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El reloj by Marcello Comitini

A ese pequeño reloj de péndulo, colgado en lo alto de la pared detrás del escritorio en el estudio, mi padre acudió subiéndose a una silla todos los días, con equilibrio incierto, y estirando los brazos por encima de la cabeza. Cada día más y más jadeando por el esfuerzo.
Quién sabe por qué lo sostuvo tan alto. Quizá para que el fatal paso del tiempo no le negara el placer de vivir en el pasado.
El reloj está ahora en mi estudio y brilla con frisos de cobre dorado al estilo de los años 30. Se asemeja a un pequeño sagrario de madera de color nogal mate de aspecto pobre con una puerta frontal de cristal, sobre el que destaca el blanco marfil de la esfera como una luna a plena luz del día. Las horas se representan en negro con números romanos.
Me dijeron que mi padre lo había ganado en una lotería. Las manecillas parecen largas y afiladas hojas de tijeras que se apresuran a cortar sin piedad los minutos incluidos en el delta de las dos puntas.
De niño, parado frente al escritorio, cuando mi padre estaba ausente miraba, y con la nariz levantada, el movimiento del péndulo con la esperanza de que de repente se abriera una puertecita y saliera el cuco posado en su ramita. Estos eran los relojes que me gustaban. Su canto, que siempre me tomó por sorpresa, me pareció mágico porque se veía claramente que el pico del pájaro no se movía al lanzar los trinos. Sin embargo, cada vez que me encontré uno, en las casas de los amigos de mis padres,  me detuve a mirar, esperando que ese extraño grito agudo y gutural llenara el aire. Era inútil pedirle a alguien que me explicara cómo era posible que yo lo sintiera aún sin ver el movimiento del pico. Pensé en cuando mi padre abusaba de mi madre y en cómo yo gritaba de miedo sin abrir los labios.
Desde que falleció mi padre (mi madre también había muerta ) tengo colgado el péndulo en la pared frontal de mi escritorio, a una altura alcanzable. El único sonido que emite es el monótono tictac del movimiento del péndulo.
Sin embargo, absortos en la lectura, su tictac se convierte en un canto a boca cerrada que llega a mi habitación desde un jardín de flores donde los pájaros escuchan encantados mientras sus picos pulen sus plumas para estar listos para presentarse a sus compañeras que, tímidas y alegres, les sé feliz de disfrutar de la danza entre las hojas y las ramas.
En ese jardín vuelvo a ver a mi padre, encerrado en su eterno abrigo gris y boina, tapando su fría calvicie, leyendo en voz alta los clásicos de siglos pasados. Él también es un pájaro viejo con alas apoyadas en el borde de la fuente que brota como su voz y me transmite la armonía de sus lecturas, el ritmo severo de los endecasílabos para viajes aventureros en tierras inexploradas, para el coraje loco de héroes en batalla y el ritmo dulce y ágil de los septenarios que narran igualmente locos amores, correspondidos o no, las desilusiones, las venganzas y los suicidios.
El encanto de esas imágenes tiene el poder de convencerme de que el tiempo puede haberse detenido, dándome el don de entrar en la dimensión sumergida de las palabras fascinantes, en desuso. Cierro los ojos y me imagino como el autor.
Si me olvido de cargarlo, es la ausencia de las imágenes lo que me hace levantar los ojos. El péndulo apunta la barra inmóvil hacia el peso que pone la gravedad en movimiento. Las manecillas abiertas invariablemente marcan las tres y cuarto de la noche, o de la tarde, horas que suelo ignorar cuando me permito un descanso del sueño.
El sueño debería asemejar el hombre a un reloj agotado, sin medida del tiempo, esperando ser reiniciado. Y en cambio es sólo un tiempo diferente que fluye en direcciones a veces opuestas, mezclando las tres caras de la existencia, entrelazándolas todas al mismo tiempo como tres actores de diferentes épocas, que aparecen con la ropa de las tres épocas en el mismo escenario, confundiendo al espectador.
En sueño es como escuchar los poemas de mi padre y revivirlos de primera mano o inventar otros nuevos como si el futuro esperado o temido ya hubiera vivido.
En sueño escucho susurros de muerte celestial, balbuceos de labios en eternos juramentos, pasos que ascienden suavemente y traspasan el umbral de amores acabados, abandonos, traiciones, guerras perdidas o ganadas. Faltan los suicidas, no las ganas y la falta de coraje. Pero el sueño también me da las alegrías de un amor fantaseado con una mujer que me abraza apasionadamente y una potencia erótica que me invade hasta la extenuación.
Todo esto en el tiempo inmóvil del sueño.
Yo miro el reloj. No quiero despertarlo de su frío letargo. ¿Se puede vivir en sueño? El reloj que espera no detiene el tiempo. Ni siquiera el sueño. Solo el corazón puede detenerlo, pero es necesario que yo no le dé más cuerda.

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3 Comments

  • Muchas gracias por publicarlo también en español, querido Juan🤗

  • Mi era sfuggito in italiano la prima volta e i miei complimenti arrivano a entrambi adesso!!!💚🌹

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