jueves, abril 25 2024

Un Cunaguaro es su nahual by Rosa Boschetti

Su muerte anunció la llegada de un nuevo ser. Este se abrió paso con ímpetu y al igual que un pequeño tigre, sacó sus garras para aferrarse con firmeza a la vida. De alguna manera supo que su mamá había muerto y lloró su pérdida al lanzar al aire un rugido salvaje que intimidó a los presentes.

Ninguno de los que asistieron a ese parto se enteró de que su madre llamó al espíritu más valiente para que cuidara a su descendiente y pidió conocerle antes de morir. Entonces el alma del cunaguaro se presentó para hablar con ella. Le prometió proteger y guiar a la cría. Esa fue la fuerza que todos sintieron cuando nació ese niño y a partir de ese instante él despertó fuertes sentimientos ante sus semejantes. Era como si antiguos designios marcaran el impacto que habría de tener entre aquellos que lo conocieran.

El nahual compartió el don de sus habilidades y características. De allí que los grandes ojos expresivos de ese niño se podían adaptar muy bien a los cambios de luminosidad, sus pupilas se contraían al haber mucha luz, se abrían en la oscuridad y estaban destinados a cautivar a todos aquellos que él mirara. Él también poseía un gran sentido auditivo, además de ser capaz de caminar sin producir ruido.

Era un niño solitario, con unas ansias de conocimientos que el cunaguaro supo orientar. Él contempló con asombro cómo el sol tenía todo de rojo en cada amanecer. Miró los distintos matices naranjas que adornan el paisaje y comprobó. con el paso de las horas, su transformación hasta que sus tonalidades se volvían a tonos rosados. Comprendió que la luna se encargaba de vestir el entorno con el violeta, llegaba al negro y en algunas noches, se vestiría de dorado. También entendió al aire, especialista en pasar inadvertido. Observó que este revelaba su presencia con el blanco y utilizaba el gris para anunciar el final de la dirección de sus movimientos. El cielo y la tierra tampoco fueron un misterio para él, pudo conocer los secretos que anidaban en sus corazones a través de los azules, verdes, amarillos, en los colores de los pájaros, en el agua, en el horizonte.

En su juventud sus encantos aumentaron, y aunque algunos se sintieron perturbados por su innata sensualidad, era inevitable mirarlo al hacerse presente. La fuerza de sus movimientos, de su mirada, de su expresión hizo que fuera admirado y temido por igual. Los que lo amaron, siguieron sus pasos de cerca, los otros lo evitaron y ambos grupos hicieron que su día a día estuviera lleno de altibajos. Por esa razón el cunaguaro se presentó en sus sueños, para aconsejarlo y ahuyentar sus temores, mientras lo acunaba con sus ronroneos.

Siendo adulto emanó paz y tranquilidad, pero la feroz competencia por resaltar y sobrevivir hizo que algunos desearan que desapareciera este ser tan especial. No soportaron la luz que dejaba en su camino, ni el olor natural que desprendía su cuerpo. Así, el respeto frente a su presencia se borró para dejar entrar al temor y la envidia. Los consejos de su nahual parecieron obsoletos a sus oídos, difíciles de aplicar e ineficientes a la hora de enfrentarse a los conflictos. Ya nada era directo, ni parecía tener una causa real y justificada. Aprendió a camuflarse en el paisaje de un empleo a jornada completa. A responder, como se debía, ante la familia que había formado con quien anteriormente celebró sus iniciativas. Ya era un hombre maduro cuando se quedó sin olores y dejó de apreciar los colores en el firmamento. El aire no tuvo nunca más, ningún asunto que decirle al verse envuelto en la rutina. Los sueños con el cunaguaro quedaron para ser contados a su niño pequeño antes de dormir.

De esta manera llegó el fin de su un período que se inició desde el principio de los tiempos y dio paso a una nueva era, sin olores, colores, ni sonidos naturales, a pesar de que todos eran fáciles de reconocer.

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