Escuchaba el otro día que el pensamiento crítico ya no existe. Es decir, que existir, existe, pero que muy poco, como los esquimales. ¿Vamos a negar la existencia de estos? No. ¿Ha visto usted a muchos esta semana? Pues eso. Resulta que con el pensamiento crítico ocurre parecido, que haberlo, haylo, pero ande a buscarlo. Lo tienen cuatro privilegiados, los demás se dedican a reproducir y a cancelar. Reproducir lo que piensan y dicen los otros. Y cancelar a los demás.
A estas alturas, la cultura de la cancelación ya sabemos todos lo que es: esa sana costumbre, como el fumar o el pincharse aguarrás, de andar atacando, denunciando y censurando a todo aquel que no piense como nosotros. Los nazis se dedicaban a duchar con mucho vapor a todo el que no fuese y pensara como ellos, pues sus ideas eran las únicas válidas; ahora, en un giro rocambolesco de los acontecimientos, el nazi es el que se sale de ese pensamiento único. Hoy el campo del discurso, ese que hay que transitar para poder decir lo que se piensa, está plagado de trampas y pozos negros. Tiene que andarse usted con mucho cuidado a la hora de hablar, pues la cantidad de cosas con las que puede ofender a alguien, y por tanto por las que puede ser cancelado, son no sólo incontables, sino inimaginables; cada día aparecen nuevas. Por lo tanto, lo mejor es que se limite a no decir nada. A hablar mucho, sí, todo lo que quiera, pero sin decir nada realmente. Discurso vacío que le dicen. Se lleva siempre los mejores aplausos. Además, sólo así podrá asegurarse de que no ha sido molesto con nadie. Y de que no es un nazi.
Es muy fácil ser nazi hoy, ya no hace falta vestirse en blanco y negro ni vivir en los años treinta. Tampoco es necesario odiar tanto a nadie en particular como para matarlo. Tan sólo necesita pensar por usted mismo y ser crítico con el discurso establecido sobre cualquier tema: eso lo convertirá con más rapidez que la mejor de las Adolf Hitler Schulen. Yo mismo puedo ser ya un nazi por haber utilizado a los esquimales como recurso literario para mostrar lo poco que se estila hoy el pensamiento crítico. Utilizar a poblaciones o culturas que no son la nuestrapara algo que no sea alabarlas está feo. Si además escribiera sobre lo que pienso acerca de las políticas igualitarias, la inclusión, la educación, los españoles hasta la médula, los catalanes hasta el tuétano, los animalistas ad infinitum, los votantes acérrimos, los que escriben rarx, los que no han visto Los Soprano, etc. no podría ni salir de mi casa. Y no es plan.
Quizá uno de los miedos más instalados en la conciencia colectiva, más incluso que el miedo a la enfermedad y la pérdida, sea el miedo al qué dirán; miedo a lo que piensen los demás sobre uno mismo, a que la imagen que mostramos no sea la adecuada no ya para nosotros, sino para ellos. Nos han educado para vivir en sociedad, y nos han enseñado que es importante encajar en ella a toda costa. Sea usted auténtico, pero sin pasarse. En una sociedad sumamente mecanicista, donde desde la ciencia hasta la educación se contemplan desde ese prisma, todos somos engranajes de un todo que debe funcionar correctamente para que todo marche según lo previsto. Y ello pasa por suprimir algo tan esencial como el pensamiento crítico o desviar la atención hacia otras cuestiones aparentemente esenciales, pero que en realidad no lo son tanto, como por ejemplo la libertad de expresión. Evidentemente es importante que cada cual pueda expresarse libremente acerca de cualquier tema, pero lo verdaderamente indispensable, y que no lo hay porque no nos educan para ello, es la libertad de pensamiento. Cuando tanto el pensamiento colectivo como el individual están encaminados hacia los mismos lugares comunes sin posibilidad de desviarse, da igual la cantidad de libertad que pueda tener alguien para decir lo que se quiera, porque eso que se diga será bastante parecido a no decir nada. Cuestionarlo todo, hasta las ideas más básicas y asentadas, suele ser el primer paso para llegar a algo nuevo, puede que incluso mejor. Que nos cuestionen a nosotros y nuestra forma de pensar no debería hacernos sentir mal, más bien al contrario: puede ser una oportunidad para revisarnos. Quizá al final acabemos encontrando que estamos en lo cierto y eso nos sirva para reafirmarnos. O tal vez no y nos ayude a reinventarnos. Se sale ganando sí o sí.
Es probable que usted se haya sentido molesto con algo de lo que acaba de leer. Bien porque sea feminista, o defensor del modelo educativo actual, o un españolista o catalanista convencido, o ame más a su perro que a su madre, o porque vaya a votar y esté convencido de que sirve de algo, o porque escribe rar@. No se preocupe, todos tenemos defectos, yo el primero. A no ser que sea de los que, veinte años después, todavía no ha visto Los Soprano. Por favor, no pierda el tiempo leyéndome a mí o sintiéndose ofendido y corra a verla, porque ese sí que es un defecto censurable.