A diez euros y medio la hora más los materiales: ya sé lo que me va a costar que me pinten la casa. También sé lo que me cuesta la ficha del lavacoches y decido cuanto quiero/debo ¿invertir? en un ramo de flores de compromiso, en ese equilibrio entre quedar socialmente bien y el subjetivo merecimiento de quien va a recibirlo. Los manuales de urbanidad aconsejan, para que haya retorno, que la inversión sea de algo más que el cálculo justo.
Algunos libros de modesto precio me han proporcionado no diré sabidurías o puede que sí, en todo caso conocimientos/recursos/astucias para andar por ahí…. Otros, sin embargo, no han alcanzado a ser sino objeto decorativo en la vitrina a pesar de su abultada factura y las filigranas doradas sobre la piel que lo encuaderna.
¿Con sonrisas puedo pagar una caricia? ¿Con qué una noche de atenciones a mis roturas? ¿Qué querrías, qué podría darte?
El precio es estar a lo que haga falta en la hora precisa sin simetrías mensurables que precisen de equilibrio en una hipotética contrapartida que hasta puede que no exista nunca.
Pero la soledad pasa factura cada día, cada hora.
Y si me lavas los ojos de soledad y resplandecen ¿qué moneda? Quizás la del alma para que no se pierda.
Sin embargo la soledad es barata por mucho que se lamenten «cuánto cuesta estar sólo» Qué va, es una baratija.
Nada debes, por tanto a nadie has de atender ni nadie ha de contemplarte puesto que nada adeudas.
Acaso la caridad te traiga o me lleve a tu lado un rato o ¿sería preferible ser deudor de alguien? aunque fuere de la sombra de un fantasma.