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Una vida sin poesía by Elvira Ávila

¿Qué es una vida sin poesía? ¿Qué es sin la afectación simbólica de la metáfora que desciende una y otra vez como aguacero de lumbre celestial y se aloja por años en la memoria del lector? No hace mucho sorprendí a un familiar al encontrarme con él mientras en mis manos sostenía Sonetos y Canciones, del escritor Gabriel Zaid. Despejada la duda de que aquel liviano libro (liviano en apariencia, sustancial en contenido) no era un cancionero sino, más bien, un conjunto de poemas mi familiar soltó a reír. “¡No mames! ¿Lees poesía?”, su asombro fue veloz, genuino. Tanto así que alarmó mi curiosidad al desprecio sin restricciones hacia la palabra escrita desde la sensibilidad silenciosa, como lo es la poesía del maestro Zaid. ¿Qué estimula el rechazo al misterio de lo desconocido?, comencé a preguntarme. ¿A qué río bajan a enjuagar sus llantos los detractores de la sensibilidad?
Respecto al afán moderno por definir todo aquello que produzca eco y sombra seré sincero: no dispondré de lo que carezco, por lo tanto, evitaré responder incertidumbres mayores como qué es poesía o qué no lo es. Quizá pueda abonar a la causa, al debate sin meta ni beneficio, partiendo por el final: de qué trata la poesía. Sobre los huesos del pasado palpitante, ahí, cimienta su tradición la poesía.
El espectáculo de la vida, el pan y el circo. El horror, la sorna y la miseria a manos llenas de quienes vigilan el amansamiento tecnológico de la masa, su rabia calendarizada. La puntualidad del retraso premeditado, el papeleo burocrático de las ideologías y sus intocables fetiches. Los esfuerzos sobrehumanos por perpetuar el ángulo cosmético de las interacciones sociales, el culto al postureo, la ofensa programada del resentimiento digitalizado. La devoción marcial a un estado agonizante de las pedagogías clásicas, las nuevas formas de explotación del hombre por el hombre, la ofensiva entrega al entretenimiento y su ejército de desgracias. El fanatismo militante de la rumia mental, el declive escalonado de la conversación, el ascenso del ensimismamiento patológico es, a mi parecer, de lo que la poesía nos habla.
Los consejos y las complicaciones guardan una proximidad perversa: llegan sin previo aviso. Si uno atiende los poemas de la humanidad descarnada advertirá la poética constante de la decadencia, el cínico sin sentido de respirar hasta morir. Se cuentan por cientos los versos y los compases ofrendados a la infancia, a las tardes evaporadas tras un terreno baldío, al juvenil desenfreno de amores instantáneos. Aunque la codicia virtual se empeñe en propagar versiones descafeinadas de la vida, de la muerte y del amor, basta asomar la mirada para empaparse el rostro con fracasos cotidianos. La tradición poética (de seres enraizados al rastreo exploratorio de la palabra justa en el momento exacto) lo susurra en el horizonte: nada aleja más a dos sapiens que el ideal de comunión a partir de un lenguaje compartido.
Todo acto poético ronda en los terrenos del insulto y la memoria: el enfado y el recuerdo. Al recordar aquello que sólo florece hacia abajo vuela la memoria, vuela, y aterriza en la impotencia dirigida hacia las condiciones del presente. Por lo cual, plantarle cara a los sinsentidos que afectan el bienestar de una comunidad no debería viralizarse como un acto de altruismo o filantropía espontánea, por el contrario: declararle la guerra a la estupidez galopante bien podría evidenciar el alto grado de analfabetismo verbal, por no mencionar otros, en el que la sociedad se funde y se confunde.
En 1970 el poeta español Gabriel Celaya afirmaba la poesía es un arma cargada de futuro. La frase, redonda y hermosa, esconde una interpretación alternativa a la evidente. Hoy por hoy, sabemos que (a diferencia del futuro que ha nacido muerto) el pasado es un migrante sin fronteras temporales. Mientras el humanismo idealiza su entorno mediante teorías, la poesía estira las piernas y abre los ojos en búsqueda del detalle iniciático en la mueca ordinaria. Articular palabras es tan sencillo que detenerse a inspeccionarlas, olfatearlas, medirlas, matizarlas y contrastarlas resulta una empresa ridículamente inútil. De ahí que, estando en tierra firme, se naufrague en torrentes de baba encolerizada.
Es necesario decirlo: la altura ética de quienes huyen de las palpitaciones silentes a través del ruido, las frases envenenadas y la indignación imitativa (que no sincera) es incompatible con la poesía. Si bien, si estos esclavos de lo inmediato reproducen con sus actos motivos “poetizables” con sus actitudes se niegan el acceso a la trascendencia fugaz de la poesía. Dicho lo dicho, aclaremos lo siguiente: el género literario de la poesía no sana, no cura, no alivia, no es terapia, tampoco distraída recreación de los sentidos. Es provocación en reposo, indestructible lanza afilada que apunta hacia las entrañas de quien la visita. Hipnótica paradoja: la poesía nos hace al tiempo que nos desvanece.
Al intentar establecer un orden en mis argumentos vino a mí la opinión de Jaime Sabines respecto a su condición poética “cuando camino nadie sabe que soy un poeta, por eso cuando me preguntan que si soy poeta respondo que sólo soy un simple peatón”. Un simple peatón, un flâneur (en palabras de Walter Benjamín), un ser motivado por los impulsos motrices de la degustación callejera.
Vuelvo mis pasos al inicio de este caminar sin rumbo; ¿poesía para qué? ¿Poetas para qué? ¿Poetas para quién? “(…) la criatura humana es algo sumamente limitado: está recogida entre el cielo y la tierra, en pocos metros de espacio, en pocos decenios de vida, en pocos decenios de pensamiento, en una pequeña tumba y, si quiere abrazar lo infinito, debe reflejarlo en una poesía de pocos versos, en un cuadro de medio metro de largo o en una prosa no mucho más extensa”, responde Pietro Citati.
Yo, ignorante de la pintura y sus trazos; poeta por ninguno de mis cuatro extremos; con 1.95 de altura vuelvo a equivocarme en todo: fallo ante Citati y fallo ante ustedes. Me resta seguir leyendo, escribiendo, caminando. Quizás, y sólo quizás, en algún descuido logre encapsular algo de poesía, algo de blues. Quizá logre apalabrar en texto la terrible alegría de existir.
Elvira Ávila

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1 Comments

  • la poesía es un arma cargada de futuro

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