UN FINAL MUY VUESTRO
Con Julio, con el gran Julio en la sombra, acaba la temporada de Lunas de Lantano, pero no la novela. Quedan cinco capítulos para darle fin. Cuando iniciaba en septiembre pasado su escritura y publicación (Masticadores hace posible que coincidan ambos instantes), decía: "me estoy repensando la posibilidad de incluir la decisión del lector para el final (o los finales) de la trama".
Y a ello quiero invitaros: teneis todo el verano (como en aquellos cuadernos escolares) para troquelar en lo que os guste a los personajes de la trama, situaciones, desencadenamientos... Por supuesto, el final ya está más que cerrado, pero me gustaría vuestra participación en este relato, y estoy dispuesto a premiarla con un ejemplar de su próxima publicación impresa. Las ideas podeis dejarlas en este mismo post. Para refrescar los capítulos basta con escribir en el buscador de Masticadores "Lunas de Lantano".
Y a la vuelta del verano... el final.
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El sueño, esa nieve dulce
—A ver si a la tercera empiezan a contarnos algo interesante. Para ser unos escritores tan talentosos nos están defraudando.
Hay una ligera, casi inadvertida, variación en la utilería del caso: las pastillas de Juárez. Alguien, con todo el conocimiento y la mala leche del mundo, las ha dejado junto a la próxima botella por escanciar, al caprichoso alcance del verdugo de turno. El líquido empieza a fluir hacia la boca lampiña del novelista méxico-colombiano. El silencio es esta vez castigado con una píldora y otro parlamento del Abuelo.
—Veremos a ver, Juárez, si no tenemos que encadenar esto que nos encontramos en su módulo con mi delicioso whisky canadiense…
Casi por primera vez en su vida, Néstor Juárez, no ve en el recurso al blíster una ayuda para exorcizar su melancolía suicida, sino la amenaza real de quedarse en el sitio, en esa especie de mausoleo de caoba y vidrio de botella. A la tercera pastilla y cuarta cubeta de whisky canta algo.
—No la madamos nosotros, la encontramos muerda.
El Abuelo sale de su letargo como de estatua decimonónica.
—¡Cómo que no la mataron! ¡La encontraron con medio metro de cuchillo pastelero clavado a Inesita!
La protesta del viejo –que esta vez parece como del abuelo real de la autora de Flor vulnerada– hace casi más mella en Juárez que el alcohol y los barbitúricos.
—Quedíamos madarla, a Inés… pero odros la madaron andes.
Lo que sigue suena a silencio definitivo, a que Néstor no va a alcanzar a decir más o que lo que ha dicho ha disuelto como un manto de alquitrán por toda la pedante sala. Pero lo que acaba por callarlos a todos, víctimas y verdugos, es la sombra lateral de un hombre alto, con un gato al lado, barba profusa y pelo largo con la raya a un lado, dejando ver una elegante entrada. Dedos de una largura huesuda, arbórea, que van pasando páginas de un ejemplar de Rayuela.
—Che, menudo escándalo que arman, ni por acá se anda tranquilo. Va a ser verdad eso de Éluard de que hay otros mundos pero están en este…