domingo, diciembre 3 2023

Lunas de Lantano 24— by Félix Molina

24. No soy más que una nave de parroquia en penuria

Hallándome en el lavabo de señoras del hospital, ala forense (el único de todas sus instalaciones que permanece limpio, cualquiera sea la hora, tengo que decirlo), cuál es mi sorpresa cuando me encuentro a un caballero, edad más que mediana, con gabardina oscura, atusándose el bigote frente al espejo. Mismo señor que, entusiasmado con mi Vilma, y sin que medie palabra por el angelito, la entretiene –ya sea en los pasillos o en el jardincito que tienen adosado al ala– dándole florecillas, caramelos y haciendo que la chiquilla dibuje cosas que no alcanzo a comprender, sin que me atreva yo a decir que son obscenas, soy una mujer moderna, como lo es su madre, quiero que lo sepan. De su madre no quiero ni hablarles, bastante es el calvario que está pasando la criatura, pásense, pásense por la habitación 151 del maternal para saberlo… No todas las niñas vienen al mundo con esa dulzura y esa facilidad con que nos regaló en su momento mi Vilma.

Pero a los hechos voy: el dicho señor, que nos encontramos mi Vilma y yo en todas partes, estaba hoy en el lavabo que les refiero, rodeado de señoras y, al parecer, inadvertido de todo. No quiero que encuentren rara mi reclamación, también les digo que si utilizo el lavabo del ala forense es, como les decía, solo por mera higiene, no se me pasa por la cabeza otro motivo… Empezamos entonces a hacer todas comentarios alusivos a su presencia y su actitud. Y él que seguía en el centro de los lavabos, como si tal cosa.

Yo lo que quiero es dejar constancia de mi molestia y la de mis compañeras de lavabo (eso quiero pensar). No es que este señor se entregase a miradas lascivas o a gestos descarados. Más bien nos ignoraba, con cierta elegancia –ello es así–, aunque no tengo que ocultarles mi incomodidad, que iba en aumento cuando la indiferencia de las que me acompañaban ya era un grito en medio de la luz de la mañana.

Viendo que el señor se eternizaba allí, plantado frente al espejo, no dudé en increparle, en dirigirme a él invitándolo a salir de nuestro ámbito, ya que no había celadora alguna que me acompañara en mi justa petición. Olvidé entonces los que han sido mis modales desde casi mi nacimiento y quise dejarle constancia de su grosera presencia en un lavabo de señoras. Así que le toque primero un hombro, después el otro… Y finalmente le palmeé la cabeza, sí, es exacto decirlo así.

En ningún caso me pareció contactarle. Quiero decir: que aunque intenté con todas mis fuerzas sopaparlo (así le decía mi querido marido, el abuelo de Vilma, a dar un sopapo), el señor aquel, o lo que fuese, seguía allí, ensayando gestos delante del espejo del lavabo de señoras del ala forense.

Sé bien que dejarles esta papeleta escrita es lo mismo que arrojar mis quejas al silencio, pero me permito el desahogo ante la pasividad de mis compañeras de lavabo, que de repente nada parecían ver ni oír de aquel señor. Me reservo el derecho de instar a departamentos más elevados del hospital, porque puedo pasar por alto este desagradable incidente, que achacarán al desvarío de una vieja loca, pero no me quedo contenta con el hecho de imaginar a este señor rondando los paseos de mi Vilma.

[Firma ilegible]

Paréntesis que les ofrezco para que sean conscientes de lo que me pasa –por muy narrador omnisciente y materializado que sea– al dejarme ver donde no debo y agarrarme demasiado a las solapas del abrigo de mi querido Galdós…

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