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DEMANDA Y OFERTA: LOS NEGOCIOS DEL MERCADO by Verónica Boleta

Marcos carraspea por centésima vez. Ni aún ese gesto que se volvió automático en los últimos días trae alivio a su garganta. La siente seca. ¡No es para menos! Todo allí es seco y, para colmo de sus males, polvoriento. ¿Por qué me dejé arrastrar por Sonia? Debo estar loco— refunfuña para sí. Sonia, la de las ideas inesperadas, los ha premiado con un viaje relámpago al infierno. Viaje de compras, lo llama ella.

Marcos arrastra la voluntad y los paquetes de las dichosas ofertas.

—¿Viste qué gangas?— pregunta Sonia, toda sonrisas.

—Ajam— articula él con la sabiduría de la interjección. Es lo suficientemente cauto para no desatar una discusión en medio de esa aridez.  Hace cuentas rápidas y adiciona, a los precios de regalo de objetos que no necesitaban, el costo del viaje, el valor de su tiempo dilapidado y el malestar en su ánimo que el entorno no morigera. Quite o reste alguno de esos aspectos, no hay ganancia. Él compra lo necesario y lo hace por internet, desde la comodidad de una habitación con aire acondicionado. No entiende ni a Sonia ni al resto de las mujeres que los rodean y se afanan revolviendo los cajones y las perchas de esa hilera de puestos interminables. Mira los rostros de los maridos y se reconoce en ellos: una mezcla de resignación y silencio.

Estira el cuello intentando descifrar dónde termina el suplicio. Cuenta quince cuadras de la avenida principal en estado de ebullición. Conoce de sobra a Sonia y su prolijidad. Primero, los puestos entoldados sobre una acera; luego, recibirán su visita los de la vereda contraria. Recién comienzan el recorrido, ¡falta tanto, todavía! Se seca el sudor con la manga de la camisa. Boquea como un pez fuera del agua. No hay caso. No consigue tragar más que polvo. La aridez del entorno le seca las mucosas. Siente los labios agrietados y el mercurio del termómetro no deja de ascender. ¿Cómo diantres toleran los lugareños tantas incomodidades?

—¡Mira aquel local de electrónicos!— señala ella con precisión de sabueso. Marcos se entusiasma. Repasa el listado de sus intereses: una tablet —otra—, algunos pendrives, una cámara de fotos de esas panorámicas, apta para los deportes extremos. Un paisano morocho atiende tras una mesa precaria. Marcos consulta, toca, mira, lee las cajas, pregunta por las garantías si el producto resulta dañado. Se encapricha con un reloj y comienza la danza del regateo. Se deja llevar por el olor del mediodía y de la fritanga que espesa el ambiente. En ese mercado pobre, ajado, desteñido por el sol ardiente, olvidado de la mano de Dios y cercano a la frontera, se mueve como en el Gran Bazar de Estambul. Sonríe con la boca cuarteada. Compra como un poseso. Seguro Sonia se le metió dentro. Los demás hombres se arremolinan en torno a él. Quieren un poco de esa magia.

—¿Vieron?, afirma más que pregunta Sonia a las restantes damas, son como los chicos. El secreto es encontrar algo que capte su atención, así no nos molestan. ¿Seguimos comprando, señoras?  Valdemar los mantendrá ocupados a cambio de una modesta comisión.

Las mujeres avanzan y devoran a su paso como una plaga de langostas. El grupo de hombres, reunidos frente al puesto de Valdemar, las ve alejarse. Intercambian miradas. Se felicitan con disimulo. Le entregan al vendedor una propina abultada por librarlos del ansia consumista de sus mujeres.

El paisano sonríe sin decir nada. Hoy el negocio salió redondo.

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  • […] Publicado por Bloguer 2 el 24 julio, 20238 agosto, 2023 DEMANDA Y OFERTA: LOS NEGOCIOS DEL MERCADO by Verónica Boleta […]

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