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La esencia del jaguar— By Marcos B. Tanis.

Tras la muerte de Ameel; Kayet, el heredero del trono y regente del clan Víboras venenosas se había vuelto más sabio y más audaz. Todos sabían que, aunque siempre fue un sujeto aventurero y sin un ápice de miedo, ahora, la esencia del jaguar hizo despertar en él algo inefable.
Incluso, Kayet empezó a manifestar ese deseo de gobernar más allá de los límites que siempre le inculcaron respetar. Eligió a los hombres más poderosos del clan y se armaron de flechas venenosas, arcos, hondas, entre otras herramientas para confrontarse con el clan Jabalíes y conquistar sus tierras. Como él, era el líder, nadie podía objetar nada y si no acataban sus órdenes, él los separaba del grupo o sufrían de las más viles torturas. Según él mismo decía, su comunicación con los espíritus de la selva, hacía que actuara de la manera en que lo estaba haciendo y culpó a su padre de que era un cobarde por vendarles los ojos con mentiras.
Con lo que respecta a su esposa, Aramí empezó a temerle. Hasta otras mujeres o los ancianos de la aldea, le decían que el que convivía con ella, ya no era su esposo, sino el espíritu errante de un falso tótem. Ella también pensó que hubo algo extraño aquella noche en que su padre trasmutó en el ritual para heredarle su poder chamánico, lo que no supo conferir, qué era.
Por las noches, Ysapy sollozaba en su pequeña hamaca al ver a su padre en una posición extraña, como si atacase o estuviera a punto de hacerlo, ponía los ojos en blanco, como si estuviera en un trance y como si mirara hacia su lugar de descanso. Ysapy le había dicho muchas veces a su madre lo que ocurría por las noches, pero ella decía que eran solo sueños provocados por Añá para confundir sus sentimientos para con su padre. Para Aramí era mejor actuar al margen de la ley del Tupâ, hasta que encontrara la fórmula para escapar de las garras de aquel nuevo tirano (su propio esposo).
Aramí tenía cómplices que iban desde los más jóvenes y hasta los más longevos y estos empezaron a trasmitirle sus conocimientos ancestrales para que ella pudiera realizar rituales de separación del cuerpo y el alma. Al principio temía que Kayet empezase a sospechar o, que su tótem le despertase su tercer ojo.
—El miedo solo es una barrera invisible, de ti depende cruzarlo o no —le había dicho uno de los brujos del clan.
—Es mi esposo, no quiero actuar en su contra —se lamentó.
Aramí compartió miles de soles al lado de Kayet, lo amaba, sí, empezó a temerlo, también. Y esa dicotomía del bien y el mal hacía que se confundiera el doble. No obstante, el sacrificio le volvería una mártir y su clan sería recordado siempre.
—Lo haré —confesó Aramí.
Pero como ella no tendría la manera de confrontarse con su marido en caso de que fallara en la transmutación, haría que la esencia del jaguar se trasmutara en su pequeña Ysapy.
Tardó semanas en perfeccionar el ritual de expulsión (como lo llamaban), Aramí empezó a dominar el poder del viaje astral y dijo estar lista para expulsar al jaguar del cuerpo de Kayet, puesto que la esencia le hacía mal a su esposo. Pese a ser fuerte, sagaz, Kayet no soportó la herencia de su padre y sin querer, el poder del espíritu inoculó un mal que no previeron cuando lo eligieron como el chamán.
Había llegado el día que planearon durante la primavera. Kayet se pintó el rostro con cenizas, empezó a articular sonidos salvajes, luego formó un círculo, se introdujo en él y elevó su esencia entre los espíritus de la naturaleza. Esta vez, los ancianos formaron un lazo de poder y sin que el líder lo notara, realizaron otro círculo que anexaba al que realizó Kayet. Acto seguido, Aramí se introdujo en él y también, empezó a viajar al umbral de las almas del universo.
Cuando se hubo liberado, vio a Kayet en el umbral.
—¿Qué sucede…?, ¿esto es un sueño?
—No, he aprendido el ritual de expulsión —confesó—, lo siento, Kayet.
—¿Qué harás?, ¿por qué estás aquí?
—Vine a salvarte, mejor dicho, a salvarnos.
—¿Salvarnos de qué?, ¿¡qué sucede, Aramí!?
No hubo tiempo de explicaciones, desde el mundo de los vivos, los brujos junto con las hechiceras derramaron pócimas sobre el cuerpo del líder, también sobre Aramí, quien, en estado de trance, empezó a convulsionar.
Ysapy no podía presenciar el ritual, los niños debían estar alejados, primero por protección, seguido de ello, por precaución.
En el umbral, Kayet empezó a sentirse extraño, hasta que empezó a rugir dentro de él su tótem, en un momento dado, se arrodilló sobre aquel lodoso suelo imaginativo, luego fue guiado por una fuerza poderosa y empezó a abrir la boca. Empezó a regurgitar y vio como la esencia salió desde su interior y corrió hacia Aramí.
—¡NOO!
No obstante, sus lamentaciones no sirvieron de nada, cuando el jaguar se introdujo en su esposa. Al momento que lo hizo, se despertó en el mundo de los vivos y corrió hacia Kayet que, se contorsionaba de dolor entre ambos mundos.
—¡Despiértenlo! —ordenó.
El mantra de los brujos, en conjunto con las hechiceras se agotó en la espesura de la noche y Kayet volvió en sí tras momentos de tensión. Con un salvaje destino, ser desterrado de su poder.
Durante años, nunca habían visto que una mujer se convirtiera en líder del clan Víboras venenosas, hasta esa noche, en que Aramí soportó recibir la esencia del jaguar.
Todo regresó a su normalidad, hubo tregua con el clan Jabalíes, la aldea empezó a fortalecerse y hasta hubo reconciliación entre Kayet y Aramí. En el fondo, Kayet estaba herido, pero al mismo tiempo, orgulloso de su mujer por saber regentar bajo la ley del Tupâ y su tótem.
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