La Cirujana 1. Era una noche espantosa; no había parado de llover en varios días y las carreteras estaban intransitables. Una cortina de agua hacía muy difícil la visibilidad y unos charcos que parecían querer tragarse los vehículos aparecían sin avisoen la calzada. Menuda Nochebuena. Tras la cena habían tardado más de lo debido en salir, esperando que por algún milagro escampase un poco. No tenían ganas de recorrer los casi 60 kilómetros que les separaban de su casa. Habían ido a cenar a la casa de suspadres; la doctora Susana Cabello, una prometedora cirujana cardíaca, con su marido y su hijo de siete años. Había tenido que cambiar una guardia en el hospital para poder quedarse libre esa noche, a cambio de la guardia de Fin de Año, pero no le importaba porque prefería la noche familiar a la social; además, con un niño tan pequeño hacía tiempo que no salían. La doctora Cabello iba conduciendo, su marido había bebido algo y esas noches eran las típicas de los controles de alcoholemia; el pequeño iba tumbado en el asiento de atrás, a pesar del cinturón de seguridad se había escurrido y permanecía dormido cuan largo era sobre el asiento. Vivían en una urbanización en un pueblo de la periferia; hacía rato que habían dejado la autopista y habían cogido una carretera secundaria. Seguía lloviendo y la visibilidad era escasa. Afortunadamente no había apenas tráfico. Su marido daba alguna cabezada; Elena conducía en silencio. A pesar de estar concentrada en la conducción, su mente volaba por otros derroteros. Losregalos de Reyes, la comida de Año Nuevo que, como trabajaba esa noche, se haría en otra casa, los problemas del hospital, el exceso de trabajo, el congreso anual donde tenía que dar una conferencia. Y sobre todo, su problema con el estrés y el insomnio. Lo había probado todo. Empezó con el yoga y la relajación, había seguido con la visita a un quiropráctico, y al final, el ejercicio físico, cada vez más intenso, era lo único que hacía que se encontrase mejor. Bueno, además de los ansiolíticos a los que estaba enganchada desde tiempo atrás. Muchos médicos, sometidos a gran tensión por las condiciones y características de su trabajo, los toman, y en eso ella no era diferente. Su trabajo le encantaba. Había conseguido plaza en un gran hospital general, con todos los servicios, en el que querían potenciar el de cirugía cardíaca para que fuese el referente nacional, por lo tanto tenía todos los medios a su alcance y había llegado a convertirse en la adjunta más joven del prestigioso hospital. Además había conseguido un proyecto de cooperación a través de una ONG en una remota región de Africa, y allí iba durante un mes, con parte de su equipo, a un hospital de campaña, apenas sin medios. Operaban a personas con problemas muy diversos. Niños con malformaciones, secuelas de traumatismos o reparaciones cardíacas como el cambio de válvulas. Algo que en nuestro entorno es cosa habitual, a 10.000 km es impensable. Y ella era el alma de todo eseproyecto.Eraconocidainternacionalmente:enpocosaños,había acumulado una experiencia considerable, impropia de su juventud. El futuro era suyo. Todo esto iba pensando Elena, la doctora Ochoa, la joven prometedora, con su marido dando cabezadas y su hijo dormido como un tronco en el asiento trasero. No tuvo tiempo de reaccionar. En una fracción de segundo un enorme coche se les echó encima. Después, todo negro, en silencio. Solo el golpeteo de la lluvia y el frio que se colaba dentro de los restos del coche la hicieron volver en sí. 2. En el silencio y recogimiento de la clínica la paciente Susana Cabello no sentía nada, no veía nada, no oía nada. La levantaban de la cama al sillón, la volvían a acostar. Tenía una sonda por donde la alimentaban e hidrataban, y una vía puesta en una vena del brazo por donde le administraban la medicación. Estaba en una clínica, que recibía el eufemístico nombre de “clínica de reposo”. Todo muy funcional y muy bonito. Una melodía suave se filtraba por alguna parte entre las cámaras de seguridad y los altavoces, entre la pantalla de televisión y las otras pantallas, las de los monitores donde centelleaban luces de diversos colores. Todo era perfecto en aquel ambiente exclusivo. Periódicamente una enfermera,conunadelicadezaextraordinaria,entrabaenlahabitación, comprobaba los sistemas y monitores, tomaba unas notas y hablaba a Elena con una voz muy suave y cariñosa. No sabía si podía escucharla o si entendía lo que le decía; daba igual, a todos los pacientes de esa zona les trataban así, con un mimo exquisito, hablándoles continuamente con la intención de que el sonido de la voz les llegase a lo más recóndito de su cerebro. El momento crucial del día era la visita de los médicos; a media mañana seacercabanasuhabitación,siemprelosmismosaunqueavecesno coincidiesen todos en el lugar. Eran el psiquiatra, el internista, el traumatólogo y el rehabilitador. Después discutirían en la sala de reuniones la progresión de aquel caso tan complejo. Estrés postraumático con episodios de catatonia y negativismo; aquella lesión en la espalda y hombro no eran tan graves y no podían causar esa flacidez y esa atrofia de tantos músculos sin que hubiese una verdadera lesión neurológica. Y esa pérdida de peso imparable, a pesar de la sobrealimentación. Estaba claro, Elena se quería morir. No deseaba seguir allí. La labor de los médicos era un esfuerzo titánico por recuperarla, para sacarla de ese estado. Ya habían conseguido pequeños logros: abría los ojos y les seguía con la mirada, contestaba con monosílabos, ayudaba un poco a la hora de moverla y cambiarlade postura y lo que parecía imposible, empezaba a pedir que la llevasen al baño. Luego llegarían los fisioterapeutas que repetirían toda la parafernalia de cada día. Los movimientos suaves sobre todas las articulaciones, masajes para
desentumecer los músculos y movimientos pasivos. Después, la maquilladora o la peluquera la peinaban y pintaban su rostro para mejorar su aspecto. Es fundamental que se vea bien para que mejore, decían. Su menudo cuerpo, sus extremidades alargadas y gráciles, su figura estilizada denotaba su pasado primero como bailarina de ballet cuando era niña, luego, su cuerpo había evolucionado con el ejercicio físico que practicaba regularmente y al que se había hecho una adicta, carreras por el parque, una horadegimnasiodiarioysupasiónporlanaturalezaalaqueacudía regularmente para hacer pequeñas marchas, paseos los fines de semana con su familia y otros amigos. Eso la relajaba. “Vigoréxica” la llamaba con cariño su marido. En el ambiente de la clínica mantenía su elegancia a pesar de los avatares y del palo que le había dado la vida; su cara de facciones delicadas, labios finos, ojos grandes y azules enmarcados por una frente amplia. Su pelo tan bonito se lo habían cortado dejando una melenita rubia que le daba un aspecto de colegiala. Y así, día tras día y mes tras mes. Los progresos de la paciente Susana Cabello se iban haciendo cada vez más evidentes pero necesitaba una vigilancia constante. Una vez, en un momento de descuido durante el cambio de turno, la habían visto encaramada a la ventana, con medio cuerpo fuera. Si no hubiese sido porque saltó la alarma de la ventana, hubiese podido ocurrir cualquier cosa. Quiero escapar. Quiero escapar—repetía una y otra vez la paciente Susana Cabello. “Intento de suicidio”—anotaron los médicos en su historial y, en la reunión que tuvieron sobre el caso, decidieron aumentar la dosis de sedantes y extremar las medidas de seguridad. Ahora que está mejor quiere escapar de su realidad. 3. Aquella noche en el pequeño hospital comarcal estaban desbordados. La malaolabuenasuerte,segúnsemire, habíahechoquechocasendos autobuses y uno de ellos volcase en la rotonda de entrada, a escasos 500 metros de la puerta principal. Estaban en la sierra, en mitad del campo y daban servicio a los pueblos de la comarca. Era un hospital pequeño, diseñado para atender problemas traumatológicos, casos de pediatría, embarazos y medicina interna. Con algo más de cincuenta camas, hacía una labor inestimable para toda aquella población local. Los casos complicados, una vez estabilizados, eran trasladados en ambulancia, UVI o helicóptero a la capital. Bien organizados y coordinados como estaban no tardaban más de 15 o 20 minutos en ser atendidos en el hospital de referencia. Pero esa noche todo se había torcido. La tormenta de nieve y el intenso frío habían convertido las carreteras una pista de patinaje, con un aluvión de heridos, y, encima, la epidemia de gripe había hecho estragos entre el personal del hospital. El jefe de guardia, el doctor Peláez, intentaba poner orden en todo
aquel caos. La zona de urgencias parecía un mercado persa: gente por todas partes, camillas y camas improvisadas. Las ambulancias no llegaban porque la tormenta las retrasaba. Los helicópteros no podían salir de noche, y menos con aquella tormenta; los heridos, con toda lógica acudían a la puerta del hospital para ser atendidos. La colaboración ciudadana los llevaba en sus coches directamente a la zona de urgencias. Otros heridos acudían por sus propios medios. La policía municipaly la guardia civil también colaboraban intentando poner orden en ese caos. Para colmo, había llegado la prensa, un canal de televisión de corte amarillista se colaba por doquier filmando y molestando a los pacientes y al personal. Gracias al triajelos pacientes eran clasificados según los protocolos más estrictos.En situaciones de demanda masiva, atención de múltiples víctimas o desastre, se privilegia a la víctima con mayores posibilidades de supervivencia según gravedad y la disponibilidad de recursos; y gracias a esto el sistema funcionaba. Nadie se queda sin ser atendido; antes o después eran atendidos por los sanitarios. Las salas de curas estaban llenas, los quirófanos también y el servicio de rayos aún más. Nadie daba abasto y aun asítrabajaban a destajo y con profesionalidad. Algunosmédicos y enfermeras que habían visto la escena y que no prestaban servicio en el hospital se acercaron para ayudar según sus posibilidades. Todos los profesionales eran bienvenidos. —DoctorPeláez,tenemosunproblemaenunquirófano,senecesitasu presencia inmediatamente. Estas pocas palabras de una enfermera desataron la cólera del médico. Llevaba varias horas sin descanso, sometido a una tensión brutal, organizando la desorganización más absoluta. —¡Pues yo tengo un problema aquí, que lo solucione el cirujano! 4. La doctoraSusana Cabellopor fin se sentía libre. Había dejado de tomar de forma progresiva la medicación sin que nadie del personal de la clínica se percatase de ello. Se encontraba más despejada: ya se sentía ella misma. No soportabamásestarencerradaenesajauladeoro,enaquellaclínica psiquiátrica. Ya se encontraba curada, en contra de la opinión de los médicos, y quería marcharse. Después del incidente de la ventana estaba continuamente vigilada y con una medicación más potente que la atontaba y no le dejaba pensar. Por eso tomó la determinación de marcharse, de abandonar el tratamiento. De escapar de esa clínica que, según ella, ya había cumplido su misión. Durante varias semanas estuvo preparando su fuga. Estudiar el edificio no fue difícil, aunque fuese siempre acompañada tenía libertad de movimientos: acudía a la sala de terapia, al gimnasio, y, cuando hacía buen tiempo, paseaba por los jardines.
Aquel día, después de la cena,salió de su habitación y entró en el vestuario femenino. Eligió un uniforme de su talla y escondió un abrigo y calzados apropiados. Salió por la puerta de atrás, disimulando con un carro de ropa sucia. Lo demás fue un paseo. Era una clínica, no una cárcel. Ya en el aparcamiento se acercó a un coche y una pareja muy amable se brindó para llevarla a la ciudad. Menuda nochecita para perder el autobús. Lo entendieron enseguida. Cuando llegaron a una rotonda, la carretera estaba cortada. Un equipo de proteccióncivil les impedía el paso. Al parecer habían chocado dos autobuses y había un montón de heridos. —Soy personal sanitario—dijo la doctoraSusana Cabello. Le vino entonces a la memoria aquella otra noche, cuando volvió en sí, medio atontada, el ruido de hierros al retorcerse, el dolor y la rabia que sintió al no poder hacer nada. Recordó cómo vio a su marido destrozado, con los ojos inertes y la boca abierta, sin vida. Su hijo, su pequeño, su niño, en una postura antinatural, con medio cuerpo fuera de lo que una vez fue la puerta y parte de ventanilla. Recordó su dolor por todo el cuerpo, en su espalda y su cuello producido por el violento choque, y sobre todo, recordó su desesperación cuando se acercó a su hijo. No respiraba. Enseguida supo que tenía las cervicales fracturadas, tenía sangre en el oído, en la nariz y en la boca. Tenía que salir y pedir ayuda. No pudo sacar a su marido del coche, así que se ocupó de su hijo. Lo tomó en brazos y caminó, corrió por la carretera mientras pudo, buscando y pidiendoayuda. No recordaba nada más. Mientras se encaminaba a la entrada del hospital pasó junto al autobús volcado. Varias personas de emergencias estaban sacando a un muchacho que era poco más que un niño; tenía un trozo de carcasa clavado en el pecho del quesobresalía casi un palmo. Estaba tremendamente pálido, apenas podía respirar. Le colocaron inconsciente sobre una camilla. —Soymédico.Llévenlocorriendoalhospital:sinoseactúa inmediatamente,morirá—.Suspadresestabanmudos,desolados.Nose separaban de él.—Por favor, doctora, haga todo lo posible: ¡sálvelo! Una vez dentro del hospital el trámite era el habitual. Valoración completa. colocar una cánula para intubación y oxígeno. LaSusana Cabellovio que el chico estaba en shock por la gran hemorragia que presentaba. No daba tiempo para hacer un escáner, así que haría las radiografías en el quirófano. Había que poner inmediatamente un catéter para evacuar la sangre acumulada en el pecho. Los padres esperaban en la salita previa. Habían rellenadotodos los formularios de urgencias; abrazados y angustiados solo podían esperar. No había tiempo que perder. Mientras le ponían varias vías, tomaron muestras de sangre. Tuvieron suerte, un quirófano acababa de quedarse libre, el cirujano que estaba esperando a un paciente se quedó perplejo ante lo que llegaba.
—¿Quién ha dado la orden para esta intervención? No estamos preparados para atender semejante lesión. Yo soy traumatólogo, no cirujano cardíaco. ¿Quién es usted y quién le ha dado permiso para operar? —Apártese—fue la única respuesta que obtuvo, mientras acomodaban al muchacho en la mesa.—Soy la doctoraSusana Cabello, especialista en cirugía cardíaca. Puede apartarse o ayudarme, usted elige, pero no se le ocurra molestarme—. Era una voz cortante,intimidatoria. Una mirada de fuego era lo único que salía de ese rostro, semioculto por la mascarilla y el gorro de quirófano. CondecisiónSusanacomenzóacolocar elcatéterpordebajodel esternón,pidiódosunidadesdesangre,inmediatamentesehicieronlas radiografías en el quirófano. Ahí estaba el trozo clavado, los signos de ocupación del pulmón por la sangre, la afectación del diafragma. Hicieron una ecografía. No había ninguna duda. El corazón tenía una herida por la que manaba abundante sangre en cada contracción, en cada latido, por lo que había que suturarla inmediatamente. 5. El doctor Peláez, jefe de guardia, estaba llamando por teléfono al director delhospital,parainformarledeloqueestabaocurriendoenunodelos quirófanos. —Oye, Buendía, hay una tal doctora Cabello, que dice que es de corazón. Ahora está operando a un chaval a vida o muerte, un hierro le ha atravesado el pecho. Se ha saltado todos los protocolos. No sé cómo se ha metido aquí. Ya he llamado a la policía y al Juzgado.Esto es un caos de mil demonios. Ya sabes por la televisión lo del accidente. Y encima esto. —¿La doctora Cabello? No, no es posible: está en un psiquiátrico. Menuda tragedia pasó la pobre. El caso fue muy sonado. Una noche, en Navidad, unos niñatos salieron con el 4x4 del padre de uno y se estamparon contra el coche de la doctora. Su marido y su hijo murieron en el acto. Al marido lo sacaron los bomberos tras dos horas de trabajo, estaba entre los hierros retorcidos del coche. Al parecer ella fue, con su hijo muerto en brazos, andando sin rumbo por la carretera durante varias horas, como una zombi. La internaron en una clínica especializada en brotes psicóticos y en traumas por estrés. Si verdaderamente es ella, a ese chico le ha tocado la lotería. Nadie lehubiese podido operar con garantías: Cabello es la mejor en su especialidad. —Doctora Cabello—notó una voz que le susurraba.—Soy el doctor Buendía, el director del hospital, permítame que la ayude con su paciente. Está haciendo usted un trabajo excelente. La sutura del corazón me ha dejado verdaderamente impresionado. Lástima que no tengamos UCI en este hospital para poder seguir atendiéndole. En cuanto podamos, una UVI móvil le llevará urgentemente a nuestro hospital de referencia. Cuando termine deberáacompañarme. No se lo tome a mal pero la tendremos que llevar de vuelta al centro donde estaba.
Cuando terminó la intervenciónSusana Cabello se quitó el gorro y la mascarilla, se deshizo de los guantes y la bata de quirófano que llevaba, acompañada por el doctor Buendía acudió a la salita donde esperaban los padres del chico. No dijo nada, su cara lo expresaba todo. Se abrazó a la madre y rompió a llorar, al principio eran unas lágrimas solidarias de madre a madre, luego fue un llanto incontrolado, un torrente acompañado de gemidos; todo lo que no había llorado en los largos meses de internamiento en aquella clínica donde había estado como una autómata. Se fundía en un abrazo humano con aquella mujer. Tiempo después, cuando a Susana le dieron el alta en laclínica de reposo lo primero que hizo fue ir a visitar a su último paciente. ANEXO A continuación se mencionan, por citar algunos momentos importantes en la historia de la cirugía cardíaca y sin intención de discriminar o menospreciar a tantosmédicoscuyalaborhasidoinestimable,determinadoshitos fundamentales en esta especialidad. Desde la Antigüedad hasta bien entrado el siglo XIX se sabía que las enfermedades del corazón, y en especial las heridas en este órgano, eran inevitablemente mortales. Existen pruebas de que en el siglo XVIII se hicieron experimentos con animales a los cuales les intervinieron el corazón y que obtuvieron buenos resultados a corto plazo (Senac 1749). La primera cirugía propiamente dicha sobre el corazón fue realizada por elcirujanonoruegoAxelCappelenel4deseptiembrede1895enel Rikshospitalet de Kristiania, enOslo.La intervención consistió en la sutura deuna arteria coronaria sangrante en un hombre de 24 años que había sido apuñalado. El paciente se despertó y pareció estar bien durante 24 horas, pero enfermó, sufrió un aumento de temperatura y acabó muriendo; la autopsia determinó que había sido una infección la que había acabado con su vida al tercer día del postoperatorio. En1896Ludwig Rehn, cirujano alemán, fue quien suturó, por primera vez con éxito, una herida en el corazón que había sido causada por una puñalada. En 1923 Curtler y Levine operaron con éxito la primera estenosis mitral. Esta actuaciones se realizaban sin abrir el corazón, es decir “a corazón cerrado”. En las décadas de los años 50 y 60 del s.XX comenzaron a realizarse operaciones a “corazónabierto”.Walton Lillehei fue el pionero y en 1953 John
Gibbon utilizó lamáquina de circulación extracorpóreadiseñada por él mismo, interviniendomalformacionescongénitasdelcorazónygrandesvasos.Al principio se usó la hipotermia, enfriar el cuerpo para ralentizar sus necesidades de oxígeno. Los cirujanos se dieron cuenta de las limitaciones de la hipotermia ya que las complejas reparaciones intracardíacas requieren más tiempo y el paciente necesita flujo sanguíneo en el cuerpo (sobre todo en el cerebro); se necesita que la que la función del corazón y de los pulmones sea proporcionada por un mecanismo artificial, de ahí eltérmino“bypass” cardiopulmonar. El 13 de junio de 1957, en el Children's Hospital-Houston Texas, el Dr. Denton Coley realiza la primera cirugía a corazón abierto, con laayuda de los doctores McNamara y Barnard. En 1967, en Sudáfrica, el Dr. Barnard realizó el primer trasplante de corazón en el Hospital Groote Schurr. Pero no fue hasta 1984 cuando se consiguió evitar el rechazo inmunológico gracias a la selección de pacientes y a los tratamientos de inmunoterapia llevados a cabo por Sunway en la Universidad de Stanford, USA. FIN
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