Escuchas tu vacío
con un olor amargo que se pega al cuerpo.
La hierba te humedece la piel,
sin embargo, no tienes fuerzas para huir
y te quedas allí, bajo las ramas,
arañando la corteza
de un árbol desnudo de flores
y de pájaros que emigraron a otro lugar,
como hizo él.
Sientes frío,
te abrazas buscando la evocación de su rostro,
pero ya no está, ¿recuerdas?
Te dejó unas palabras escritas en un papel.
Creíste ver un atisbo de esperanza en ellas,
una pausa de puntos suspensivos
y le esperaste.
Hoy lo lees de nuevo,
descubres un punto y aparte al final del texto.
Ahora lo ves más claro,
al contraluz del único rayo de sol que absorbe tu cuerpo
delgado, débil.
Te empapas de ese calor
y sientes como va llenando el vacío
que quedó ajustado a tu alma
aquel día en que se marchó.
Val Marchante
