Chrétien de Troyes hablaba ya en la Edad Media francesa de la importancia que tenía “sembrar la obra”, esto es, que esta última cayera en un buen lector que la hiciese florecer. De esta manera, yo me interesé por la obra de Delmira Agustini cuando me di cuenta del sitio que injustamente se le había arrebatado en los estudios literarios tradicionales. Pensé en lo débil que era un canon donde no cabe todo y donde durante mucho tiempo no han cabido las mujeres y se me vienen a la cabeza, ante esto, las palabras de Tina Escaja cuando dice: “Delmira Agustini (…) permite y al mismo tiempo continúa la articulación de otras voces de mujer que permean una larga tradición literaria sistemáticamente desestimada por el canon”. Precisamente eso, el caso de Delmira como la otra cara del modernismo hispanoamericano, es lo que he venido a contar en este artículo.
Imagen de Delmira Agustini, siguiendo una clara estética modernista.
Delmira nace en Montevideo, Uruguay, en 1886 formando parte de la burguesía metropolitana del momento. Su personalidad está marcada por la contraposición de la figura de la niña frágil en su infancia frente a la lucha interna en su adolescencia, lo que, además, se sumaría a la dicotomía que surgió en ella como consecuencia de la crisis de valores de fin de siglo, la cual solo dejaba una opción para las mujeres: ser las malas o las santas. De esta forma, la uruguaya fue vista como “la nena”, “la femme fatale”, “la virgen” o “la poseída”, adjetivos que muestran a la perfección esa oscilación constante que padecieron Delmira y sus coetáneas por no poder ser dueñas de ellas mismas. La propia autora trataría esta cuestión en su poesía, de cariz mayormente erótico, y buscaría un cuerpo propio para autodefinirse, pues, en una tradición de hombres, Delmira no tenía cuerpo como mujer y, en palabras de Kirkpatrick, “no tener cuerpo es casi siempre la condición de aquellos que no tienen poder”. De esta forma, la falta de tradición femenina hizo que la autora tuviera que rearticular la tradición masculina, creando así una literatura de la que su sexo carecía: aquella basada en el deseo femenino, ya que las mujeres habían sido tratadas como deseadas y nunca como sujetos deseantes. Sin embargo, la grandeza de Delmira no fue bien recibida en el análisis patriarcal, pues este hizo de ella, grosso modo, una crítica sexofóbica, negando la literatura basada en el principio de placer (en este caso, para más inri, el femenino) y desvalorizándola por el carácter erótico de su poesía. Se consideró su escritura fruto del arrebato y se le negó por ello cualquier implicación estética; además, fue mistificada, fetichizada y puerilizada, consecuencia todo ello de leer a la autora y no a la obra, lo que suponía la eliminación de la distancia entre el sujeto real y el sujeto poético.
Este punto fue fundamental a la hora del declive de los antiguos estudios sobre la uruguaya, pues, aunque la obra de Delmira naciese de su propia experiencia personal, mediante el pacto de ficcionalidad el lector podía advertir que su poesía no se debía a la creación de una mujer “excéntrica” o “poco cabal”, como estos habían señalado, sino que precisamente esa voz, a priori individual, pasaba en la realidad poética del texto a convertirse en la de la totalidad de la mujer de principios de siglo. En contraposición, gracias a los nuevos estudios de género surge un análisis más elaborado, mucho más potente, que se ha ido desarrollando en las ultimas décadas. En ellos se viene a señalar la poesía de Agustini como un incesante autodescubrimiento, el cual pasa por la otredad; esta se articulará mediante un diálogo, por una parte, con ella misma (entre la culpa y el deseo) y, por otra, con el hombre (representado como un ser divino o mitológico). Ante esto, tenemos “el otro respecto de mí” y “la otra yo”, por lo que muchos estudiosos apuntan a que en un primer lugar el autodescubrimiento de Agustini pasa por la figura del hombre, lo ve como un espejo, lo que no es de extrañar porque no será hasta mediados del siglo XX cuando los nuevos estudios individualicen la figura de la mujer para que esta deje de ser lo Otro en contraposición al Uno. Me gusta enfatizar esta cuestión, pues la propia autora en sus últimos poemas pasa por una fase de autodescubrimiento buscando nuevas formas de expresión, escapando de esa frustración que ella misma señalaba por no poder llegar a expresar con un lenguaje de hombres (quienes tenían el poder y quienes decidían cómo y qué se nombraba) lo que ocurría en su cuerpo de mujer.
Delmira hace una deconstrucción importantísima, porque no tenía ningún referente para hacerlo, y se individualiza a ella misma creando un lenguaje altamente metafórico, donde destaca, sobre todo, la cuestión de la androginia, planteada en figuras como la esfinge. Por su parte, la androginia es, quizás, el postulado prematuro más interesante y complejo que adelantó Delmira a otras autoras posteriores como Virginia Woolf, la cual desarrollaría la cuestión más en profundidad abriendo el camino a las siguientes autoras del ya avanzado siglo XX. La escritora anglosajona señalaba: “cuando escriben, se supone que los hombres siguen siendo hombres y las mujeres mujeres. Pero hay una clase que está por encima de tal contaminación”. Woolf con este nuevo discurso pretendía cuestionar las categorías fijas impuestas por el sexo (y digo sexo porque en la época de la autora todavía no había una diferencia clara entre sexo y género) y sustituirlas por una escritura mucho más intima y corporal que se desposeyera de todo esto. Woolf hace un primer acercamiento feminista al intentar plantear la asexualidad en la escritura. Sin embargo, en los nuevos análisis feministas de Irigay y Cixous para llegar hasta ese ideal hay que pasar por un proceso de deconstrucción desvinculando la escritura femenina de los preceptos anteriormente asociados a lo “femenino” (sobre todo vistos en Freud). A la luz del nuevo enfoque de Cixous (la escritura se des-censura, no se encierra en conceptos), se individualiza primero el cuerpo femenino para dejar de ser la Otra en relación al Uno pudiendo llegar después a la fusión de iguales.
Obra que aborda la poesía de Delmita Agustini
Ante todo, la genialidad de Delmira se debe reconocer en considerarla precursora de una nueva tradición del deseo femenino en hispanoamerica, sirviendo de precedente a autoras como Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik… Además, y, en mi opinión, lo más importante, es que la uruguaya redescubrió su propio cuerpo legando a la mujer de principios de siglo y a las posteriores una posición de poder sobre ellas mismas que les permitiría dejar de estar subordinadas a las pretensiones de otros. Sin duda, en Delmira se debe valorar la originalidad de sus planteamientos muchos años antes de que los estudios la respaldasen y considerar su poesía como un acto político en pro de la libertad femenina.
Paula Barba del Pozo (Villablino, León. 2002). Estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca, se ha interesado por el mundo literario desde joven y, en especial, por las cuestiones que atañen a la mujer en la literatura. En 2019, obtuvo el 2º premio en el XV concurso Forum de Cultura Clásica en Gijón con el texto “Mito de Filomena y Procne: crítica social”, donde censuraba la relegación femenina y defendía la reivindicación inconclusa de los derechos de las mujeres. En 2020, publicó su primera entrevista: “Nunca hubo musas, ellas eran las artistas”, realizada a la escritora Luna Miguel en la revista literaria El coloquio de los perros, donde le seguirían otras como “Modernas y vanguardistas. Mujeres faro de la Edad de Plata” realizada a la autora Mercedes Gómez Blesa y artículos como “Para que encuentres tu lugar en la marea”, sobre el poemario Marea Humana del escritor Benjamín Prado. Recientemente, ha publicado en Lejana: Revista Crítica de Narrativa Breve una reseña sobre la recopilación cuentística de Emilia Pardo Bazán, titulada Cuentos fantásticos, a cargo de la editorial Eolas y en el reciente mes de marzo asistió como ponente al “V Simposisio sobre Cultura Alienada. Hilanderas” realizado por la Universidad de la Laguna para recuperar el legado artístico de diferentes autoras. Actualmente, sigue interesada e implicada en cualquier proyecto enmarcado en la línea antes señalada.

Este punto fue fundamental a la hora del declive de los antiguos estudios sobre la uruguaya, pues, aunque la obra de Delmira naciese de su propia experiencia personal, mediante el pacto de ficcionalidad el lector podía advertir que su poesía no se debía a la creación de una mujer “excéntrica” o “poco cabal”, como estos habían señalado, sino que precisamente esa voz, a priori individual, pasaba en la realidad poética del texto a convertirse en la de la totalidad de la mujer de principios de siglo. En contraposición, gracias a los nuevos estudios de género surge un análisis más elaborado, mucho más potente, que se ha ido desarrollando en las ultimas décadas. En ellos se viene a señalar la poesía de Agustini como un incesante autodescubrimiento, el cual pasa por la otredad; esta se articulará mediante un diálogo, por una parte, con ella misma (entre la culpa y el deseo) y, por otra, con el hombre (representado como un ser divino o mitológico). Ante esto, tenemos “el otro respecto de mí” y “la otra yo”, por lo que muchos estudiosos apuntan a que en un primer lugar el autodescubrimiento de Agustini pasa por la figura del hombre, lo ve como un espejo, lo que no es de extrañar porque no será hasta mediados del siglo XX cuando los nuevos estudios individualicen la figura de la mujer para que esta deje de ser lo Otro en contraposición al Uno. Me gusta enfatizar esta cuestión, pues la propia autora en sus últimos poemas pasa por una fase de autodescubrimiento buscando nuevas formas de expresión, escapando de esa frustración que ella misma señalaba por no poder llegar a expresar con un lenguaje de hombres (quienes tenían el poder y quienes decidían cómo y qué se nombraba) lo que ocurría en su cuerpo de mujer.
Delmira hace una deconstrucción importantísima, porque no tenía ningún referente para hacerlo, y se individualiza a ella misma creando un lenguaje altamente metafórico, donde destaca, sobre todo, la cuestión de la androginia, planteada en figuras como la esfinge. Por su parte, la androginia es, quizás, el postulado prematuro más interesante y complejo que adelantó Delmira a otras autoras posteriores como Virginia Woolf, la cual desarrollaría la cuestión más en profundidad abriendo el camino a las siguientes autoras del ya avanzado siglo XX. La escritora anglosajona señalaba: “cuando escriben, se supone que los hombres siguen siendo hombres y las mujeres mujeres. Pero hay una clase que está por encima de tal contaminación”. Woolf con este nuevo discurso pretendía cuestionar las categorías fijas impuestas por el sexo (y digo sexo porque en la época de la autora todavía no había una diferencia clara entre sexo y género) y sustituirlas por una escritura mucho más intima y corporal que se desposeyera de todo esto. Woolf hace un primer acercamiento feminista al intentar plantear la asexualidad en la escritura. Sin embargo, en los nuevos análisis feministas de Irigay y Cixous para llegar hasta ese ideal hay que pasar por un proceso de deconstrucción desvinculando la escritura femenina de los preceptos anteriormente asociados a lo “femenino” (sobre todo vistos en Freud). A la luz del nuevo enfoque de Cixous (la escritura se des-censura, no se encierra en conceptos), se individualiza primero el cuerpo femenino para dejar de ser la Otra en relación al Uno pudiendo llegar después a la fusión de iguales.

Paula Barba del Pozo (Villablino, León. 2002). Estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca, se ha interesado por el mundo literario desde joven y, en especial, por las cuestiones que atañen a la mujer en la literatura. En 2019, obtuvo el 2º premio en el XV concurso Forum de Cultura Clásica en Gijón con el texto “Mito de Filomena y Procne: crítica social”, donde censuraba la relegación femenina y defendía la reivindicación inconclusa de los derechos de las mujeres. En 2020, publicó su primera entrevista: “Nunca hubo musas, ellas eran las artistas”, realizada a la escritora Luna Miguel en la revista literaria El coloquio de los perros, donde le seguirían otras como “Modernas y vanguardistas. Mujeres faro de la Edad de Plata” realizada a la autora Mercedes Gómez Blesa y artículos como “Para que encuentres tu lugar en la marea”, sobre el poemario Marea Humana del escritor Benjamín Prado. Recientemente, ha publicado en Lejana: Revista Crítica de Narrativa Breve una reseña sobre la recopilación cuentística de Emilia Pardo Bazán, titulada Cuentos fantásticos, a cargo de la editorial Eolas y en el reciente mes de marzo asistió como ponente al “V Simposisio sobre Cultura Alienada. Hilanderas” realizado por la Universidad de la Laguna para recuperar el legado artístico de diferentes autoras. Actualmente, sigue interesada e implicada en cualquier proyecto enmarcado en la línea antes señalada.