Quisiera ser la sonrisa que rompe tu tristeza, que marcases mi número sin conciencia ni del tiempo ni del espacio posibles, que me supieses tan cierto como el agua que se brinda fresca y gozosa a saciar tu sed, que te acercases con igual o más naturalidad con que buscas la paz, cuadrar el mundo, liando un pito, tomando un café, ser el solitario y la soledad en que te sabes. Quisiera ser, ya digo, el rayo de sol que atraviese tu nublado, que pronunciases mi nombre con la misma certeza con que tu mano a ciegas sabe las coordenadas exactas del interruptor de la luz. Yo procuraré no serte nunca bombilla fundida, y si se cae la red, vela me haré y hasta cerilla, yesca que arda y temple si lo que te encoge es frío. Quisiera ser el 112 de tu alegría, el amparo de la niña perdida, la ilusión de la joven sorprendida, el hombre de la mujer que eres, el amigo de tus tribulaciones, el compañero, el cómplice, acaso, tan sólo, la cuarta pata de tu silla, el último bote de cerveza fría, un útil cotidiano en las cosas de tu vida.