Fotografía facilitada por el autor
Las mesas de los bares saben cuánto nos calentamos las manos aquellas tardes de cuadrícula y lapicero saboreando el café que nos haríamos en la cocina recién dibujada, presintiendo la piel estremecida en la cama que, pintada de arco iris, orientábamos al este…
Junto a un cuadro con las “Instrucciones para subir una escalera” –texto de Cortázar nunca desdeñable y menos ante tal cometido- había pensado poner un dibujo con la misma estética de los cartelones de las autopistas: Azul con letras blancas bien visibles y flechas para indicar que de frente y a la derecha: la calle (por Puerta Principal) a la izquierda otra calle (por Patio) y también a la izquierda: a Patio por Salón. Girando ciento ochenta grados: Cocina, por su único acceso: La Puerta de la Estrella….
Y eso era hacer la casa. Trascender el cemento y el ladrillo, ir más allá de la madera y que la escalera en vez de balaustrada tuviera un arambol y cada ventana fuese el marco para el paisaje.
Era decidir dónde cada cosa aun con los límites bastardos del presupuesto y el Alma sonreía porque estaba armando el territorio soñado donde soñar, donde vivir, donde volver… no la simple habitación sino el espacio benéfico para el latido propio que no es mejor ni peor, sino el de uno, el de la suma de unos que éramos… con todo a favor.
Era reacentuar juramentos por la regla arqueada que curvó el muro, por el nivel viciado que no vimos pero también festejar la solución del arranque de la escalera. Era saber que un ventanal curvo lleva más del doble de horas que uno recto pero nos gustaba más. Y posponer algunas cosas para no abaratarlas.
Era conjurar el nomadeo del que quise huir. Era que decir “mi casa” reflejase algo más que un dato mercantil en el registro. Era elegir la madera para los anaqueles donde colocar la colección de joyitas que era cada día vivido, cada fiebre vencida, cada pulso recobrado…
+ There are no comments
Add yours