiene que arder por lo que llevas en la bolsa, vas a tener por lo menos que rociarla de gasolina y prender una caja entera de cerillas.
Pero una parte de la sociedad, la que te juzga y te condena por ser una mujer XXL, ha sacado un gran provecho de tí: primero porque has pagado por el mismo vestido que tu vecina usa en una 46 el doble por una 52, y ahí me pregunto yo cómo puede costarte tanto un trocito de tela que no va más allá de un palmo pero, silencio, que esto no tiene nada que ver con el precio de tu gran sueño.
Mi gran sueño es ser delgada, y eso tiene un precio, un precio muy alto. En euros, los tratamientos que saca la farmacia, sobre todo cuando se va acercando el verano, junto con los milagros que te venden en las herboristerías. De valor, porque te embarcas en dietas suicidas del tipo: los lunes, desayuno, comida y cena melocotón en almíbar, (sin el almíbar por supuesto); los martes, uvas; los miércoles, jamón serrano; los jueves, pollo... Así, hasta que acabas la semana de la dieta disociada y muerta de hambre, de asco y de hartura, has conseguido perder ¡medio kilo!... que si tu tronco se empeña en invitarte a cenar el sábado, habrás recuperado con creces para el lunes.
También está lo de las clínicas de adelgazamiento: firmas un contrato por un enorme coste antes de empezar el tratamiento porque, con ese método, se aseguran de que vas a asistir a todas las sesiones que has firmado y perderás esos kilos, y etc.
Ironía y tomaduras de pelo aparte, las personas con XXL lo que realmente necesitamos es que nos tomen la grasa, la molleta y la celulitis, y que nos dejen la dignidad, el buen hacer y las ganas de ser felices intactas, porque el mundo, desde que es mundo, ha estado poblado de todo tipo de gentes, y siempre han tenido cabida en él, sin mayores problemas, hasta que vino la moda de estos tiempos.
ESTA HISTORIA ESTÁ BASADA EN HECHOS REALES, CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES ABSOLUTAMENTE CIERTO.
ENTRE TODOS HEMOS CREADO UNA SOCIEDAD EN LA QUE LA VIDA DE MUCHAS PERSONAS, SOBRE TODO MUJERES ESTÁ HIPOTECADA POR SU ASPECTO EXTERNO.
TODOS SOMOS PARTE DE ESE ESCRUPULOSO MICROSCOPIO QUE DISECCIONA A LA PERSONA QUE ESTA CERCA DE TI PARA JUZGAR LO EXTERNO Y APENAS SI ECHA UNA OJEADA EN LO QUE HAY DENTRO.
1 Comments
Recordé con este certero escrito la no menos certera: “Si el exterior no me atrae, el interior no me importa”. Humanos… Cuesta imaginar cómo hemos llegado tan lejos.