
María había salido, como todas las tardes, a pasear con su perro por el monte cercano a su casa. La temperatura era agradable e invitaba a caminar.
Era finales de octubre y el camino estaba alfombrado de hojas que crujían bajo sus pies. El cielo estaba cuajado de nubes, aunque en algunos momentos un sol tímido se asomaba entre ellas y algunos rayos se colaban entre las ramas de los árboles, iluminando las sombras.
Había días que, en su paseo, se encontraba con alguien que buscaba setas o se distraía como ella, pero aquella tarde no había nadie por allí. Estaba todo muy silencioso, parecía como si los pájaros también se hubieran ido. Ni siquiera asomaban las inquietas ardillas que solían salir a su encuentro otros días. Sintió una rara aprensión, pero siguió adelante. .
Iba absorta en sus pensamientos y no se dio cuenta de que el perro se había detenido… El pelo del lomo se le había erizado y tenía la cola baja, él que siempre la llevaba en alto como una bandera. Miró a su alrededor y no vio a nadie. Se paró a su lado y le habló:
- ¿Qué te pasa? ¿Qué has oído?
El perro se pegó a sus piernas y aún estuvo unos segundos alerta, pero enseguida olvidó lo que le había asustado y empezó a corretear por entre los árboles. Algún ratoncillo de campo, —pensó.
Se quedó parada, en tensión, solo se oía el crujido de las hojas y las ramas secas que el perro triscaba al pisarlas. Pero ella sentía una presencia extraña, le pareció oír unas voces tenues a su espalda… Miró hacia atrás, no se veía a nadie, sin embargo ella sentía un aliento a su lado, incluso en algún momento, le pareció sentir el roce de algo en su piel..
Estaba empezando a asustarse, el perro había desaparecido, el bosque estaba totalmente silencioso y ella seguía teniendo aquella rara sensación. Sentía como si una mano la atenazara el brazo. Incluso le pareció ver las marcas blancas de unos dedos en su piel.
Se estremeció. Llamó al perro mientras susurraba. .
- Quienquiera que seas, no te tengo miedo, mi imaginación me está jugando una mala pasada… no hay nadie ¿o sí?
Intentaba convencerse, mientras su nerviosismo iba en aumento, temblaba como las hojas que aún permanecían en los árboles en aquella tarde de otoño. Al fin, el perro regresó a su lado, se relajó y con un suspiro de alivio emprendieron el camino de vuelta. La sensación extraña iba desapareciendo según iban alejándose del monte. Se rió en alto y pensó en lo fácil que es sugestionarse.
****
Sergio había pasado la noche en vela, una tras otras fueron sonando las horas en su cabeza sin que el sueño le venciera. Al fin, desesperado, saltó de la cama, se asomó a la ventana y comprobó que el cielo estaba tan oscuro como sus pensamientos. Se preparó un café y pensó en ella.
La había conocido por Internet, a los dos les gustaba escribir y estaban en la misma red social. Mantuvieron un contacto frecuente por la red, hasta que un día le mandó un mail, quería conocerla mejor. Ella le contestó y empezaron una relación de amistad que se había ido consolidando con el tiempo. Se estaba enamorando apenas sin darse cuenta pero callaba, no podía ser. Ella estaba sola pero él no.
Por cuestiones de trabajo tuvo que hacer un viaje cerca de la ciudad donde vivía ella, así que le pidió si podría verla y accedió. Reservó en un restaurante y esperó que llegara, la conocía por las fotografías que habían intercambiado, así que en el momento que entró por la puerta la reconoció. Enseguida le vio y una sonrisa iluminó su cara, era como la había imaginado, alegre, con un caminar decidido como si fuera a comerse el mundo, sintió una llamarada que pareció consumirle por dentro. La comida resultó divertida, se atropellaron en sus palabras, rieron, se miraron, era como si se hubieran conocido desde siempre. Cuando quisieron darse cuenta ya era hora de decirse adiós. Un silencio denso pareció envolverles.
No quiso que la acompañara a casa, prefería despedirse allí, —le comentó, e ir caminando. Se despidieron con un abrazo y él le rozó ligeramente los labios, sintiendo que algo se desataba en su interior. Ella se separó y le dijo adiós apresuradamente. A Pablo le pareció que sus ojos se enturbiaron al mirarle. Tras este breve encuentro, siguieron su rutina anterior, se escribían y hablaban pero no hicieron mención a aquel ligero beso y lo que había despertado en él.
De vuelta de su ensoñación, terminó el café, preparó una pequeña maleta con algo de ropa y dejó una nota encima de la mesa para su pareja diciéndole que se ausentaba unos días, que necesitaba pensar. No le echaría de menos, hacía meses que ya ni compartían cama, tan solo vivían juntos de cara a la galería.
Respiró hondo y montó en el coche. Tenía ante sí cientos de kilómetros para ir a su encuentro pero estaba decidido, tenía que verla de nuevo, tenía que saber qué sentía, tenía que besarla para saber si le correspondía.
Había recorrido más de la mitad de la distancia que les separaba, cuando pareció que el cielo se abriera sobre él y empezó a llover a cántaros, una cortina de agua cegaba la luna delantera e iba casi a ciegas -tendré que parar, —pensó. De pronto un coche golpeó con fuerza el suyo, echándolo de la carretera y dando varias vueltas de campana quedó detenido a varios metros de la carretera. Se acordó de María, ya no podría decirle cuánto la amaba y se sumió en la sombra.
****
Pasaron unos días, sonó el teléfono, un amigo muy querido la llamaba desde el hospital, era Sergio.
-Tuve un accidente muy grave, con un traumatismo severo en la cabeza, que me sumió en un coma varias horas. Pero me estoy recuperando, ahora estoy ya fuera de peligro, quería que lo supieras.
-¿Cuándo fue?
-El pasado jueves, sobre las seis de la tarde.
María recordó aquella sensación extraña en el bosque. Aquel jueves, a las seis de la tarde, él acudió a su encuentro, de alguna manera se aferró a ella y con ella, a la vida.
-María, ¿estás ahí? Contéstame, quiero verte
-Yo también quiero verte
Y entonces susurró -te amo- y le amó más que nunca, aunque él nunca lo supiera, ¿o sí? Sergio quería verla y eso quizá significaba algo…
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