
La mujer en Disney cumple el papel de humilde servidora (subordinada al hombre) y de, reina de belleza siempre cortejada (subordinando al pretendiente).
El único poder que se le permite es la tradicional seducción, que no se da sino bajo la forma de la coquetería. No puede llegar más lejos porque, entonces, abandonaría su papel doméstico y pasivo.
Hay mujeres que infringen este código de la femineidad: pero se caracterizan por estar aliadas con las potencias oscuras y maléficas, (como Maléfica), «pero tampoco pierden las aspiraciones que son propias de la «naturaleza» femenina».
A la mujer únicamente se le conceden dos alternativas (que no son tales): ser Blanca Nieves o ser la Bruja, la doncella ama de casa o la madrastra perversa. Hay que elegir entre dos tipos de olla: la cazuela hogareña o la poción mágica horrenda. Y siempre cocinan para el hombre, su fin último es atraparlo de una u otra manera.
Si no es bruja, no se preocupe madre: «siempre podrá ocuparse en profesiones adscritas a la naturaleza femenina»: modista, secretaria, decoración de interiores, enfermera, arreglos
florales, vendedora de perfumes, azafata. Y si no les gusta el trabajo, siempre pueden ser la presidenta del club de beneficencia local. De todas maneras, le queda a usted -el eterno pololeo- (entiéndase por esto histeriqueo). La coquetería une a todas estas damas en la misma línea,
Para traducir a esta ensalada de coquetas a una forma pictórica; Disney utiliza sin cesar los estereotipos de las actrices de Hollywood, aunque a veces se las caricaturiza, con cierta burda ironía, de todos modos sirven de un único arquetipo, compuerta de existencia física en su línea amorosa.
Tal como los trovadores del amor cortés no podían inseminar a las mujeres de su amo, los príncipes son los castrados que viven en un eterno -coitus interruptus- con sus vírgenes imposibles. Como nunca se las posee plenamente, se vive la perpetua posibilidad de perderlas. Es la compulsión eternamente frustrada, la postergación del placer para mejor dominar.
Lo único que detenta la mujer para subsistir en un mundo donde no puede participar en las aventuras y hazañas, (porque no es propiedad de; la mujer), donde no pueden ser criticadas jamás, y donde «para colmo» no tienen la posibilidad de ser madres (que por lo menos se le permite a las esclavizadas mujeres de nuestro tiempo), ni de cuidar el hogar del héroe o a los niños, es su propio estéril sexo. Estará en una eterna e inútil espera o saldrá corriendo detrás de ídolos y deslumbrada por la posibilidad de hallar por fin un hombre verdadero. El único acceso a la existencia, la única justificación que Disney pone como sello en las mujeres.

Estracto del libro: «Para leer al pato Donald» 1972, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart.