
Imagen tomada de Pinterest
leer, leer…. ¡vale ya con leer!
Santiago no leía. No le interesaba. Tendría por aquella unos doce años y a duras penas se las apañaba para cumplir con los comentarios que sobre algún libro tenía que hacer para sus clases, pero que no, que divertido, interesante y libro no podían estar en la misma frase.
Sus padres sí eran lectores y el par de muebles libreros de su casa eran accesibles pero él pasaba por delante sin prestar la menor atención a la pléyade de mundos encuadernados que poblaban sus estantes.
Visitaban con frecuencia la casa de un escritor que a Santiago sorprendía porque ¿cómo era posible que Pepe, un amigo de su padre que tocaba la guitarra, cantaba, organizaba partidas de Monopoly y batallas de bolas de nieve cuando se daba el caso, fuese escritor? Hay cosas que no se entienden. Además, Pepe y su compañera habían arreglado un viaje a Eurodisney al que llevaron a cuatro niños, él incluido y ¡cómo se lo pasaron!… pues eso, que no se entiende.
Una tarde, mientras los padres de Santiago, Pepe y su compañera chalaban, como tantas veces, tranquilamente “sin prestarles atención” y él jugaba con los otros niños , con las orejas puestas a todo, por si captasen algún jugoso comentario sobre temas que… bueno, en fin, o sea: eso; Pepe comentó que había vuelto a leer (¡vuelto a leer! ¡ay!) un libro en el que un perro contaba su historia en primera persona, que hablaba de los humanos desde su punto de vista contando que “él grande era marido de ella grande y eran los papás de ellos pequeños lo mismo que yo soy hijo de mi mamá que se llama Dama y me riñe cuando hago mis aguas donde parece que no debo…. Y no me gusta entrar en lo que llaman cocina porque hay muchos ruidos y muchos olores y me despisto….” Pepe continuó un ratito ponderando la originalidad en la redacción y cuando terminó la exposición cambiaron de tema como tantas otras veces.
A la hora de despedirse, Santiago buscó a Pepe :
—Ese libro del perro... ¿lo tienes?
—Sí, claro
—¿Me lo prestas?
—Por supuesto que sí pero ¿sabes la responsabilidad que contraes?
No entendió muy bien la pregunta pero se llevó el libro y hoy, treinta y tantos años después de aquel préstamo, Santiago sigue leyendo. Contó su madre que el libro le mantuvo despierto hasta bien entrada la madrugada y que pidió que le compasen un ejemplar, el primer libro de lo que habría de ser su biblioteca. Al margen de milagros, sortilegios y conjuros ¿Qué es lo que pudo ocurrir? Seguramente que Santiago oyó “casualmente” hablar de un mundo que sí le interesaba: los perros, que había un libro…. Lo que no oyó fue un imperativo: Toma: lee.
Nota.- El libro iniciático fue “Cachorro” de Tomás Salvador.
