α
«El sol cae con demasiada fuerza, la temperatura es insoportable, necesito encontrar algo en lo que cobijarme o terminaré mal» —piensa.
La situación le parece agobiante y complicada, pero se siente fuerte y atlético tras varias experiencias anteriores. Está convencido de que todo ese esfuerzo por recopilar músculo y destreza va a ser decisivo en esta circunstancia extrema.
Hace un buen rato que se sabe observado. Al principio, el nerviosismo bloqueó su creatividad para ingeniar una acción evasiva que pudiera culminar en éxito, pero recapacitó y concluyó que no dejaría espacio al desánimo. Tenía un plan, mantener la cabeza fría a pesar del insoportable calor y aprovechar su desmesurada ventaja, ser el poseedor de las tres emes: masculino —el género dominante—, misterioso —capaz de infundir pensamientos recónditos en su adversario—, y musculoso —su gran obra, jornadas y jornadas de culto a un cuerpo perfectamente ágil. La tripleta invencible.
Una infinita planicie se extiende hasta la línea dibujada por el horizonte, que tiembla al recibir los vapores del suelo ardiente y superpone una fina capa de calima turbia, impidiendo tener una visión suficientemente amplia y profunda de aquel inhóspito espacio. Otro ingrediente más para que el desasosiego y la desesperación hicieran mella en cualquier otro, pero no en él. Gira la cabeza, ¿ha sonado algo?. Los oídos están alerta, no reconocen la causa de cada sonido, pero la experiencia le dice cuáles son inofensivos y los peligrosos aún no se dejan oír. Aquella pradera infinita no tiene un olor característico, lo que le facilita otras percepciones a través de ese sentido. Por suerte, algunos ingredientes se ocupan de equilibrar la balanza.
«Será una prueba de resistencia y dependo de que mi forma física supere la de mi rival, pero ¿qué temer del género femenino?, ¿dónde se ha visto que alguna de ellas pueda superar mi fuerza, mi vigor y agilidad?», pensaba satisfecho.
No sabe si es su imaginación, el viento al mecer la hierba larga que cubre el suelo, o en realidad algo se ha movido detrás, a su derecha e izquierda.
«Son dos como mínimo», piensa, mientras se esfuerza en mantener la concentración. Los músculos tensados le empiezan a doler, pero no le importa. Necesita estar preparado cuando llegue el momento. Su momento.
λ
«Habrá unos 50 metros hasta él. Hay que recortar distancia y no sé cómo decírselo a “la otra”», piensa mientras se revisa con la mirada; sabe que es bella y esbelta pero también fuerte y, aunque eso le da ánimos y energía en situaciones como esta, ha estudiado a su rival y sabe que dispone de mayor resistencia; por tanto, todo tiene que ejecutarse en el menor tiempo posible. Por eso, anoche no durmió haciendo sus deberes, analizando el entorno. Quizá eso podría darle la victoria definitiva.
«Es como un futuro apocalíptico, todo vale con tal de sacar la familia adelante. No existe moral ni justicia, no si pueden sufrir los míos», reflexiona, mientras mantiene los ojos clavados en la figura inmóvil que continúa a 50 metros de distancia. Gira el cuello para otear en dirección a quien ella denomina «la otra», pero está bien oculta y no puede ver ni siquiera el espacio que libera la hierba aplastada por su propio cuerpo. Anoche «la otra» prefirió dormir. Desconoce el terreno, el rival, la estrategia.
—Si es mío no pienso compartirlo contigo. Habértelo currado, —susurró. Y volvió de nuevo la mirada a la figura inmóvil al noroeste.
«A esta distancia será imposible ganar la partida de hoy, nos faltará resistencia. Necesito hacer algo para llamar la atención de “la otra”», calcula. Entonces golpea con fuerza la hierba que tiene detrás y recibe la misma acción por parte de su compañera. «Lo ha entendido. Es vaga, pero inteligente», y sonríe. A 50 metros, él gira bruscamente la cabeza y ella tensa los músculos, «es posible que haya oído los avisos y nos obligue a anticipar la salida». Ha sido una falsa alarma. Sigue atento, pero quieto.
A unos 200 metros, a su izquierda, la hierba cambia de posición. No es el viento, que solo la mece, es algo más voluminoso, algo que la hunde y la hace desaparecer. Parece que “la otra” ha iniciado el acercamiento.
—Empieza la faena», susurra ella, y realiza la misma acción que su compañera, en dirección al sujeto que, poco a poco, se encuentra a menos distancia.
Ambas están a unos 30 metros de él. Continúa inmóvil. La situación parece favorable. Entonces se produce un cambio en la dirección del viento. No es la señal más deseable, pero sí inapelable. Él ha reaccionado.
Ω
Ha visto claramente el movimiento y ha saltado iniciando una frenética carrera hacia el norte.
—Son dos, seguro. A unos 30 metros de distancia, con separación entre ellas de 200, que las posiciona a mi sureste y mi suroeste. Jajajajaja. ¡Mujeres!. Cometen un fallo garrafal. Me dejan libre un pasillo anchísimo que me lleva al río, mi salvación, exclama a gritos. La convicción de superioridad le hace gritar y reír mientras escapa.
«Se dirige justo hacia donde pensaba sin percatarse de nada. No conoce el terreno. Era de esperar. ¡Genial!», lo tiene a la vista a escasos metros, con una nitidez con la que no había podido observarlo antes. «Es ágil, tiene buena complexión y tamaño», observa satisfecha. La imagen que ofrecerá a su familia si logra hacerse con la victoria es lo que impulsa su carrera y sonríe lo justo para no desperdiciar fuerzas.
De repente, surge ante él un peligroso desnivel que baja abrupto al cauce.
— ¡Mierda!, no contaba con esto —grita.
No tiene tiempo de calibrar la profundidad del caudal, es peligroso tirarse y opta por bordear la ribera. Por la izquierda, el trazado retrocede y le acerca a su atacante del suroeste. Por la derecha, solo tiene un mínimo de inclinación. La decisión está clara. Golpea su cadera izquierda para virar en seco a la derecha y proseguir la carrera buscando un vado transitable.
Ella continúa observando desde atrás. «¡Bien!, ha vuelto a hacerlo. Lo tengo justo delante y con ventaja», vuelve a sonreír. Por velocidad, él había ganado terreno durante la carrera, pero el tiempo utilizado en su decisión y la nueva dirección le regalan metros a ella, la acercan a su presa, la alejan de su compañera. Es suyo.
Un potente zarpazo en el muslo, otro en la zona lumbar, se desestabiliza, cae y comienza la asfixia. La mira con ojos desorbitados. La increpa:
— ¿Qué estás haciendo?, ¡soy el sexo fuerte!, ¡el género dominante!.
Cuando el antílope queda inerte, la leona vencedora suelta la presión de su mandíbula y le dice:
—Invertiste todo tu tiempo en músculo. Yo lo repartí con mi cabeza.
En el Serengeti, a la orilla del Grumeti, el río que decidió a quién otorgaba la salvación.
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Add yoursReblogueó esto en Vivir, una receta que pocos conocen o saborean [Frank Spoiler].