Como banderas al viento, así veíamos los chicos del cuartel aquellas prendas que de repente aparecieron en el tendedero comunitario. Cada mañana acudíamos esperanzados al “izado de la lencería” de las vecinas y apostábamos sobre el color del día jugando con los de la bandera francesa, pues de allí provenía aquella novedad.
Madre e hija habían emigrado a Francia por un período de tiempo para complementar, o completar, la escasa “soldada” que en los años 60 cobraba un Guardia Civil. No recuerdo si fueron unos meses o unos años de ausencia, pero a su vuelta los blancos tendidos al sol del régimen se colorearon repentinamente con la colada de las “francesas”. Y entre aquella profusión destacaban los sostenes de la joven. Supongo que alguien les llamó la atención porque desaparecieron al poco tiempo, pero “el mal” ya estaba hecho.
Hay que apuntar que por entonces cualquier atisbo de erotismo o referencia lejana se convertía en objeto de comentario. En el Colegio cantábamos el ampuloso himno al Fundador, no entendíamos la mitad de las palabras, pero al llegar a la última estrofa que decía “de la obra Marista tu eres el sostén” se subía la voz y se remarcaba, al tiempo que se oían unas risitas reprimidas por el vozarrón del Hermano de turno con un: ¡a ver si estamos a lo que estamos!
Desde luego existía el tráfico clandestino de fotos con desnudos femeninos arrancados de ciertas revistas e incluso el contrabando de números completos de Playboy y Penthouse que algunos compraban a los marineros en los puertos, aprovechando las vacaciones.
Aún habían de pasar varios años para que apareciera el cine más permisivo de “Arte y Ensayo” y más tarde el del destape. Algunos llegaron a viajar a Perpignan para ver “El último tango en París”. Estaba claro que lo pecaminoso procedía del país vecino.
Entretanto la censura hacía de las suyas aquí, y más en el Cole, donde las películas ya censuradas se volvían a recortar de forma que adelgazaban sustancialmente. En una ocasión, producto de esos manejos, el metraje de una se redujo de los habituales 90 minutos a unos 10, por lo que el “Hermano proyector” hubo de tirar de recursos y completó la sesión con una interminable serie de dibujos animados que finalizaban machaconamente con el mensaje cantado “Lámparas Philips mejores no hay” y que al parecer había donado el distribuidor de la marca, padre de uno de nuestros compañeros.
Imaginábamos a nuestra vecina como “La Libertad guiando al pueblo” a pecho descubierto de Delacroix y la hubiéramos seguido ciegamente incluso sin “Ideales”. Bueno sin “Ideales” pero con “Carabelas”, la marca de cigarrillos que fumábamos a escondidas.
Recuerdo a nuestra “Marianne” rubia y agraciada, con unos años más que los nuestros, a la cual agradezco, desde aquí, aquellos aires parisinos de modernidad que, sin ella saberlo, alimentó nuestros sueños juveniles. Besos Mari Flor.
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Es cierto que las chicas no hemos podido compartir ni siquiera esos sentimientos, pero lo que escribes J. Carlos, si que en el ambiente, nos recuerda a aquellos años pecatos.